¿Cómo desplegar un nuevo estilo de desarrollo para Venezuela? (I de II)

El presente artículo y el subsiguiente dan inicio a una serie de nueve o diez que dedicaré a la reconstrucción de Venezuela, basada en las propuestas del libro “Venezuela, vértigo y futuro”, publicado por la Universidad Metropolitana y Editorial Dahbar, cuya autoría comparto con Tanya Miquilena. 

Los venezolanos estamos a punto de rescatar la democracia, pero la recuperación de nuestro país no será una consecuencia automática de la superación del régimen socialista. Tendremos que hacer mucho para reconstruir a Venezuela, porque nuestro derrumbe ha sido enorme, y tendremos que hacerlo en un nuevo estilo de desarrollo, para que el futuro que construyamos le ofrezca a todos los venezolanos la posibilidad de progresar y realizarse en paz y en libertad, evitando así los errores sostenidos por muchas décadas, que a la larga nos llevaron a la tragedia que hoy vivimos. 

En este primer escrito planteo para nuestros lectores cuándo comenzó a gestarse el derrumbe de nuestro país, cuál es la dimensión real del desastre y cuáles son los problemas que lo generaron. Concluyo el artículo comentando los rasgos fundamentales del nuevo estilo de desarrollo que debería asumir Venezuela en su futuro y los retos a los cuales nos enfrentaremos durante la reconstrucción que deberá implantarlo.  

Algunos datos sobre la cronología y las dimensiones de nuestro derrumbe 

Para entender cómo se gestó nuestra declinación, baste comentar el comportamiento de unos pocos indicadores de desarrollo, en los últimos veinte años de la democracia y en las dos décadas del socialismo que estamos por superar. Entre 1978 y 1998 el salario medio real del trabajador venezolano se redujo en un 65% y para 2017 su reducción acumulada ya era de un 93%; la pobreza de ingresos creció de un 30% a más del 60% de la población en las dos últimas décadas del Siglo XX y llegó a ser más del 90% en 2018; y la tasa anual de homicidios por cada 100.000 habitantes pasó de 10 en 1978 a 20 en 1998, para hacerse superior a 90 en 2018.

La magnitud del derrumbe económico adquiere una dimensión gravísima cuando comparamos nuestro progreso con el de los países desarrollados a lo largo de los últimos cuarenta años. Para 1978 nuestro Producto Interno Bruto percápita a precios constantes (PIBpc) representaba aproximadamente el 95% del valor promedio de los países miembros de la OCDE, en 1998 ya había caído a un 47% y en 2018 apenas representaba un 22%, valor que es menor que el de cualquiera de los años de nuestra historia posteriores a 1860!!!.  

No es que sea poco el repliegue de 60 años que algunos economistas reconocen en el PIBpc de Venezuela al compararla consigo misma a lo largo de su historia reciente. Es que debemos mirarnos en relación al resto del mundo, y en particular en relación a los países cuyos niveles de desarrollo buscamos alcanzar, los cuales, mientras nosotros retrocedíamos, no han parado de progresar en nivel de vida, en dominio del conocimiento y en capacidades para generar riqueza.

Y al explorar un poco más ese enorme hundimiento, nos damos cuenta de que él es expresión de una crisis más amplia que un grave abatimiento de la economía; que tiene manifestaciones sociales muy serias como el crecimiento de la pobreza estructural que ya mencionamos; y que muestra expresiones institucionales que también se vienen agravando progresivamente desde los años 70 del siglo pasado. 

El nuevo estilo de desarrollo y los retos que implica su implantación

El nuevo estilo de desarrollo que debe servir de guía a la reconstrucción de Venezuela, debe estar caracterizado por unas instituciones confiables y transparentes que protejan la libertad, los derechos y las iniciativas de los ciudadanos, poniendo al Estado al servicio de ellos y no al revés. Esas instituciones deben dar soporte a la creación de capacidades humanas para que cada venezolano se haga agente de su propia vida, deben propiciar una elevación significativa de la escala de nuestra economía atrayendo y dando seguridad jurídica a muchas inversiones privadas, y deben asegurar que nuestro crecimiento económico se dé con ritmo sostenido, con muy baja inflación y en armonía con la naturaleza. 

Consolidar logros en la dirección del nuevo estilo obliga a superar el excesivo protagonismo del Estado que hemos vivido por más de cuarenta años y priorizar las iniciativas de los ciudadanos haciendo que las del Estado sean subsidiarias y apoyen a las primeras, y exige desaparecer las conductas clientelares y de persecución de rentas en las que han participado en el pasado los actores políticos y una buena parte de los actores económicos. 

El reto que implica poner en marcha nuestro nuevo estilo de desarrollo es enorme y acuciante, tanto por la dimensión de los problemas internos a resolver, como por el hecho de que los años en que estaremos intentando desplegarlo, estarán signados internacionalmente por dos tendencias de cuyo influjo no podremos excluirnos. Se trata de la Cuarta Revolución Industrial que se vive en el planeta, la cual ya nos está afectando aunque no lo advirtamos, y de las tensiones globales que están tomando cuerpo como consecuencia de las nuevas confrontaciones de bloques de países, del terrorismo internacional y de delitos globales como es el tráfico de drogas, las cuales ya nos han convertido en un tablero de su propio juego. 

La pérdida que hemos sufrido en nuestras capacidades, la degradación de nuestras instituciones y la destrucción de nuestro tejido social son tres graves problemas que se nos hicieron crónicos por cuarenta años y que explican nuestro derrumbe actual. Los debemos resolver con unas estrategias que cambien dramáticamente las orientaciones que venimos siguiendo desde los años 70 del siglo pasado, teniendo conciencia de que las circunstancias globales en que deberemos hacerlo nos presentan serios retos. 

Partiendo del primer análisis que hemos planteado aquí, dedico los dos próximos artículos a resumir las tres estrategias que hemos propuesto para que la reconstrucción nos lleve al nuevo estilo de desarrollo deseado.  Mientras mayor sea el rezago que acumulemos en nuestra educación y nuestro aparato productivo frente a las exigencias que plantea la Cuarta Revolución Industrial, y mientras más tiempo nos tardemos en recuperar la solidez de las instituciones y comenzar a reconstruir nuestro tejido social, mayores serán nuestras tensiones internas, y más alto será el riesgo de que los juegos de la geopolítica y los delitos globales las compliquen convirtiéndonos definitivamente en parte de una agenda internacional cuyo control nos escapa. 

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