Sin esperanza

El país se cae a pedazos, hoy más que nunca no existe alternativa ni esperanza alguna que nos salve de esta tragedia.

Las protestas no han parado, tampoco son comparables con las de 2017, pero como aquellas, previas a la farsa de la asamblea constituyente, no logran nada. Dispersas, intermitentes y sin objetivos reales que debiliten a un régimen muy cohesionado por el poder y por lo que le espera en  una Venezuela democrática. Por ahora el país es de ellos y no hay nada que demuestre que en futuro no será así.

Dura realidad, peor que la que viven millones de venezolanos porque no solo no tienen que comer, sino que ahora, no tienen esperanza. Y la culpa de esta inexistente capacidad para ver una mejoría en el por venir, es de los líderes opositores.

Sin visión, sin estrategia y cada uno en su lucha personal contra el régimen, los líderes opositores quedaron muy mal parados después de que el régimen sin importarle nada dijo «aquí se hace solo lo que nos mantiene en el poder» quitándose la careta.

Venezuela necesita urgentemente que los líderes opositores se conviertan en verdaderos políticos capaces de unificar criterios y fuerzas.

De nada sirve estar unidos en una elección, sin estar unidos en el cómo confrontar al régimen, mientras unos dicen que la vía electoral, pacifica y democrática es la única opción, otros hablan de medios de resistencia más fuertes. Si no hay unidad en cuanto a contra quien te enfrentas, cómo enfrentarlo y que discurso tener, no hay posibilidad de cambio.

El cambio comienza por la oposición que piensa reconstruir un país en ruina,  donde las dudas cobran vidas y oportunidades únicas. Se necesita un equilibrio entre los que buscan enjuiciar al régimen, pedirle su partida de nacimiento o esperar que se midan en elecciones democráticas y entre el otro extremo político que dice vamos a Miraflores a morir como mártires. 

Hay que actuar ya, para mañana es tarde. Nos quedamos sin amigos, sin hogares, sin familiares, sin país, sin esperanza.