El retrato

Cuenta Arturo Uslar Pietri a sus amigos invisibles, en un capitulo de su libro titulado “Del hacer y deshacer de Venezuela”, que, cuando por primera vez se realizó una exposición del pintor Juan Lovera en el Museo de Bellas Artes, los espectadores no sabían se trataba de uno de los artistas más talentosos de Iberoamérica; el personaje que marcó su trayectoria con el hábil trazo de su pincel eternizando la célebre escena del 19 de abril de 1810.

-La veintena de cuadros, afanosamente rescatados del olvido y la dispersión, ponía de presente que Venezuela había poseído, al comienzo del Siglo XIX un extraordinario artista plástico.- Algo que ni los personajes más cultos e instruidos del país conocían bien transcurrida la segunda mitad del Siglo XX.

El artista posee, sin duda, una habilidad extraordinaria para el retrato, el sentido dramático de su composición, el manejo de los colores y la perfección en los trazos logran captar -las miradas, las actitudes, las escenas que se abrían como brechas para mirar atrás, en el espesor de los años idos, los hombres que vivieron en carne y hueso el drama y la pasión de la historia de Venezuela.-

En cada uno de los cuadros que colgaban en las paredes del museo, se mostraban los matices y un teatral juego de sombras, un espectáculo que cautivó la atención de los curiosos que asistieron a la exposición. Ver aquellas imágenes era como conocer a los personajes, entender sus razones, comprender sus motivos, vivir en carne propia el momento plasmado en el lienzo por el autor.

-Al entrar uno en la galería entraba en contacto con las presencias del pasado.-

Pararse frente al primer cuadro era emprender un viaje a la antigüedad conociendo el presente. -A ratos no sabe uno si somos nosotros los que los contemplamos como objeto de arte o si son ellos, a través de la ventana de la tela, los que nos miran angustiadamente en busca de comprensión y señales de aprendizaje.-

Todos los personajes están vestidos a la europea, muestran en sus ropas las últimas tendencias de la moda española, francesa o inglesa. -Llevan casacas de Londres, redingotes de París, ricas camisas de hilos de Flandes, corbatas de seda de Lyon.-

Se trata de personajes de remota raíz en el viejo continente a la que no desean renunciar. La vestimenta resulta en una especie de afirmación del abolengo, un espectáculo de plumas como el del pavorreal. -le pedían al pintor que los pusiera como un caballero de España o de París.-

Poco de esta imagen refleja lo que en realidad era la coyuntura de aquel entonces. Asoman una escena de la época otros cuadros en los que se ven, desde el tope de una colina, los tejados rojos y níveas paredes de la casa de una hacienda, con el paisaje teñido por espiga rosada de los cultivos de caña o el verde de las colinas del valle en el fondo.

-Los tiempos van a cambiar trágicamente en la vida de estos hombres. No van, de inmediato a entender mejor su país, pero van a cambiar una Europa por otra.  La de Tomás de Aquino, Bartolo, Gregorio López, Gracián, y Bossuet, por la no menos remota de Locke, de Leibnitz, de Montesquieu y de los enciclopedistas.

Las generaciones por venir, así lo quieran o no, se verán reflejadas en el espejo de este marco. Sentirán la misma curiosidad que invadió la mente de Uslar Pietri al pararse frente a la obra maestra de Juan Lovera. En ésta no verán más que un pasado falso. Con un ápice de suerte, posiblemente detengan su atención en los detalles que narran una historia distinta a lo que sucedió aquel jueves santo en horas del mediodía.  

-Durante más de dos siglos han pretendido ser cristianos viejos de castilla, hidalgos y cortesanos, viviendo en medio de una sociedad primitiva y pagana, en un medio natural extraño, rodeados de idolatrías y de magia, de promiscuidad erótica y de formas tribales, sin rentas, ni prebendas, ni corte, ni palacio, ni príncipe visible.-

Los hacendados criollos, de la noche a la mañana, pretenden ser hidalgos con la rebelión del cabildo de Caracas.

Nada deseaban más que viajar a Europa, conocer la madre patria y que los reconocieran en palacio igual que a los cortesanos de La Granja o el Escorial.

pero lo más de su vida lo pasaban entre plantaciones de cacao o de añil, en casonas de techo de teja y paredes de adobe, tendidos en hamacas y rodeados de negros, indios y mulatos, muchos de los cuales eran sus hijos naturales.-

Los tiempos que siguen los balancea el paralelismo, un plano dividido por una raya que divide la frontera entre el mundo de lo real y lo ideal. En un mundo en el que solo existían las palabras, los títulos y la pleitesía rendida en ceremonias ocasionales; del otro lado la triste realidad.  

-Esta dualidad entre vida y concepto se acentúa con la llegada de las nuevas ideas. Ya no pretenderán ser hidalgos castellanos sino republicanos franceses o seguidores de Washington.

Comenzarán a pensar en temas como los derechos del hombre, un código de experiencia vital de una sociedad constituida gracias a más de 300 años de intercambio cultural. Esto es lo que, a un mismo tiempo, une y separa las culturas que tienen el Océano Atlántico de por medio. Esas que hablan un mismo idioma y aún les cuesta entenderse.

Todo eso y mucho más revela el retrato de Juan Lovera.

Jimeno Hernández
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