María Corina y el quiebre
No hay lucha política que pueda tener éxito en ausencia de convicción. La desmoralización es fatal para cualquier proyecto de envergadura. Por eso el principal campo de batalla se da en el esfuerzo de cada uno de los bandos para domesticar al otro. Que el adversario se de por vencido, huya en desbandada y asuma la preponderancia del que lo oprime. Gana el que derrumba la esperanza de su adversario. Las batallas políticas son sobre todo narrativas mutuamente contradictorias que se confrontan en la psique y el corazón de los ciudadanos. Esa es la razón por la que Sun Tzu planteaba que la verdadera victoria es someter al adversario antes de la confrontación. En nuestro caso el régimen administra una mezcla de amenazas, hechos cumplidos y callejones que solo conducen a su permanencia en el poder.
Hambre, violencia, colapso de los servicios, ruina económica son hechos. Las amenazas tienen que ver con represión y denegación de derechos como efecto demostración. Seleccionan bien sus víctimas, para que los ciudadanos no tengan una sola respuesta apropiada sobre las causas ni el alcance de las consecuencias. Y el callejón, la promesa dilatante, dirigida a la domesticación de las ganas, la capitulación anticipada, es tan vieja como el diablo: “negociar a través de un diálogo una transición hacia ningún lado, que les permite ganar tiempo, los deja en el poder, cristaliza sus instituciones, y devasta la reputación de las oposiciones que se atreven a caer en la tentación”. Algunos se solazan en caer, una y otra vez, en la misma trampa.
Por eso el líder democrático, el verdadero, mantiene un estricto compromiso con la verdad, aunque ella sea dura, aunque no convenga, aunque nadie la quiera oír porque rompe con las expectativas de la paz sin costo que algunos ansían, o porque se sale de los linderos de lo “políticamente correcto”. El verdadero líder denuncia los sepulcros blanqueados de los que proyectan su cobardía como un manual de buenas prácticas de la política. El líder democrático que necesitamos proclama la verdad Incluso cuando invocarla suponga una ruptura con los otros que dicen experimentar lo mismo, pero que no se sienten capaces de traducir esa sensación en salidas apropiadas, y por eso mismo se conforman en promover nuevos saltos al precipicio.
El abismo que todos tememos está lleno de diálogos usurpados y negociaciones simuladas que intentan apoderarse una y otra vez de nuestra escasa capacidad para recordar el fiasco serial del que hemos sido víctimas. ¿Acaso esta metodología de apaciguamiento no comenzó temprano, en el 2002, con supervisión de la OEA y el Centro Carter? ¿Tienen presente que Chávez activó la primera comisión presidencial para el diálogo nacional precisamente en medio de una turbulencia política insoportable? ¿No recuerdan cómo concluyó esa etapa de civilización aparente y corrección política intachable? ¿Va a ser diferente la próxima vez, cuando en todas las ocasiones anteriores resultó ser el mejor camino a disposición del régimen para mantenerse al frente, al menor costo posible para ellos? ¿Cuántos de los compromisos fueron honrados? Sin embargo, cada vez que se plantea el método, algunos lanzan alaridos contra todos los que previenen sobre sus resultados. ¿Vamos a seguir confiando en esos consuetudinarios flautistas del totalitarismo, que tocan el ritmo de la desmemoria y la dominación?
Pocos han sido capaces de encarar esa ola perfectamente organizada para apoyar la ruta planteada por el régimen. Entre todos ellos, no me cabe ninguna duda que María Corina Machado ha sido la que mejor ha expresado ese repudio a las trampas almibaradas que sistemáticamente coloca el régimen. No ha sido la única, pero sí de las más consistentes. En esa ruta se han mantenido con similar firmeza Antonio Ledezma. Ambos han pagado caro la incomprensión del resto, y el bombardeo inmisericorde del establishment, que no solo los ha descalificado, sino que los ha censurado brutalmente. Por cierto, un establishment que cada día está menos en Venezuela, disfrutando de una apropiada distancia que simulan con descaro. Al parecer, cuesta un montón la transparencia y la verdad.
