Economía para la gente
Una pequeña historia de la banca (I)
Este artículo pretende mostrar la evolución cualitativa de la banca como negocio.
El inicio de esta historia se remonta a mucho tiempo atrás.
Los recursos son escasos; no hay recursos infinitos. Y desde hace mucho tiempo, la humanidad espontáneamente, por ensayo y error, aprendió que la autarquía no resuelve los problemas de escasez. Aprendimos que la división del trabajo y el intercambio es la forma más eficiente para aliviar los problemas de escasez.
Los intercambios son parte de la vida del ser humano, desde que éste está sobre la faz de la Tierra. Realmente se dice que se intercambia desde que el hombre deja de ser nómada y se asienta, hace unos diez mil años, en El Neolítico. Intercambiar unos bienes por otros, es una actividad natural. Así desde sus orígenes, el ser humano ha intercambiado, por ejemplo, vestido por alimento, alimento por armas, trabajo por alimento, e innumerables cosas más. El intercambio puede ser directo o indirecto.
Como es fácil de imaginar, todos los intercambios comenzaron siendo por medio del trueque; es decir, el intercambio directo de un bien por otro, hasta que, en tiempos muy remotos ya, hizo aparición la moneda.
Pero primero los intercambios se concretaban mediante el trueque. Una complicación que tiene el trueque, es que en él debe darse lo que se conoce como la “doble coincidencia de deseos o necesidades”: yo deseo lo que tú ofreces en el intercambio, y tú deseas lo que yo tengo para intercambiar. Sino, habría que “triangular” para que se materialice la operación.
Dada esta complicación, el mundo se inventó la moneda; es decir, algo que pueda cumplir con las condiciones de que pueda ser fraccionable (divisibilidad), fácil de portar o trasladar, no perecedera (durabilidad), homogénea, estable en su precio, de escasez relativa, difícil de falsificar, fácil de acumular, y que sea valorada por muchas personas (uso generalizado). Con una moneda valorada por ambas partes en el intercambio, ya no es necesaria la “doble coincidencia de deseos”.
Por estas razones, y a pesar de ser en sociedades de costumbres y culturas diferentes, la moneda evoluciona espontáneamente (ni coordinada ni planificada por nadie) hacia algunos metales preciosos, como el oro y plata, y hasta en ciertos momentos, y hasta en crisis, dinero han sido la sal, el cacao, el tabaco, las conchas marinas, joyas, vacas, y hasta los cigarrillos. ¡Sí!, ¡hasta las vacas han sido dinero! Han sido monedas: azúcar en El Caribe, ganado en Grecia, cobre en Egipto, sedas en Persia, clavos en Escocia, piedras talladas en África, etc.
La aparición de la moneda, fue natural, espontánea, y así también su desarrollo, hasta la moneda como la conocemos en la actualidad. Hoy en día tenemos hasta criptomonedas. Y nacen las monedas por la necesidad de facilitar los intercambios.
Y así los metales preciosos fueron perfilándose como moneda de preferencia. Entonces la gente portaba estas monedas (basadas en oro o plata, por ejemplo) y con ellas hacía sus compras de bienes y servicios. Pero, como es de imaginarse, esto suponía asumir el riesgo de portar esas monedas: potencialmente ser víctima de robo, desaparición o daño de esas monedas. Además, la incomodidad que pudiera representar llevarlas consigo.
Para satisfacer esas necesidades aparece entonces una empresa: las casas de depósito. Pudiera decirse que éstas son los ancestros remotos de los bancos. Ahora los ciudadanos tenían la opción de guardar sus monedas (metales preciosos) en estas casas. Por el depósito, estas empresas entregaban a sus clientes unos documentos que validaban sus posesiones en tal institución: los certificados de depósito. Por sus servicios, las Casas de Depósito cobraban un monto determinado. Estos certificados puede decirse que son los ancestros de los billetes que hoy conocemos.
La función de estas Casas de Depósito prácticamente era resguardar las monedas de los depositantes. Los certificados de esos depósitos eran portados por sus dueños, pero éstos, para poder comprar bienes y servicios, debían ir a sus respectivas Casas de Depósitos y retirar parte de sus monedas (o metales preciosos). Por lo tanto, en la práctica, para el comercio seguían circulando y empleándose las monedas de oro o plata, por ejemplo.
Los comerciantes recibían estas monedas como contraprestación en sus operaciones de venta de bienes y servicios, y luego las depositaban en sus respectivas Casas de Depósitos, recibiendo a cambio su correspondiente certificado.
Estos certificados inicialmente eran nominativos, es decir, llevaban anotado el nombre de su propietario, razón por la que no podían ser entregados como forma de pago, no podían circular.
Como esto representaba un obstáculo a la eficiencia del sistema, este evolucionó espontáneamente, y dichos certificados de depósito pasaron a ser endosables. Es decir, su propietario podía ahora pagar con ellos y así transferir su propiedad y por tanto la capacidad y el derecho a reclamar, en la respectiva casa de depósito, el contravalor correspondiente en moneda (eran certificados redimibles en moneda). Por lo tanto, el comerciante que aceptaba en pago estos certificados de depósitos endosables, tenía que dirigirse a la Casa de Depósito que los había emitido y reclamar el canje en moneda. Y luego dirigirse a su institución (en caso que no fuera la misma) y depositar sus monedas, recibiendo otro certificado endosable.
Bueno amigos, por razones de espacio detengámonos en este punto, por los momentos. Continuaremos recorriendo esta fascinante historia, en el próximo artículo.
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