(ARGENTINA) El desafío de Macri: hablar de economía

La reunión fue en la residencia presidencial de Olivos en algún momento de 2017, el único año en el que la economía le sonrió levísimamente a Mauricio Macri, ya que durante el resto de su gestión los índices fueron negativos. Como bien afirma Carlos Melconian en su flamante libro Cantar la justa, Macri nunca pudo sentirse Gardel (a Fernando de la Rúa le pasó otro tanto), mientras que los demás presidentes que gobernaron a partir de 1983 sí pudieron gozar de uno o más momentos de alguna bonanza, efímera al menos.

El ocasional interlocutor del Presidente, de clase media acomodada, en charla en confianza, se ponía como ejemplo social de cómo la situación lo impactaba muy relativamente, en momentos en que los tarifazos ya apretaban más de la cuenta:

-Mirá: si yo no cambio el auto, en vez de ir tres veces al año a Punta del Este voy una y bajo a la mitad mis salidas a comer afuera, con eso ya estoy ajustado. No es tan difícil.

El Presidente abrió grandes los ojos y sin abrir la boca, solo con la expresión de la mirada, pareció decir: «¿Y acaso no es así?».

El visitante retomó la palabra y respondió como si hubiese adivinado esa intención.

-Pero no es así en otras clases sociales. En la más baja puede significar comer menos y peor; en la media-media, es decir, tus votantes -recalcó-, se empieza a estrechar mal su presupuesto.

El voluntarismo presidencial para cerrar el paso a ese tipo de inquietudes que comenzaban a crecer en aquel momento era repetir que encabezaba el gobierno que más gasto había dedicado a lo social en la historia y que a eso se había agregado la reactivación de los créditos hipotecarios, ambos hechos verdaderos, pero insuficientes.

Por indiferencia, o para no parecerse en nada a Cristina Kirchner, el Gobierno dejó enfriar el consumo. Tal vez primó el principio de ortodoxia económica que supone que eso es lo correcto para bajar la inflación. A la vista de los resultados obtenidos, ese, sin duda, no era el camino. Tampoco descapitalizarse saliéndose tan rápido del cepo, pagarles a los holdouts, ponerse al día con las deudas provinciales, bajar retenciones, darles una reparación histórica a los jubilados y asistir impávido a la entrada y salida de capitales especulativos y a la sangría por el turismo y las compras en el exterior, mientras para conservar un dólar calmo se alimentaba una bomba de Lebac y luego de Leliq, y las tasas, por las nubes para siempre. Mal cálculo también dolarizar servicios que se pagan con sueldos devaluados en pesos y financiar el «gradualismo» con créditos del exterior, suponiendo que llegaría a tiempo la «lluvia de inversiones», que nunca vino en la cantidad necesaria por las graves inconsistencias económicas anotadas y algunas más. Difícil invertir en un país con muy frágil seguridad jurídica, débil mercado interno e insoportable peso tributario. Si a eso se suman la pésima comunicación, la endogamia marcospeñista, el bullying permanente y corrosivo del kirchnerismo, la protesta callejera sin pausa, más no contar con mayoría legislativa ni de gobernadores para avanzar con la fortaleza necesaria en el Congreso y sacar las reformas claves (previsional, laboral y tributaria), solo faltaban los tsunamis cambiarios, que arrancaron en abril de 2018 y que siguieron reapareciendo intermitentemente hasta después de las PASO, para conformar una tormenta perfecta.

Aún golpeado por el resultado de las PASO, Macri obtuvo un millón de votos más que en 2015 que, a pesar de las estrecheces económicas, prefirieron privilegiar otro tipo de cuestiones (obra pública intensa, avances en políticas institucionales, lucha contra la corrupción, el narcotráfico y otras mafias, ofensiva contra la inseguridad y un «relato» oficial menos estridente e invasivo que el de la gestión anterior).

Pero nada es suficiente cuando se aplica el axioma de Bill Clinton: «Es la economía, estúpido», que traducido quiere decir que no hay gobierno que gane si los números le fallan. A esa teoría habría que agregarle otra más de tinte local: «Es la unión del peronismo, estúpido». Macri pudo ganar (raspando) en 2015 porque había dos boletas peronistas (Scioli y Massa) que dispersaron los votos de esa corriente. La hiperpolarización actual terminó liquidando las posibilidades oficialistas.

Si la marcha del «Sí se puede», que comenzará el sábado próximo en las barrancas de Belgrano y se replicará en otros 29 lugares de la Argentina en el mes que transcurrirá hasta las elecciones, solo incluye apelaciones retóricas, evitando una vez más contar cómo se piensa resolver los graves problemas económicos pendientes con algún grado de detalle, es difícil pensar que ese movimiento de por sí multiplicará los votos que Macri necesita para entrar al ballottage. En el mejor de los casos, solo fidelizará a los votantes más fieles.

Hay oportunidades y muchas incógnitas todavía por despejar. ¿Cuántos votos castigo para asustar ahora se pasarán al oficialismo? ¿Cuántas personas más y cómo votarán el 27 de octubre? ¿Alberto Fernández potenciará los resultados que obtuvo en las PASO o sus polémicas exposiciones en estas semanas ejercieron algún tipo de desgaste? ¿A cuál de los dos candidatos más votados se le imputará el disloque de los mercados a partir del día siguiente de las PASO y la convulsión de la calle? La moneda está en el aire.ß

Crédito: La Nación

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