María Corina es de las pocas líderes que, asumiendo ese riesgo, se ha mantenido invicta, aferrada a un diagnóstico certero, comprometida con la verdad, y encarando por todos nosotros, a veces con mucha soledad, las multiformes versiones de la misma tentación que nos quiere someter irrevocablemente a la servidumbre. Otros no se resisten al coqueteo con lo que no es otra cosa que una imposibilidad.
Hasta esta situación no hemos llegado sin la compañía de una maquinaria especializada en hacer pasar por oposición lo que siempre ha sido cooperación. Sin eso hubiera sido imposible tantos años de inestabilidad a punto de colapso. Pero la gente se acostumbra a casi todo, y como hemos visto aquí, a cualquier calidad de dirección y liderazgo. No es nuevo. Pero en algún momento hay que hacer el deslinde necesario, porque mientras tanto esa oposición usurpa el mandato ciudadano, adormece al parlamento y están dispuestos para la próxima foto. ¿Hasta cuando van a estar allí, con nuestra silenciosa anuencia, representando un papel que les excede cualquier actitud o disposición? Esa también es una consecuencia del totalitarismo que vivimos: una dirección vencida, que ya no representa a nadie, que incluso ha dado la espalda al mandato que recibieron, pero que se comporta como una mayoría vigente, legítima incluso. En el transcurso, y debido a tantos errores, se han vaciado de respaldo y significado, aunque sigan allí, administrando cargos y respaldos, sin darse cuenta de la reacción adversa que reciben en las redes sociales.
Sólo para recordar, aludamos al triste caso de Simón, el mago de Samaría. Dos o tres juegos de mano le permitieron parecer lo que nunca fue. Porque no era Dios ni uno de sus enviados. Poco le duró el precario prestigio al confrontar la fuerza telúrica que llevaban consigo Pedro y Juan. Al ver que se le venía una competencia que lo iba a desenmascarar intentó ofrecerles dinero. En ese momento comprendió que algunas cosas no se pueden comprar, la credibilidad es una de ellas. Algunos hoy creen que la disposición de recursos hace la diferencia. No es cierto. El gobierno es un desmentido brutal a esa pretensión. Algunas imposturas opositoras ratifican la falsedad de esa expectativa. Hay algo que se llama probidad que no tiene precio en el mercado de la política. Y ese es el principal capital que exhibe María Corina.
Mientras ella gana adhesiones, prestigio y respaldo popular, en los demás ocurre un trágico colapso. Uno tras otro ha venido cayendo la lista de los falsos magos de nuestra política vernácula. Los gurús, analistas, encuestólogos, especialistas, estrategas, articulistas, editores y políticos no son ni el remedo de la hegemonía que hasta hace poco practicaban con impudicia. Ese castillo de naipes se está derrumbando fatalmente. La gente se amarga -algunos- porque se quedaron sin referentes, porque están cayendo en cuenta que sus viejos santos no hacen milagros.
Pero hay que estar alertas, porque pueblos ansiosos de milagros están disponibles para cualquier espectáculo, por malo que sea. Ese es el principal peligro de los tiempos complicados. Compiten demasiados espejismos que dicen poder salvar, a bajo costo, tantos cuerpos y mentes agotados por el largo peregrinar a través de los senderos oscuros de la tiranía. ¿Se hubiese podido abreviar el camino? Esa pregunta pesa sobre millones de hombros defraudados. Empero, la respuesta, si llega, lo hará demasiado tarde.
El camino ha sido tan largo como nuestra insistencia en dejarnos guiar por falsos profetas, que ni se comprometieron con la verdad ni honraron sus promesas milagrosas. Porque solo un milagro desalojaría a este tipo de expresiones totalitarias, híbridas en su composición, indebidas hasta el extremo en su actuar, mediante un acuerdo ordenado, pacífico y ajustado a derecho. Como si fuese reversible el daño institucional. O fácil el desmantelamiento de la violencia. O la entrega de porciones de territorio y recursos a un sinnúmero de versiones de la peor delincuencia. La magia que algunos pretenden es la del “borrón y cuenta nueva”. Esa magia no existe. El camino desde aquí a la transición requiere firmeza, integridad, claridad en los consensos y mucho coraje. Los que vendan un espectáculo de abrazos y manitos agarradas son farsantes habituales. Son los Simón El Mago del socialismo del siglo XXI.
