Berlín 1989: El retorno a la libertad

Definitivamente la Guerra Fría había terminado, el 9 de agosto de 1989 la muchedumbre berlinesa oriental con picos y mandarrias en mano echaban al traste el muro de la vergüenza. Sin embargo, es prudente aclarar que la conmemoración a la que aludimos está más allá de la demolición de un conjunto de ladrillos, cemento y guayas de acero.

Hagamos un poco de historia. La II Guerra Mundial va a resolver un problema ideológico para las democracias liberales de occidente. El fascismo italiano y el nazismo alemán, esas que tanto le quitó el sueño a Winston Churchill, habían mordido el polvo de la derrota. Sin embargo, la revolución bolchevique que ascendió al poder en 1917 figuraba en el cuadro de los vencedores. Liberalismo y socialismo eran los nuevos bloques de poder, los nuevos sistemas políticos antagonistas.

Alemania fue la mayor representación de la fractura ideológica, mientras Berlín se escinde de sí misma, un muro lacera su territorialidad. Aquí pudiéramos detenernos y hacernos la pregunta de rigor, ¿qué representaba el muro? Pues en definitiva el fracaso del comunismo. Ya para el 10 de agosto de 1961, el modelo socialista daba pruebas de su incapacidad de dar condiciones de vida iguales o superiores a su contraparte liberal. La hemorragia de desplazados buscando bienestar y aires de libertad estaba descapitalizando a la República Democrática Alemana (RDA). El muro levantado sorpresivamente había separado el gentilicio berlinés, cercenado familias, había fracturado la libertad, ser libre pasó a ser un condicionante. Durante 28 años no se detuvo el deterioro de vida de la población y tampoco los intentos de fuga de aquella distopía que maquillada en la propaganda soviética prometía la contraparte utópica.

El colapso de la Alemania Oriental contrastaba con la Alemania federal y, extensivamente, mientras occidente despegaba en libertad, industria, educación, ciencia, tecnología y cualquier ámbito de la vida social y cultural. La URRSS estaba en crisis terminal. La figura del hegemón ruso dice mucho de lo que ocurrió en Alemania, la imposibilidad de seguir manteniendo el COMECON, órgano de financiamiento de las repúblicas satélites, obligó al gobierno de Gorbachov a romper los lazos de control sobre éstas. El imperialismo ruso había caído, ya no intervendrían en los asuntos internos de sus áreas periféricas. Una Alemania Oriental sin el apoyo irrestricto de la URRS, pero además, siguiendo una línea política distinta donde Erich Honecker impedía cualquier posibilidad de reforma implicó un distanciamiento y activación de la población. Ya para el 7 de octubre los días estaban contados para la RDA, se iniciarían movimientos de masas y el 18 del mismo mes dimitiría Honecker.

Sin temor a equivocarnos, podemos afirmar que la caída del muro va a representar, ya no el fracaso que está claramente evidenciado en el levantamiento del mismo sino la debacle del sistema socialista. En consecuencia, la unificación se hizo posible y con ella la inserción de Alemania a la Comunidad Europea y posteriormente a la OTAN. Ambos órganos garantes del modelo liberal, republicano y democrático. El efecto de la perestroika rusa, muy bien llevada por Gorbachov, tributó en que naciones pertenecientes a la comunidad soviética ingresaran igualmente a la Unión Europea como fue el caso de Hungría, Polonia, Estonia, Chipre, Rumanía, Letonia, Lituania, Bulgaria, Malta, Eslovaquia y República Checa. Obviamente produciendo un fortalecimiento en la región.

A la luz de hoy, Europa avanzó durante dos décadas hacia un mercado común, políticas regionales  en bloque y una legislación y moneda regional, no exenta de bemoles pero evidentemente con más pro que contras.

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