(ARGENTINA) Macri se aferra a la ilusión de la remontada épica

Decidido a recrear una mística que deje atrás el escepticismo, Mauricio Macri relanzó la campaña por su reelección. Sus primeros pasos apuntan a fidelizar a sus votantes y a persuadir a sectores de la clase media que lo acompañaron en la segunda vuelta de 2015 frente a Daniel Scioli y que en las primarias de agosto le dieron la espalda. Pero sabe que, a estas alturas, dar vuelta el resultado adverso de las PASO requerirá mucho de potenciales errores de su principal adversario.

El 11 de agosto, Alberto Fernández obtuvo 12.205.938 votos, el 49,49% del total de votos afirmativos. Macri cosechó 8.121.689, el 32,93%. La meta de la coalición oficialista para el 27 de octubre es forzar un ballottage, para lo cual no solo debería obtener más del 35% de los votos, sino hacer que el Frente de Todos cayera a menos del 45%.

La estrategia de la Casa Rosada contempla tres objetivos: 1) Que aumente el caudal de votos afirmativos, ensanchando la participación electoral, que en las PASO fue del 76% del padrón, y disminuyendo el voto en blanco. 2) Mejorar la fiscalización en las urnas, a la que un funcionario del primer piso de la Casa de Gobierno calificó de «escandalosa» en las PASO. 3) Sacar provecho de las contradicciones en que incurrirían dirigentes de la coalición que impulsa a Fernández y de las actitudes radicalizadas en el kirchnerismo.

El propósito no es para nada simple, a juzgar por la aritmética electoral.

– Si los 24.660.382 votos afirmativos registrados en las PASO se incrementaran en un 5% y treparan a 25.893.401 en octubre, Macri debería sumar unos 941.000 votos respecto de agosto para alcanzar el 35% y Fernández debería perder unos 556.500 votos para no llegar al 45%.

– Si el total de votos afirmativos creciera entre una elección y otra un 10% y subiera a 27.126.420, Macri tendría que sumar 1.372.500 nuevos votos para llegar al 35% y Fernández tendría que perder 1761 votos para no alcanzar el 45%. Es este un escenario menos desfavorable para las perspectivas oficialistas. Sin embargo, tampoco es sencillo, porque debería lograr que el postulante del frente peronista-kirchnerista no solo no cosechara ningún apoyo entre los nuevos electores, sino que además perdiera unos pocos votos entre su electorado.

– Finalmente, si los votos afirmativos verificados en las PASO aumentaran en un 12% y llegaran a 27.619.627, Macri debería incrementar su cosecha electoral en alrededor de 1.545.000 votos para arribar al 35% y Fernández no debería sumar más de 220.132 nuevos sufragios. Como se puede advertir, la mayor concurrencia a votar podría ayudar a Macri. Pero, adicionalmente, el actual presidente debería en este caso sumar siete veces más apoyos que su principal adversario sobre el número de nuevos votantes.

Hay coincidencia entre dirigentes de Juntos por el Cambio en que, aun cuando Macri pueda mejorar su caudal a expensas de terceros candidatos como Juan José Gómez Centurión, José Luis Espert o Roberto Lavagna, resultará difícil que Fernández baje 4,5 puntos para quedar debajo del 45%. En el laboratorio electoral de la Casa Rosada, sin embargo, no faltan quienes se ilusionan con la idea de que en las PASO hubo una porción de votantes que se tomaron ciertas licencias para formular una advertencia al Gobierno en una elección en la que teóricamente no se definía nada, y sostienen que ese grupo de electores podría modificar radicalmente su voto. «Estamos seguros de que muchos apoyaron al kirchnerismo solo para castigarnos, pero que una vez que se sacaron las ganas ya no están seguros de volver a votar a esos tipos», señala un funcionario.

Según la misma fuente, la inadecuada fiscalización por el oficialismo en sitios como La Matanza y Moreno y en provincias del norte posibilitó que el Frente de Todos cosechara entre un 4 y un 5% más de votos. Se trata de una cifra incomprobable que es desacreditada por calificados voceros de María Eugenia Vidal, para quienes la influencia de ese factor en el resultado final fue mínima. En esa disputa interpretativa terció Miguel Ángel Pichetto, quien asegura haber escuchado que en ciertos lugares «se pagaban 500 pesos por voto», que podrían explicarse por «plata proveniente del delito y de connivencia con el viejo puntero, que hoy es narco».

Los más optimistas en el macrismo juzgan que un triunfo en las elecciones de gobernador de Mendoza, que se harán hoy, sería un punto de inflexión. Lo curioso es que los jefes territoriales de la UCR, con Alfredo Cornejo y su delfín, Rodolfo Suárez, a la cabeza, sugirieron que Macri no se hiciera presente en la provincia durante las semanas previas a la contienda. Buscaron provincializar la elección, a diferencia de Anabel Fernández Sagasti, la postulante kirchnerista, quien procuró nacionalizarla y recibió días atrás la visita de Alberto Fernández.

Un escenario parecido se registra en el Gran Buenos Aires. Intendentes de Cambiemos en problemas se disponen a repartir sus boletas cortadas y combinadas con la de Fernández y, eventualmente, con la de Axel Kicillof, en manzanas donde sospechan que la victoria kirchnerista es irreversible. Es la estrategia del sálvese quien pueda.

Con todo, en los últimos días algunas declaraciones de dirigentes del Frente de Todos le dieron al macrismo la oportunidad de alertar sobre el riesgo de una lucha facciosa en el peronismo. La reivindicación de la guerrilla de los años 70 que hizo Horacio González; los ecos de la propuesta de una Conadep para el periodismo formulada por el actor Dady Brieva; la bandera de la reforma agraria de Juan Grabois; los proyectos de reforma constitucional y de ley de medios que sacaron a relucir Eugenio Zaffaroni y la titular de Justicia Legítima, Cristina Caamaño, y las declaraciones de Cristina Kirchner postulando un «nuevo orden» y la necesidad de regular los márgenes de ganancias de las empresas para combatir la inflación invitaron a muchos a preguntarse si realmente «vuelven mejores», como prometen Alberto Fernández y Sergio Massa.

Ni la presión de sectores radicalizados que buscarían marcarle la cancha ni las afirmaciones controvertidas de su más ausente que presente compañera de fórmula parecen preocupar al candidato del Frente de Todos. La mayor preocupación de Fernández se reflejó en su esperada definición sobre el futuro de la deuda pública ante empresarios reunidos por la Fundación Mediterránea: planteó una renegociación «seria y sensata», con un alargamiento de los plazos de pago y sin quitas, como la inspirada por el gobierno uruguayo de Jorge Batlle en 2002. El tiempo dirá si se trata de una idea «fundacional», como la calificó el dirigente Fernando «Chino» Navarro, o si se trata de una mera frase de campaña para llevar cierta tranquilidad a los mercados, que de hecho la recibieron positivamente. En cualquier caso, su éxito estará condicionado a la credibilidad que pueda generar un programa macroeconómico integral y previsible que aún no existe. Dependerá de la voluntad política para encarar reformas estructurales y de que no se busque solo ganar tiempo para seguir aumentando el gasto público ineficiente y alimentando el derroche.

Crédito: La Nación

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