Los empleados públicos deberían beber en el trabajo
Me disculpan la falta de humildad, pero cuando mi cerebro parió esta idea me hizo sentir tan genio como Arquímedes o Newton (aunque dado lo inmoral, en verdad me siento como un Martin Luther King de Cúcuta). Es que después del fuego, la rueda, la imprenta, el teléfono, el automóvil, el avión y el internet; éste sería el concepto más idóneo para revolucionar esa burocracia de Estado, donde ni siquiera se atreven a hacer un programa los más arriesgados conductores de canales como Nat Geo Wild o Discovery.
Si los empleados públicos tuviesen incentivos en licor por cada trámite realizado, no solo los harían rápido, sino dándonos un trato cinco estrellas. Solo imagine conmigo: en todos los ministerios nos recibirían promotoras y promotores de whisky llevándonos a esperar breves tiempos de cinco minutos, pues todos los funcionarios se desvivirían por atendernos rápido para así recibir más licor.
Ya no nos llenaría de miedo el saber que llegó nuestro turno para pasar a la taquilla. Por el contrario, uno iría con la misma alegría con la cual se acerca a la barra de un local. Y estando ya frente al funcionario, éste lo vería a uno con brillantes ojos de emoción, una tremenda sonrisa y diría:
– ¿¿Esta partida es seca??
– Para nada, amigo. Lo único es que faltan cinco para las doce y viene su hora de almuerzo.
– Hermanitoooo, yo como o bebo. Y como ya empezamos a beberrrrr, ¡no hay almuerzo!
– ¡Salud por eso!
– ¡Yo le saco ese pasaporte porque usted es mi a-mi-go!… Es más… acércate… acééééércate… aprovecha y sácate tres de una porque llegó material y no sabemos cuándo vuelva.
– ¿Y cuánto le debo?
– Tranquiiiiiiiilo… deja esa vaina así… hoy por ti, mañana por mí.
Ésta incluso sería la solución para tener empleados públicos con iniciativa, pues borracho que no arregla el mundo, no es borracho:
– Brooootherrrrrrrrr… toma tu pasaporte nue-vo.
– ¡Salud por eso!
– ¡Salú!… Y más bien disculpa la demora… Pa’ la próxima te sale fissssss… ra-pi-di-to… porque yo tengo una idea pa’ que los pasaportes salgan ra-pi-di-to y no te tengas que echar el viaje pa’ acá. ¡Ven!… ¡Ven a-cá!… Escucha esto: ¡Que te lo manden por PDF, tú lo imprimas en tu casa y venga con un código QR para todos los aeropuertos del mundo!… ¡¿Qué taaaaal?!
¿No suena hermoso? Por eso tomé el riesgo de probar la idea yo mismo. Fui a sacarme el pasaporte y llevé vasos plásticos, una cabita con hielo y una botella de whisky 12 años para darles traguitos a todos los funcionarios presentes.
Una vez en el sitio, llegó mi turno con el funcionario. Le serví un traguito en las rocas para agilizar las cosas y se lo acerqué muy sutilmente, dejando que el hielo se encargara de expedir ese ahumado aroma del whisky. El funcionario levantó la mirada… lo vio… me vio… se paró violentamente, manoteó el trago, lo regó por el piso, me jaló por la camisa, me sacó a empujones del edificio y me gritó frente a todo el mundo: “¡Qué falta de respeto es ésa para un funcionario público de esta envestidura, chico!… ¡Aquí bebemos, mínimo, 18 años!”.
Fui derrotado. Lo sé. La burocracia pudo más que yo. Pero no me rendiré. Las grandes revoluciones necesitan hombres tercos y soñadores. Por eso me encomiendo ya mismo a Martin Luther King y sigo mi sueño con la misma pasión del primer día, aunque solo cambiando su célebre frase “I have a dream”, por otra mucho más acorde al Martin Luther King de Cúcuta: “I have a drink”.
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