Rebelión en el puerto
El maestro Juan Bautista Picornell, apóstol de los ideales de libertad y justicia, el reo más afamado de España por alzarse contra el Rey Carlos IV, fue entregado por Pedro del Barco, capitán del bergantín “La Golondrina”, en manos del Comandante Militar de La Guaira el 5 de diciembre de 1796, todo para ser encerrado en el Castillo de San Carlos junto a los individuos que debían separarse por orden de Su Majestad, Manuel Cortés, Sebastián Andrés y José Lax, principales lideres de la fracasada rebelión de los cerrillos de San Blas en 1795.
El Comandante Militar del Puerto, Agustín García, encargó al sargento José Rusiños para conducir al reo y entregarlo al Alcaide de la cárcel, el guaireño José Francisco Oramas. Picornell en el acto se percató que Rusiños era originario de Villa de Liet en Cataluña y le habló de entrada en catalán, ganándose la simpatía del captor, quién quedó encantado con los talentos del prisionero.
El Alcaide Oramas recibió a Picornell y sus compañeros con las respectivas formalidades presidiarias, pero, ante la educación y fama bien correspondida de los reos, atenuó el sufrimiento de éstos desde la primera hora de su estancia. El primer gesto piadoso fue encerrarlos en calabozos con ventana para que les entrara brisa y pudieses ver la luz del día, también despojarlos de las cadenas y los grilletes.
No podían haber llegado el maestro y sus tres discípulos a un lugar más apropiado en esos tiempos. La Guaira fue uno de los primeros sitios por donde comenzaron a filtrarse en las colonias americanas los textos prohibidos de la Revolución Francesa. Para el año 1794, antes de caer presos en Madrid gracias a la confesión de Manuel Hernández ante el cura de su parroquia, y este último violara el sigilo sacramental para acusarlo con el Obispo, notables del principal fondeadero de la Capitanía General se reunían para comentar, en privado, los beneficios de la libertad, igualdad y fraternidad instaurados en Francia, así como la posibilidad de implantarlos en Venezuela.
Menos de un par de semanas después de su desembarco y traslado al Castillo, Picornell se enteró a través de Rusiños, quien lo visitaba en su celda casi a diario, sobre la existencia de un grupo de notables que se reunía para discutir el tema de los ideales galos. Comentó que el grupo estaba liderado por José María España y un Capitán retirado llamado Manuel Gual, también que predominaba en la sociedad del sitio el gentilicio vasco. Después de la disolución de la Compañía Guipuzcoana, muchos de sus oficiales continuaron haciendo vida en el puerto, dedicándose al comercio o la agricultura como los Aranzamendi, Arrambide, Goenaga y Mendiri, revolucionarios auspiciados por un acaudalado comerciante llamado Manuel Rico y Montesinos, todos a favor del separatismo y apoyados por la mayoría del pueblo de La Guaira.
Las conversaciones entre Picornell y Rusiños se fueron tornando más interesantes con cada encuentro, convirtiéndose así en el primer vinculo con los notables. El maestro encontró un alumno a quien instruir con su doctrinas conspiradoras, el sargento un personaje admirable por su calidad humana, capacidad de entendimiento sobre la problemática actual de provincias y colonias, pero, sobre todas las cosas, su atrevimiento a rebelarse contra la corona en la capital del reino.
Bastó un mes de estas pláticas para que los notables conocieran sobre la vida, obra y peripecias del reo más peligroso de España. No tardaron algunos curiosos en solicitarle a Rusiños conocer al maestro Picornell en persona. Las constantes visitas del sargento, así como la complacencia de Oramas dejaron que Picornell estableciera contactos con partidarios porteños y hasta los recibiera en un despacho de su calabozo.
Allí conoció a José María España, un nativo de La Guaira que para la época tenía 36 años de edad y ostentaba el cargo de Justicia Mayor en Macuto, cumpliendo oficios de Alcalde en la administración de justicia ordinaria y de policía. Era alto, distinguido, simpático, siempre sonreído y elegantemente vestido, hombre de convicciones democráticas y bien educado, un ilustrado para su tiempo. Manejaba una hacienda cerca de Naiguatá en la que poseía numerosos esclavos, producía café, cacao y algunos frutos, también otra llamada “El Corozo”, además de varias casas en Macuto, Naiguatá y La Guaira.
A parte de su holgada posición económica, gozaba también de categoría social gracias a su nivel cultural, ya que poseía una de las bibliotecas más nutridas del puerto. Picornell no escondió su emoción al saber que funcionarios públicos de aquel sitio comulgaran con sus ideales.
España le habló sobre otros que, al igual que él, estaban dispuestos a llevar a cabo una revolución en las colonias. Entre estos se encontraban personajes de importancia como Manuel Gual; el presbítero Juan Agustín González, cura y vicario del litoral; Agustín García, Comandante Militar del Puerto que recibió a los reos al desembarcar de “La Golondrina”; Juan Lartigue de Condé, Capitán del Real Cuerpo de Ingenieros; Bonifacio Amezcaray, Alférez de Navio de la Real Armada; Martín Goenaga, oficial de la Real Hacienda; Juan José Mendiri, Comandante de Puerto y Contador Real Interino; Patricio Ronán, Teniente de Ingenieros; y Francisco Oramas, Alcaide de la prisión. A estos los apoyaban acaudalados comerciantes como Xavier de Arrambide y Manuel Rico Montesinos.
Fue así como, con la ayuda de Picornell, se fue gestando la rebelión de Gual y España que sería descubierta el 13 de Julio de 1797.
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