En Venezuela también empieza a escasear la paciencia
Editorial #454 – La marcha

Esta semana se cumplen tres meses del 23 de enero, día en el que el presidente (E) Juan Guaidó se juramentó frente a miles de venezolanos en una multitudinaria marcha en las calles de Caracas.

Ante el fervor de la gente en ese momento advertimos que era importante tener claro que la transición era inminente pero que no sería inmediata y que, por lo tanto, el manejo de las expectativas de un pueblo desesperado, debía hacerse con mucho cuidado.

La avalancha de apoyos y reconocimientos internacionales fue inmediata. La tracción que había ganado Guaidó fue incluso más potente de lo que muchos imaginábamos y la sensación de que íbamos por buen camino también fue generalizada tanto en el país como alrededor del mundo.

Los días fueron transcurriendo y, un mes después, se anunció para el 23 de febrero el ingreso de la ayuda humanitaria “sí o sí” por la frontera con Colombia, un hito que generó grandes esperanzas desde el día anterior, con la realización de un concierto que fue visto alrededor del planeta.

En ese momento, ante una afirmación tan contundente y conscientes de los obstáculos y la forma de operar de las mafias chavistas, preocupó que no había indicios de que existiera un plan B en caso de ocurrir lo que ocurrió. Pero sorprendió aún más que ante la advertencia, los ataques y descalificaciones de lo que ya era un fervoroso grupo de seguidores de Guaidó fueron inclementes. Evidenciaron, además, que no tenían la capacidad de darse cuenta que las llamadas de atención no buscaban el fracaso de nuestro presidente (E), sino justamente todo lo contrario.

Desde ese instante el terreno a transitar se volvió mucho más complicado, un vaivén de emociones. Una de las más notables, sin duda positiva, fue el triunfal y valiente regreso de Guaidó a Venezuela el 20 de marzo después de una exitosa gira internacional, desafiando no solo las amenazas, sino también las altas probabilidades de ser arrestado a su llegada.

La lucha tomó un nuevo aire impulsada por el coraje. Sin embargo, pocos días después fuimos testigos de lo que para muchos fue uno de los más grandes errores desde que asumió y un punto de inflexión en la confianza a Guaidó, cuando el presidente (E) se mostró en una tarima rodeado de algunos de los personajes que mayor desconfianza generan en la oposición venezolana, como Manuel Rosales, Henry Ramos Allup, Edgar Zambrano, Henrique Capriles y otros.

No por casualidad, en esos días, los mismos promotores de “diálogos” y farsas electorales volvieron a hablar sobre la posibilidad de ir a unas elecciones antes del cese de la usurpación, con Maduro en el poder y de candidato por el chavismo.

Como era lógico suponer, esto causó un inmediato rechazo no solo en el país, sino también en los aliados internacionales que tanto nos han apoyado en los últimos meses. Afortunadamente,  esa propuesta ha perdido fuerza. Por ahora.

Tenemos la responsabilidad de hacer un análisis desapegado de toda emocionalidad y éste nos lleva a pensar que la ventana de oportunidad para salir de las mafias que tienen secuestrada a Venezuela se está cerrando. Es por eso que ahora es fundamental que quienes están liderando la lucha den pasos firmes, no cometan más errores y no pierdan el foco: el quiebre del régimen, un gobierno de transición y, después y con todas las garantías y en el marco de la justicia, elecciones libres y transparentes.

En línea con esto, y ante la evidente necesidad de todo un pueblo de volver a creer, la convocatoria para una gran marcha el 1 de mayo puede generar, una vez más, una gran expectativa y una positiva respuesta de la gente. Pero algo debería estar claro a esta altura: entre tantas otras cosas, en Venezuela también empieza a escasear la paciencia.

La gente no está  más dispuesta a acompañar movilizaciones que terminan en tarimas con discursos más parecidos a una campaña electoral que a una protesta en resistencia.

De cara a la próxima convocatoria, exista una oportunidad de que esta vez sea diferente.

Que no sea una marcha más, sino la marcha.

Miguel Velarde
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