El editor valiente

En el libro “Apuntes de memoria del editor”, escrito por José Agustín Catalá, el autor relata que durante los primeros días de 1950, editó en Ávila Gráfica el primer número de la revista “Cantaclaro”, promovida y dirigida por un grupo de jóvenes intelectuales entre los que se encontraban, Jesús Sanoja Hernández, Miguel García Mackle, José Francisco Sucre Figarella, Guillermo Sucre Figarella Raúl Zambrano, Rafael Muñoz, Francisco Pérez Perdomo y Raúl Ramírez.

Para ese año los periódicos o revistas no podían circular entonces sin previa censura oficial. Ya la Gobernación de Caracas le había negado al abogado y periodista Ramón J. Velásquez la circulación de un semanario titulado “Hechos” por su contenido.

Cuenta Catalá en sus memorias que imprimieron -a todo riesgo- ese primer número de “Cantaclaro”, pues llevaba como portada la foto de Rómulo Gallegos, Presidente constitucional de la República derrocado por la junta militar con el golpe de estado del 24 de Noviembre de 1948.

El retrato del Presidente depuesto se convirtió en el primer desafío a cara descubierta contra la dictadura militar. La imagen estaba acompañada por el siguiente texto:

La revista Cantaclaro rinde un homenaje en primera plana al insigne Maestro americano Don Rómulo Gallegos, al tiempo que quiere significar en la señera personalidad artística del gran creador y en el ejemplar gesto que norma la conducta ciudadana del gran hombre, el hecho espiritual y la actitud social que vertebran alrededor de nuestras páginas a un grupo de jóvenes intelectuales que convergen en un punto común referente al objetivo histórico de las ideas.

No hay mejor lección del gesto vivo que arranca de una hermosa verticalidad ni hay mejor herencia espiritual que aquella obra hecha en atención de las “reglas de concordancia entre escritor y pueblo”, como dijera el Maestro. Podríamos decir, para un sentido general, “entre creador y pueblo”, y en la obra siempre está latiendo un corazón de inmortalidad, como late en el Quijote, en Cantaclaro y Martín Fierro.

Esa lección y esa herencia son la sangre y la atmosfera vital de Don Rómulo Gallegos, ellas son atributos que se han hecho carne y hueso de su vida, raíces incrustadas en la profunda identidad terrena de su tránsito histórico, siembra, en fin, que es y será en las jornadas de la cultura americana semilla de generaciones y fruto de realización humana.

El editor guardó cincuenta ejemplares en los talleres de Ávila Gráfica, para cuando se presentara la policía a decomisar la edición encontrara unas copias que llevarse, como en efecto lo hizo, llevándose a Catalá detenido para interrogarlo, cosa a la que ya se estaba acostumbrando. Eso no evitó que el escrito rodara por ahí.

A finales de Enero publicó también un texto de Alarico Gómez llamado “Poema para inmigrantes y turistas”, en cuyo preámbulo se lee este fragmento:

Mis hermanos volvieron a la cárcel. Afasia momentánea sufrió el pueblo. No rieron más alegremente esposas, madres, novias, hermanas. La libertad de pensamiento fue condenada a cadena perpetua. Solo pudieron vivir y comer tranquilamente en sus hogares los poderosos, los aduladores, los cretinos, los del mágico mercado del oro negro y esos profesionales de la infamia, parásitos de todos los gobiernos. Fueron violados el hogar y el cine y las cartas y la peluquería y el escritorio de abogados y el silencio de la noche, por una sospecha leve. Y violada también la ranchería que está como detenida, a la hora media y a la hora otra, en mitad del pardo cerro. Entre tanto familias enteras eran humilladas porque hablaron bien del último gobernante, posiblemente aquella tarde en que vinieron siete rosas ahorcadas balanceándose en un cielo negrísimo. Se abrió el camino del destierro y de la fuga, bajo un terror de fusiles verdaderos. El hambre moría huesos amarillos indefensos. No hubo más trabajo para nadie. Se paseaba vencedor el oportunismo por las calles abandonadas. El amor, con desprecio, se hizo a un lado. Trabajaron con arte de faquires los espías, la policía secreta. Y la mujer sin fe vendió a su marido por el brillo de un uniforme nuevo.

Después de aquella publicación comenzó la guerra de la Seguridad Nacional contra la editorial. Catalá fue detenido dos veces con el correspondiente allanamiento de las oficinas de Ávila Gráfica y su apartamento, ubicado en el bloque 7-L3 en El Silencio, también por averiguaciones de impresos clandestinos que hablaban mal del régimen circulando por Caracas y el interior del país.

En esas ocasiones le decomisaron todas las ediciones y lo condujeron a la Central Policial, donde le informaron que si aparecía un solo ejemplar –por allí desviado-, lo irían a buscar otra vez para que se arrepintiera de verdad.

Poco le importaron las advertencias de la Seguridad Nacional, luego de aquello colaboró con el órgano clandestino de Acción Democrática, trasladando una prensa Chandler a una casa en la Avenida Los Totumos, en la barriada El Cementerio. En ese lugar realizaron la primera impresión tipográfica de “Resistencia” y “Testimonios”, otro periódico clandestino redactado por Ramón J. Velásquez.

La aventura del editor valiente apenas comenzaba.

Jimeno Hernández
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