A veces cansa hablar de la misma farsa y de los mismos farsantes. Antes era más difícil identificarlos, pero ahora, pasado el tiempo, habiendo sufrido todas las decepciones posibles, conociendo con más precisión el talante del opresor, resulta mucho más sencillo saber quién es quién en esta parodia. Los habituales auspiciadores del tiempo perdido siguen resignados a ser los “Jolly Chimp” del socialismo del siglo XXI. Se han reducido a ser ese juguete anacrónico que, cuando le das cuerda comienza el mono a sonar los platillos, mientras exhibe su inexorable sonrisa burlona. Nuestros monos de cuerda cada cierto tiempo son sacados de sus viejas cajas para que aturdan de nuevo el oscuro y taciturno laberinto totalitario. El régimen los activa para que el jolgorio y el ruido distraigan a todos los demás de lo que parece ser su temido colapso, que luce mucho más brutal cuando nada interrumpe su gélido silencio. El régimen, porque está débil, invoca la negociación.
¿Zapatero no es acaso un farsante? ¿La cofradía que le confiere algún poder o reconocimiento no lo son también? Hablemos claro. ¡Lo son! Algo muy malo debe estar pasándonos que a pesar de saberlo le damos cuerda. Pero no hay arrestos suficientes para declararlo no grato desde el parlamento. Allí se puede apreciar, incluso con obscenidad, el hilo de la trama que mantiene al régimen en su sitio. Los que aplauden cualquier anuncio de diálogo y negociación, ¿acaso no se parecen a los tristes sacerdotes de Tlaxcallan, ávidos de la sangre de otros, inermes ante el sacrificio inútil? ¿No son todas esas imposturas de parecer sin realmente ser como el desafiante escándalo que provoca cada grano de arena del reloj que mide nuestras miserias en esta época de servidumbre? Habría que reconocer que Zapatero solamente es el más visible de todos los embaucadores que nos han tocado en suerte. Porque el coro que le canta loas, le hace la corte, le facilita su actuación, son tan culpables como el Tartufo principal. Hay algunos que creen que pueden negociar con el mal absoluto. Eso no es posible. Los que lo intentan se transforman en sus más conspicuos colaboradores, y terminan ahogados en un mar oscuro de intereses y contradicciones.
La verdad es otra: No existen posiciones intermedias en un conflicto tan agonal. En el medio solo ocurre una exasperante estupidez, que al final entrega las banderas de la libertad y la justicia. María Corina ha insistido en ubicarse en una posición de fuerza. “Fuerza es fuerza” ha repetido por todos los rincones del país. Desde el otro lado pitan y se burlan. Pero ella tiene razón. Como no hay plausibilidad entre un extremo y otro, porque el otro es el mal absoluto, lo único factible y debido es acumular fuerza: legitimidad, credibilidad, confianza, esperanza, y capacidad para reaccionar. Cuando habla de fuerza, no es recurrir a la violencia, como imaginan los entregados. Es mantenerse firmes en la estrategia de dejar sin piso político y social al régimen. Es ir construyendo una nueva coalición desde abajo, con nuevos consensos. Es mantener vigente la convicción de que hay una alternativa que puede dirigir la transición, bajo el supuesto de un gobierno de amplio respaldo, y que por lo tanto no es cierto que aquí no haya quien se pueda encargar del proceso. Y, por último, que la unidad es social, es ciudadana, que ya escogió al líder que debe dirigirlos en esta etapa. Esos arreglos cupulares entre quienes ya no significan nada, son una pérdida de tiempo, y otra forma de darle al régimen una bocanada de oxígeno. O por lo menos, jugarretas de tono menor, de un grupo de poder agonizante, pero con recursos que debe gastar y luego justificar. No estamos para eso.
Profeta es quien dice la verdad sin importar el costo. Es el que tiene el coraje de asomarse al caos y comprender las trazas de esas nuevas configuraciones. Es el que se atreve a desandar el laberinto hasta conseguirle sentido y no perdición. Ya ustedes saben quien calza apropiadamente en el concepto. La verdad, dicha con coraje, es el baremo. Porque el quiebre no es otra cosa que una ruptura irrevocable con lo que hasta ahora nos ha venido sometiendo. ¿Estamos listos?
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