(ARGENTINA) La pobreza que supimos conseguir

Se naturalizó en la  Argentina una infame inmoralidad en un país supuestamente rico: la pobreza .

Sí, se naturalizó, no hay vuelta que darle. Cada vez que se conoce un nuevo índice hay una suerte de «acting» colectivo, bien apuntalado por un show televisivo de caras compungidas y de reprochadores profesionales rasgándose las vestiduras. El parloteo y los videographs en llamas duran un rato. Después, vuelta de página y a ver por qué el Papa no se deja besar el anillo o si Emilio Disi salió con Iliana Calabró. Nuestra cosmogonía mediática es sumamente ecléctica. E insustancial. Prueba de que la pobreza no solo ha calado en los bolsillos.

La anomalía es mucho más grave que un mal gobierno. Si fuera únicamente eso, la tarea no sería tan difícil para el votante. Solo se trataría de apuntar mejor a la hora de sufragar. El presidente Mauricio Macri suele decir que los problemas de este país comenzaron hace setenta años. Reconociendo que pueda tener razón en los orígenes profundos, lo cierto es que la Argentina se asomaba todavía a la década del setenta del siglo pasado con índices sociales bastante razonables. Todo se empezó a descalabrar fuertemente desde el Rodrigazo en adelante, a mediados de 1975, de eso hace 44 años, durante el gobierno de Isabel Perón, cuando una megadevaluación terminó desatando la primera de varias hiperinflaciones que sufrimos en las décadas siguientes.

De aquella época hasta hoy mismo han pasado por el máximo poder de la república todo tipo de expresiones democráticas y de facto en un abanico ideológico tan diversificado que comprende desde dictaduras hasta gobiernos hegemónicos democráticos como lo fueron el menemismo y el kirchnerismo, que no supieron dar en la tecla ni desde un extremo neoliberal ni desde la otra punta neobolivariana, aun contando con mayorías plenas para hacerlo. Entremedio y después, gobiernos más condicionados como el de Raúl Alfonsín, la Alianza, el interinato de Duhalde y la actual gestión de Cambiemos, con todos los matices que exhibieron unos y otros, tampoco encontraron la solución. La pregunta crucial es si realmente la buscaron o solo se dedicaron a administrar el día a día con efectismos pasajeros para dar momentáneas sensaciones de alivio.

La Argentina no genera puestos de calidad en cantidad desde hace, al menos, un cuarto de siglo. Durante el menemismo (1989-1999), se consolidó una pobreza estructural que, salvo pequeñísimas treguas, no cesa de crecer. Debería ser el tema excluyente a resolver, sin chicanas y sin grietas, porque nos compete a todos. Pero por ahora solo ha servido para esgrimas verbales de poca monta.

Queda pendiente, como siempre, examinar de verdad qué tipo de falencias tiene nuestra matriz productiva en un mundo laboral cada vez más complejo y en plena transformación, en vez de seguir rompiendo por desidia o desaprensión lo poco de bueno que va quedando. Y así como el actual gobierno puso un bienvenido énfasis en obras públicas necesarias (cloacas, caminos, obras hidráulicas, metrobuses, etcétera), falta recuperar algo todavía más indispensable para el desarrollo que hemos ido deteriorando de manera suicida: la educación. Ningún gobierno podrá revertir en serio la pobreza si no invierte recursos y atención permanente sobre ella. Bastaría como recordatorio de nuestra criminal inacción en la materia solo este dato atroz: casi la mitad de los chicos de este país son pobres. Es esta la principal y más grave hipoteca que pesa sobre el futuro argentino.

Un pequeño paso ha dado este gobierno respecto del anterior al reconocer que el problema existe. Pero no explícita cómo lo resolverá, más allá de consignas genéricas y muy repetidas que ya suenan vacías e insuficientes («este es el camino», «es por acá») . Tampoco satisface que en lo discursivo todo empiece y termine en el déficit fiscal, un tema macro necesario de corregir, pero que por sí mismo no soluciona todos los problemas. Peor aún, en el corto plazo tiende a agravarlos al deprimir la fuerza laboral y del consumo.

Hasta última hora del miércoles, Macri iba a encabezar en la Casa Rosada el anuncio del aumento de la pobreza al 32%. Luego se decidió preservarlo del mal trago y se resolvió que la conferencia de prensa fuera desde el Ministerio de Desarrollo Social, a cargo de su titular, Carolina Stanley, acompañada por el ministro de Producción, Dante Sica.

«Hoy es un día triste», se sinceró la funcionaria, que ya tenía plena conciencia de esos guarismos cuando en septiembre del año pasado comenzó a reforzar las partidas sociales y el abastecimiento a comedores comunitarios. Tampoco fue casual que se adelantara el aumento del 46% a la AUH y el refuerzo al salario mínimo, mientras los jubilados empiezan a recuperar parte de lo perdido en estos meses, gracias a la aplicación de la movilidad. Ciertos índices económicos empiezan a mejorar muy tibiamente, pero la inflación, que hasta ahora no ha dado signos de mejora, augura que el próximo índice de pobreza, que se conocerá durante el segundo semestre, en coincidencia con el último tramo de la campaña electoral, no cederá. Otra pésima noticia para un gobierno que desea ser reelegido, que se había fijado como meta la «pobreza cero» y que pidió ser evaluado por sus progresos en ese ítem.

Crédito: La Nación 

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