(ARGENTINA) ¿Títere o traidor?

El «generalísimo» Francisco Franco lo pensó minuciosamente para «dejar todo atado y bien atado» cuando su larga vida de dictador se extinguiera. Pero algo falló.

Tras la victoria nacionalista en la cruenta Guerra Civil, Franco se erigió en supremo «caudillo por la gracia de Dios» por interminables 36 años. Ya entonces estaba fuera de circulación, en el exilio, desde el breve imperio de la república en España, el rey Alfonso XIII. A él también se le sumó su hijo, Juan de Borbón, el siguiente en la línea de sucesión. Sin embargo, la suerte real cambiaría en la siguiente generación drásticamente.

Es que Franco, en cambio, se ocupó en persona de que Juan Carlos, el nieto de Alfonso XIII, recibiera una educación e instrucción adecuadas a su imagen y semejanza para que tras su muerte subiera al trono como custodio post mortem de su autoritaria ideología. Pero la prosapia liberal de los Borbones pudo más y el nuevo rey traicionó el legado oscurantista de su mentor al reimplantar la democracia que España recuperó hace ya más de cuarenta años. Para ello contó con la inestimable colaboración de otra figura emblemática a la que el franquismo le había confiado sucesivos cargos: Adolfo Suárez, el inolvidable padre de la transición que, como presidente del nuevo gobierno, condujo a España de las cavernas autoritarias a las libertades recuperadas (Pacto de la Moncloa incluido, deseo reiteradamente verbalizado por la dirigencia argentina, pero jamás llevado a cabo).

¿Podría  Alberto Fernández , si se afirma como candidato y gana las  elecciones presidenciales , encarnar a una suerte de Adolfo Suárez que, proviniendo de las entrañas más profundas del kirchnerismo, pudiera clausurar la grieta alejándose de sus pulsiones hegemónicas para evolucionar hacia la inédita experiencia de un peronismo republicano?

Además de los infinitos matices que diferenciarían aquella experiencia española de una posibilidad similar aquí, hay algo fundamental y decididamente distinto: cuando el rey Juan Carlos y Adolfo Suárez iniciaron aquellas complicadas maniobras, Franco ya estaba muerto y sepultado en el Valle de los Caídos.

¿Puede un aspirante justicialista al poder desafiar a un líder vivo? No le fue bien cuando intentó su «peronismo sin Perón» al gremialista metalúrgico Augusto Timoteo Vandor. Tampoco Héctor J. Cámpora, al entusiasmarse cuando la «juventud maravillosa» lo adoptó como «el tío» (cariñoso mote que aludía a que si el odontólogo de San Andrés de Giles era el tío, era porque existía un padre, y ese padre era nada más y nada menos que Juan Domingo Perón, que pronto volvió al poder por tercera vez). Cámpora duró apenas 49 días en el sillón de Rivadavia.

Al único que le salió bien traicionar a su mentor fue a Néstor Kirchner, que una vez que recibió los atributos del mando de Eduardo Duhalde automáticamente le dio la espalda. Hay que decir, sin embargo, que Duhalde nunca ejerció su liderazgo con el ímpetu de Perón, Menem o Cristina.

Pero ¿Alberto Fernández tiene realmente la vocación de dar vuelta la página? No lo sabremos por ahora porque desataría un cisma en el seno del kirchnerismo y abortaría su precandidatura si diera señales de ello.

Por el contrario, Fernández viene dando muestras de un kirchnerismo extremo y abrumador, tras haber sido hipercrítico durante diez años: eligió hacer su primera conferencia de prensa desde Río Gallegos, al lado de Alicia Kirchner; visitó el mausoleo de Néstor Kirchner (que construyó Lázaro Báez); recibió de parte del cuestionado Rudy Ulloa una estatuilla del expresidente; participó en el acto de ayer en Merlo -que incluyó la inauguración de un parque que lleva el nombre del difunto mandatario- junto a Cristina Kirchner , y volvió una y otra vez a cuestionar a los jueces, un tema que lo desvela, imposible de desligar de los once procesamientos que tiene su jefa, quien, en la semana que pasó, se sentó por primera vez en el banquillo de los acusados en el comienzo del juicio oral por corrupción en la obra pública.

Así las cosas, la posibilidad de que Alberto Fernández se convierta en el Adolfo Suárez del kirchnerismo parece bastante remota. Pero si Cristina Kirchner lo nominó para que pescara votos en aguas ajenas a las de su recalcitrante militancia -fue desopilante cómo esta se cuadró de inmediato ante quien denostaron mientras se mantuvo lejos del redil cristinista-, no parece que la estrategia desplegada sea la más propicia. Es más: hasta ahuyenta a peronistas de otras cepas como a los dirigentes de Alternativa Federal y el siempre solitario Roberto Lavagna.

Pensemos ahora por un minuto en la hipótesis más favorable para la disruptiva fórmula de los Fernández: se consolida y gana las elecciones. Ni sus teóricos más fieles ven sencillo el esquema de poder que encarnarían. Leamos al ex seissieteochista Edgardo Mocca, en Página 12, contento por un lado por la nueva «anomalía», pero que se muestra inquieto con el «doble comando» que emergería si el triunfo los acompañara: «Hasta ahora no funcionó en la Argentina la pretensión de separar el liderazgo popular principal de la dirección del aparato del gobierno y el Estado». Contundente.

Crédito: La Nación

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