Miradas oblicuas al arte en los totalitarismos a propósito del filme La sombra del pasado (2018)
La sombra del pasado

Quienes han podido disfrutar del filme Guerra fría, la obra maestra que el director polaco Pawel Pawlikowski nos obsequió el año pasado, resultarán incompletos si no prestan atención al filme alemán La sombra del pasado (Werk ohne autor),  que dirige Florian Henckel von Donnersmarck,  cineasta que se hizo con el Oscar por mejor filme extranjero de 2006 con La vida de los otros,  la magnífica cinta en la que escarbaba en la vigilancia que la policía política de Alemania del Este, la Stasi, ejercía sobre los intelectuales. Encontrará el espectador que La sombra del pasado es un complemento perfecto del filme de Pawlikowski no solo porque ofrece una panorámica de los enclaves comunistas instaurados tras la derrota de los nazis, sino porque  también gravita alrededor del arte, solo que mientras Guerra fría se movía al compás del jazz, La sombra del pasado matiza las acciones con los colores de su paleta.  

I

Corre veloz por redes sociales un meme en el que se declara una supuesta verdad que se ha mantenido silenciada. Leí, por ejemplo, los dos siguientes: “el psicoanálisis no es una ciencia. Se tenía que decir y se dijo” y “que no te guste Juego de tronos no te hace especial. Se tenía que decir y se dijo”. Si me apresuran, diré que pareciera una reacción caústica contra la asfixiante atmósfera de corrección política en la que nos encontramos, la cual ha terminado imponiendo que no se pueda hablar de casi nada, por cuanto alguien en el mundo puede resultar ofendido, u ‘ofendidito’, para ir junto a las nuevas palabras con que la opinión pública acuña a estos también llamados ‘nuevos puritanos’.

En cuanto al arte, los censores nunca se contentarían con la simple circulación de un meme, como lo vimos recientemente cuando una escuela española prohibió el cuento de hadas La caperucita roja, según su óptica, por su toxicidad al reproducir patrones machistas. Cómo dejar de recordar acá a Platón, quien en  La república les vedó a los poetas ser parte del anhelado Estado: “…y se la negamos porque despierta  y remueve la parte mala del alma y porque, fortaleciéndola, destruye el imperio de la razón”. La querella de Platón con los poetas toma su forma más capciosa cuando en el libro décimo de su república los presenta como causa simbólica de un castigo de dimensiones infernales.

Hitler, en cambio, no solo desterró el arte moderno de la Alemania del Tercer Reich,  sino que, como secundando aquellas líneas de Tótem y tabú en las que Freud puntualiza cómo la prohibición produce deseo, aprobó su exhibición toda vez los nazis la acompañaran del marco de su interpretación, una vez tiñeran la mirada del espectador del sesgo de la ideología oficial. Así fue como los nazis montaron la exhibición titulada Arte degenerado en Múnich en 1937, y la replicarían en el resto de Alemania y también en Austria. El arte moderno era enmarcado como degenerado por ser la antítesis del arte tradicional, que ostentaba los valores de la tierra, la belleza, la pureza racial, y la gesta del militarismo, en fin, los supuestos valores eternos del pueblo alemán. La exhibición deslucía por su orden caótico y por la etiqueta que portaba cada obra para ridiculizarla y, al mismo tiempo, dejarle saber al público el precio estratosférico que había sido pagado por ella mientras el pueblo alemán moría de hambre a causa de los efectos de la gran guerra. El segmento inicial de La sombra del pasado se instala en este momento del arte en Alemania, y será crucial en el desarrollo del personaje Kurt (Tom Schilling), quien siendo un niño asiste a la exhibición junto a Elisabeth (Saskia Rosendahl).

