¿Debe España liderar la acción europea hacia Venezuela?
De la doctrina de Betancourt
En el año 1996, a iniciativa del gobierno español por entonces presidido por José María Aznar, el Consejo Europeo de Ministros adoptó la llamada Posición Común hacia el régimen dictatorial de Fidel Castro, que condicionaba las relaciones entre Cuba y el bloque de países de la Unión Europea a una eventual mejora de la situación de los derechos humanos y la tan anhelada apertura democrática en la isla caribeña. En opinión de Aznar: “La UE se fundó sobre los principios fundamentales de democracia, justicia y libertad y su interés debe ser que se consolide eso mismo en América Latina»
Era una postura firme, que por un lado demostraba carácter ante el régimen castrista y por otro brindaba un apoyo sostenido a la disidencia democrática de Cuba que hasta ese momento se encontraba tan desprovista de solidaridad continental e internacional, porque muchos gobiernos de la región asombrosamente parecieron aceptar sin problemas, la convivencia con una cruenta dictadura que acometía las más flagrantes violaciones a los derechos humanos en contra de su población.
Mucho antes, en 1959, Rómulo Betancourt, prominente estadista y presidente venezolano en dos ocasiones, apadrinaba una de las doctrinas panamericanas del derecho internacional, conocida como Doctrina Betancourt. Rómulo enmarcó en esta doctrina la política exterior de su gobierno; expresó en aquella oportunidad que: “Regímenes que no respeten los derechos humanos, que conculquen las libertades de los ciudadanos y los tiranicen con el respaldo de policías políticas totalitarias, deben ser sometidos a un riguroso cordón profiláctico y erradicados mediante acción pacífica colectiva de la comunidad jurídica interamericana”. El carácter compromisario y principista de esta doctrina, llevó a la Venezuela de entonces a fortalecer y ponerse del lado de las democracias regionales y al mismo tiempo, a romper relaciones diplomáticas con dictaduras de la época como lo fueron las de República Dominicana, Argentina, Perú, Ecuador, Guatemala, Honduras, Haití y, desde luego, la Cuba comunista de Fidel Castro.
No obstante, lo más simbólico de la Doctrina Betancourt fue su aporte a lo que posteriormente, en 2001, se conocería como Carta Democrática Interamericana. Betancourt entendía a la perfección, el papel de liderazgo garantista que aquella potencia emergente regional llamada Venezuela durante el Siglo XX, debía ejercer sobre el continente en materia de democracia y libertad. ¿Y cómo no? Si se trató del padre de la democracia venezolana.
A su vez, Aznar entendía plenamente el papel que la España de finales de Siglo XX y principios de Siglo XXI – con una democracia consolidada en términos institucionales y de cohesión social – debía jugar en el marco de aquella acepción geográfica denominada Iberoamérica y, desde luego, en el plano europeo, como encargada de llevar a cabo la acción exterior para América Latina; algo, que por cierto no debe escandalizar en lo absoluto al representar una tradición en Relaciones Internacionales de la misma forma como es una tradición que Francia lidere la acción exterior dentro de la UE para los países de habla francófona. Esto es elemental en la cultura diplomática.
Hoy en cambio Venezuela está bajo una atroz dictadura y el gobierno español de Pedro Sánchez no sólo no lidera la acción europea contra esta, sino que además se niega a calificarla y a dirigir su política exterior para enfrentarla con hidalguía – como otrora se hiciera – en un gesto que no podría calificarse de otra manera: complicidad. Sobre todo, pusilánime, frente a una cuestión primordial y que no se puede dejar de un lado cuando hablamos de ambos países: Venezuela llegó a albergar casi 200.000 españoles que fueron en distintos flujos migratorios a un país que les abrió las puertas en todos los sentidos, y que hoy arroja a familias enteras, a segundas y terceras generaciones españolas a volver a España en un evidente clamor de auxilio que no encuentran, frente el regocijo de la complicidad del gobierno socialista español.
Las iniciativas de Betancourt y de Aznar fueron dos visiones continentales, cada una a su manera, en momentos y condiciones muy distintas de la historia, en países, en continentes y en hemisferios distintos, que constituyeron un aporte sustancial a la defensa de los principios y valores democráticos en todo el mundo.
Toda acción política, unilateral o multilateral en favor de la libertad, la democracia y la justicia, no pueden considerarse como cuestiones ajenas a la naturaleza de un estado o ser concebidas como algún tipo de injerencia en asuntos internos de otro cuando son invocadas, siendo que estas proclaman tácitamente preceptos de dignidad humana contenidos en la Declaración Universal de los Derechos Humanos y en un sin número de tratados y pactos internacionales en materia de derechos humanos que, no olvidemos, se impusieron frente a la barbarie y la brutalidad totalitaria.
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