Gobernabilidad económica
Durante los primeros meses del gobierno del General Acosta Carlez ocurrió una circunstancia paradigmática y, si se quiere, premonitoria, la Secretaría de Desarrollo Económico (que luego le transformaron tanto su nombre que era difícil saber de qué se encargaba) era la dependencia del gobierno que mantenía relaciones institucionales con los gremios empresariales carabobeños, entre ellos, la Cámara de Comercio de Valencia, pasó que tras una crítica pública que hizo la Junta Directiva de ese gremio a la presencia descontrolada de buhoneros en la ciudad, el General ordenó a esa Secretaría «suspender» toda relación con los comerciantes. Eso permaneció así mucho tiempo y es de recordar que lo que separaba las sedes de la Secretaría y la Cámara eran unas cuantas cuadras a lo largo de la Av. Bolívar Norte.
¿A quién afectó el General? ¿a los comerciantes?…. En realidad daño tantas cosas al mismo tiempo que es difícil abordar el tema en tan corto espacio. En principio, dañó la confianza pública en las instituciones, éstas no deben depender de los humores, miedos, fobias o taras infantiles de los gobernantes de turno, deben depender de procedimientos, de la capacidad de burocracias profesionales y competentes para atender las demandas públicas (y las críticas de un gremio, son una demanda pública legítima), segundo, ocasionó un perjuicio económico a la ciudad, porque el funcionamiento del comercio informal no permite una adecuada recaudación de tributos y la persistencia de una economía sumergida donde la explotación laboral y distintas modalidades de fraude son frecuentes.
Pero, por último, ejecutó un perjuicio tan profundo y duradero, que arreglarlo aún es una deuda pendiente: la gobernabilidad económica. Tanto ese gobernador, como el actual, como casi todas las autoridades públicas provenientes del PSUV y, claramente, el usurpador, Nicolás Maduro, tienen una concepción primitiva del poder donde se ven a sí mismos como el jefe de una tribu, dirigiendo la cacería, antes que como circunstanciales representantes públicos cuyo deber es gestionar consensos. El gobierno, sea local, regional o nacional, es un actor frente a otros actores tan importantes como el mismo gobierno, de tal modo, que es la discusión pública en el escenario público (valga la insistencia en esa palabra casi olvidada, «lo público») es de donde debe nacer la toma de decisiones democráticas. No como ahora, que salen del forro de los deseos del mandón de turno, militar o civil accesorio del militar.
¿que soy irrespetuoso? ¿que soy ofensivo?… ¿Saben cuál es la peor ofensa que he podido ver en este largo periodo gris y aburrido que ha significado el Chavismo – Madurismo? El ver diariamente miles de rostros de personas sumergidas en la pobreza, en la marginalidad, en la miseria en la otrora Valencia «Ciudad Industrial». Eso sí es un insulto a la dignidad humana y fue ejecutado por quienes no comprenden el fino hilar de sostener la confianza pública por medio del diálogo permanente e incluyente, con todos los sectores de la vida pública. En esta revolución no se dialoga con las cámaras, tampoco con los sindicatos, menos con otros partidos, los medios son silenciados, amenazados o cerrados, solo el aplauso y la consigna autocomplaciente es lo que puede verse en esta forma atroz de «gobernar». El entrecomillado es harto justificado, gobernar a punta de gritos, decretos e imposiciones no es gobernar, es tiranizar.
Gobernar, con mucho más cuidado en referencia a temas económicos, implica negociar incluso en medio de antagonismos naturales. Hoy apenas es un recuerdo lejano la discusión tripartita que, año a año durante la Democracia Civil, permitía un aumento salarial consensuado entre empresarios, gobierno y sindicatos. Es totalmente lógico que el actual salario mínimo solo pueda comprar el 5% de la canasta básica familiar, el gobierno, un empleador más, discute yo con yo, lo que desea pagar sin importar mucho la voz de los trabajadores.
Lo que hoy vemos como resultado económico tras 20 años de la misma novela intitulada «así, así, así es que gobierna», es la Venezuela Potencia, el desarrollo endógeno, las cooperativas, los fundos zamoranos, las invasiones y confiscaciones vista en el último capítulo. Desde el eructo del General luego de tomarse una malta hasta el «Dracufest» en medio de una crisis humanitaria son los clavos con que el gorilato crucifica al ciudadano.
¿Qué debería ocurrir? Debería suceder que aprendamos la lección, que los gobernantes sean electos en virtud de su capacidad para generar consensos, los gremios, los sindicatos, la sociedad civil y los partidos políticos deben crear espacios para la disertación, para el debate, para el intercambio de ideas. Más nunca debemos elegir un gobernador por su linda sonrisa, por su pegajoso jingle, por el color de su camisa o por los tres apellidos que usa, se le debe elegir por sus capacidad de concertar acuerdos de convivencia y generación de agendas compartidas.
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