II

El pasado marzo se cumplió medio siglo de la publicación de la novela Matadero cinco, del escritor norteamericano Kurt Vonnegut, cuyo título alternativo reza acaso de forma más severa  y reveladora: “la cruzada de los niños”. La de Vonnegut ha sido otra obra que no se ha eximido de la censura, pues se ocupa con desparpajo de uno de los episodios de la Segunda Guerra Mundial que, según la opinión de muchos, es uno de los más trágicos: el bombardeo a la ciudad alemana Dresde. “…mil bombarderos  ingleses y estadounidenses lanzaron cuatro mil toneladas de bombas que destruyeron la ciudad, y mataron a treinta mil personas”, detalla el filósofo español Santiago Alba Rico en su ensayo Ser o no ser (un cuerpo). Afligida por los recuerdos de aquel momento, una anciana que viaja hacía el interior de Alemania en el mismo tren que el personaje nuclear de la novela El comienzo de la primavera, del escritor argentino Patricio Pron, elabora su explicación mientras solloza: “No habían hecho nada malo, no eran nazis. No había nazis en Dresde -dijo la mujer-, pero ellos tenían que demostrar que eran mejores, que nosotros habíamos perdido la guerra y que ellos podían hacer lo que quisieran con nosotros.”

Dresde, la también llamada ‘Florencia del Elba’ debido a su belleza estructural y a su imponderable patrimonio histórico, es el inmejorable lugar en el que transcurren las acciones de La sombra del pasado, con un despliegue de varias décadas, sobre todo con particular énfasis en el desarrollo de las habilidades artísticas de Kurt. Esta ciudad, ya se ve, no se reduce a un simple espacio geográfico que se presta para que la historia avance. Ella, en sustancia, funciona como un máximo símbolo de la creación humana omnipresente a lo largo del metraje.

III

El piloto narrador-protagonista de El principito nos cuenta con amargura que claudicó en su vocación artística por consejo de los adultos y, primero que todo, por la incomprensión que estos tenían de sus ilustraciones de boas con elefantes en el estómago. Su caso, como lo pensaría el filósofo surcoreano Byung-Chul Han, se trata inequívocamente de la expulsión de lo distinto, de la exigencia de que se debe abandonar cualquier rasgo de individualidad para hacerse uniforme con la masa, para, en síntesis, ser tan solo uno más del montón.

A Kurt le toca experimentar una variación de la expulsión de lo distinto cuando los nazis sean desplazados por los comunistas y la nueva ideología reclame la borradura absoluta del ‘Yo’, por cuanto nada le resulta más aborrecible a los estalinistas que la supremacía del individuo sobre la masa. De allí que el régimen artístico repose en su subordinación al realismo social.  Todo artista, en este orden, debe exaltar la forma de vida del proletariado. Debe disolverse a fin de poner de relieve los triunfos de los campesinos sobre la tierra y el de los obreros sobre los medios de producción. Con involuntaria simetría a la concepción del arte de los nazis, los comunistas suprimen cualquier otra forma de arte por ser una degeneración burguesa, por ser parte de la decadencia de los explotadores del pueblo.

IV

La postal que un visitante extrae del campus de la Universidad Simón Bolívar en el valle de Sartenejas es la del Laberinto Cromovegetal, obra del maestro Carlos Cruz-Diez inaugurada en 1995, que armoniza el arte, la naturaleza, y la modernidad. Desde mi ingreso a la USB como personal académico en 2007, la imagen de personas posando para llevarse un recuerdo del lugar ha sido reiterativa, con razones de sobra. Hará pocos años, la ilustradora Mary Allenn, uesebista egresada con honores de la licenciatura de Gestión de la Hospitalidad, representó este sacrosanto emblema con el precioso minimalismo y los cálidos tonos pasteles de su estilo. Ahora, cómo una brillante carrera universitaria, anidada entre tales ramas, no va a recordarnos que los antiguos griegos enlazaron la belleza al sentido del bien y de la justicia.  Hoy, las tropelías de un gobierno con vocación totalitaria han trastocado este otrora símbolo de la estética y de los nobles valores del espíritu de la Universidad Simón Bolívar. Con todo, sabemos que nuestro Laberinto Cromovegetal pronto reflorecerá.

