Cohesión social y articulación cívica

Un rasgo distintivo de la Venezuela de hoy es la desarticulación ciudadana, de hecho, el grueso de los vecinos de cualquier municipio venezolano puede que no conozca quienes son sus concejales, no está al tanto de sus competencias, ni de sus deliberaciones y menos de sus gestiones. El asunto se complica porque, disculpando al desinformado ciudadano particular, el mismo diagnóstico lo podemos hacer en aquellas personas que ejercen roles como voceros de consejos comunales, gremios empresariales, gremios profesionales, sindicatos y asociaciones civiles en general.

Esa desconexión ciudadana puede detectarse frente al resto de los poderes del Estado y es sinceramente difícil que en tal circunstancia pueda diseñarse y ejecutarse políticas públicas con algún grado de efectividad. Al contrario, esa desarticulación entre gobernantes y gobernados es la fórmula perfecta para el fracaso nacional y la explicación de nuestra lamentable crisis humanitaria compleja.

Los regímenes democráticos solo pueden tomar decisiones revestidas de legitimidad cuando, además de contar con origen electoral para sus mandatos, poseen mecanismos de consulta y rendición de cuentas permanentes que brindan información constatable y veraz a la opinión pública. Aún cuando el poder del Estado, inherentemente, sea capaz de obligar a los ciudadanos a obedecer a través de la fuerza, el proceder recomendable de los mandatarios no es comportarse como un personaje de «Game of Thrones» sino que debe recurrirse a la construcción de consensos, ¿con quién? con los gobernados a través de quienes representan sus intereses parciales: cámaras empresariales, colegios profesionales, consejos comunales, sindicatos, comunidades universitarias y partidos políticos de oposición, esa es la voz del pueblo.

Pero hemos llegado al actual llegadero porque el vacío creado por la falta de cohesión social y articulación cívica a las que me refiero se intenta llenar con propaganda proselitista y dogmas ideológicos. No se dialoga con los empresarios porque son la odiada «burguesía», no se habla con los sindicatos porque el auténtico representante de los trabajadores es el «Presidente Obrero», no se negocia con los partidos políticos de oposición porque son «golpistas, terroristas y el enemigo interno». En esa lógica solo se puede discutir una política pública con el espejo y aplaudir los «logros» fruto del autoengaño.

Ahora bien, ¿esta situación cómo puede cambiarse? Un gobierno egocéntrico, sordo y aislado es un drama pero las alternativas a ese gobierno solo nacen de una sociedad civil articulada. Los ciudadanos deben esforzarse por informarse adecuadamente sobre los asuntos públicos, los gremios empresariales, gremiales, los sindicatos y las comunidades universitarias deben reunirse con los partidos políticos, escuchar y hacerse escuchar para construir propuestas, programas e iniciativas, debatir públicamente las ideas y argumentos. En otras palabras, hay que construir un espacio de deliberación pública que permita influir sobre la opinión general y sobre el posicionamiento de los poderes fácticos frente a las demandas públicas.

Es momento de la política con «P» mayúscula, sin miedo al debate, sin infértiles posiciones antipartidistas, sin sectarismos ideológicos, sin academicismos y, menos que menos, posiciones indolentes del tipo «si no trabajo no como». Por dejar la actividad política (considerándola sucia y corrupta) la Venezuela decente y competente perdió por forfeit cuando los indecentes e incompetentes decidieron tomar Miraflores, la gobernación y la alcaldía. Las fallas de la democracia se curan con más democracia. Este debe ser un punto importante de la agenda.

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