Contra el palpitar de la vida, los estalinistas interpelan a Kurt para que ceda su arte al lenguaje muerto de la propaganda. Los totalitarios anulan la creatividad y la originalidad del joven artista al objeto de convertirlo en una máquina reproductora de consignas vacías que celebren la grandeza de Stalin. En resumidas cuentas, saltan a la vista las discrepancias con lo apuntado en el párrafo anterior, visto que del mundo de Kurt se ausentan el progreso, los colores risueños de la vida, y la práctica del bien y de la justicia, en su condición de eje rector de toda interacción humana.

V

Tal y como lo aduce el escritor español Andrés Barba en su ensayo sobre la risa caníbal, una función el chiste político es el desahogo y la mitigación de las frustraciones sin tener que llegar a enfrentamientos reales. Se hace oportuno recordar acá dos chistes sobre el hambre que se contaban en Alemania del Este con la típica fórmula de una respuesta desternillante por resultar tan inesperada como ocurrente. 1) A: ¿Es posible que un alemán haya evolucionado del mono? B: No lo creo, pues ningún mono habría podido sobrevivir con dos cambures al año; 2) A: ¿Cómo puedes usar un cambur como brújula? Sencillo: lo pones sobre el muro de Berlín y la mitad que esté mordida al rato te indica que es el Este. El próximo 9 de noviembre, dicho sea de pasada, se celebrarán treinta años de la caída del Muro de Berlín, evento que marcó el derrumbe del comunismo en la Unión Soviética y el de sus satélites en Europa oriental.

Kurt alcanza palpar en el ambiente que los comunistas ambicionan demarcar los límites de su poderío. Dicho con más precisión, Kurt intuye que el lado de Alemania en el que se encuentra está a punto de convertirse en un enorme campo de concentración, uno que, aunque carente de un clima gélido equiparable, emulará a Siberia. Para su fortunio, el joven artista traspasa la zona limítrofe antes de que los comunistas alcen el portentoso Muro de Berlín. Escapa hacia la libertad, lo que equivale a decir que escapa hacia el arte como praxis de la plena autonomía del individuo.

VI

Uno de los conflictos del hermoso filme La forma del agua, del director mexicano Guillermo del Toro, radica en que, al final, las potencias enfrentadas en la Guerra Fría terminan construyendo sus residuos de anomalías, esto es, imponen una idea de lo normal, por lo que muchos individuos pasan a ser restos sin lugar en la sociedad, bien sea porque son mujeres, negros, homosexuales, o, por sobre todo, hombres anfibios. La historia de amor que vemos corre pareja con el sistema de exclusión operativa en ambas ideologías. El filme no nos depara mayor sorpresa a este respecto si tenemos en cuenta que su director es mexicano, y que uno de los principales problemas que encara el mundo actual, y que constituye una fecunda materia cinematográfica,  es el de los refugiados y los desplazamientos entre fronteras, entre estos, obviamente, el de los mexicanos hacia Estados Unidos.

La sombra del pasado ofrece un retrato de las políticas de salud nazi contra los enfermos mentales, quienes son objetos de esterilizaciones y hasta de eutanasia por ser consideradas vidas que no merecen la pena ser vividas, mucho menos para el ideal de perfección nazi.  Respecto a los comunistas, se sabe que Stalin erigió institutos psiquiátricos en los recluyó a muchos opositores. En una palabra, patologizó el pensamiento crítico contra sus desmanes. Kurt, no obstante, termina convirtiéndose en un artista mediante una estética a contramano de las ideas de anomalía de ambos sistemas totalitarios.

VII

En el cuadro El refugiado, del pintor judío Felix Nussbaum, quien sucumbiría al ominoso campo de concentración Auschwitz en 1944, vemos un hombre encorvado y desesperado en una habitación vacía. Luce diminuto en comparación con el globo terráqueo y la entrada de la habitación, cuyas dimensiones agigantadas simbolizan su exclusión de cualquier lugar. Una negación similar, qué duda puede caber, ocurre con la libertad del artista dentro de los totalitarismos.

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