La breve presidencia de Andrade
Para 1897 el panorama político en Venezuela era bastante confuso. Cinco años antes el general Joaquín Crespo derrocó al Presidente Raimundo Andueza Palacio al mando de su “Revolución Legalista”, la victoria de su conspiración llevó al llanero a la más alta magistratura durante un lustro.
El temido “Tigre de Santa Inés” pensaba estar listo para establecer orden en el país y abandonar las riendas del Gobierno, para retirarse a su hato “El Totumo” en Guárico. Al convocar un Congreso con el propósito de reformar la Constitución, le gustó la idea del Legislativo que la nueva carta magna impidiera la reelección inmediata, después de todo, por eso mismo se alzó contra el continuismo de Andueza en 1892.
Dejar el poder después que se tiene resulta difícil, es un factor embriagante, despierta el vicio de querer mandar hasta el último día de la vida. Así le sucedió a Crespo el año que se vio forzado a dejar la presidencia, no le quedó más opción que buscar un sucesor fiel, alguien que hiciera todo lo dictado, mientras él ostentaba la jefatura del Ejército Nacional, como primera lanza, al igual que lo hizo el general José Antonio Páez durante los tiempos del nacimiento de la era republicana.
Como persona de palabra, decidió llegado el momento de cumplir una promesa realizada al salir de su calabozo en La Rotunda, cuando fue capturado a bordo de una goleta llamada “Ana Jacinta”, intentando invadir el país desde Trinidad en 1888 para deponer al dr. Juan Pablo Rojas Paúl, Presidente electo a dedo por el mismo Guzmán Blanco, antes de abandonar el país con destino a Francia para jamás volver a su tierra natal. En esa ocasión le dijo a Ignacio Andrade, Gobernador del Distrito Federal y quien lo trató con todo respeto durante su cautiverio en La Rotunda, unas palabras que probarían ser proféticas.
-El día que yo vuelva a ser Presidente usted será mi sucesor.-
Una década antes Andrade resultó encargado de supervisar los detalles del recibimiento al caudillo apresado. En una recámara le instaló un mobiliario lujoso, dotado de mesa para jugar dominó y baraja, una cama, sillones y poltronas, todos de la tienda más fina de la capital.
Se asomó entonces la posibilidad que el Gobierno respaldara la candidatura del general Ignacio Andrade, hombre mal visto por muchos de sus compañeros liberales. Era hijo de José Escolástico Andrade, antiguo conservador, personaje que decidió incorporarse a las filas patriotas en 1820 y, después de la victoria en Carabobo, siguió a Bolívar en su aventura por Nueva Granada, Quito, Guayaquil, Lima y el Alto Perú. Fue héroe de Junín y Ayacucho, único testigo de las conversaciones sostenidas en la reunión entre el Libertador y San Martín a orillas del río Guayas.
Algo sucedió que el llanero no contemplaba en sus planes, para los comicios de 1897 la oposición se presentó como un bloque unitario para apoyar la postulación del “Mocho” Hernández, uno de los fundadores del Partido Democrático, mientras los liberales se encontraban divididos en torno a la postulación de Andrade o la del dr. Juan Francisco Castillo. Así mismo lo comenta el dr. Francisco González Guinán, ilustre abogado, político e historiador carabobeño, a través de una carta fechada el 2 de Julio de 1897, pieza de correspondencia destinada al general Antonio Guzmán Blanco, quien estaba para ese momento residenciado en la capital francesa, en la casa 25 de Rue Lapérouse.
Muy respetado General:
Efectivamente el general Andrade es el más llamado con toda probabilidad a ser el futuro Presidente de Venezuela; y es sin duda alguna, entre los que rodean al general Crespo, el más conveniente a la causa liberal, porque es un hombre de honor desarrollado en la escuela política de usted, aunque no haya nacido en el seno de una familia liberal.
Creo no equivocarme, cuando abrigo la esperanza de que Andrade hará un buen Gobierno; y para tranquilizarlo a usted con respecto a que no es liberal de origen, le diré: que los grandes reaccionarios y los gobernantes más infidentes que hemos tenido han sido Linares Alcántara, Rojas Paúl, y Andueza Palacio, todos ellos del más puro origen liberal.
Andrade es un hombre de virtudes públicas y privadas. Debe su encumbramiento político a la causa liberal y muy principalmente a usted, y estoy seguro de que cumplirá su palabra administrando con pureza los intereses de la nación y gobernando con los liberales.
Faltan dos meses para los comicios electorales. Los oligarcas se han unificado, y entre nosotros los liberales existe todavía la divergencia del dr. Juan Francisco Castillo.
Los oligarcas estuvieron divididos entre Rojas Paúl y el general José Manuel Hernández, pero habiendo dicho el primero que gobernaría a Venezuela con todos los venezolanos, inclusive usted y el general Crespo y los amigos de ambos, los oligarcas abandonaron la candidatura de Rojas Paúl, concretándose a la de Hernández.
Francisco González Guinán.
Durante los dos meses y medio posteriores a la redacción de esta carta pasaron muchas cosas. Mientras el Partido Liberal Amarillo, ente que se desmoronaba en pedazos probando estar unido con saliva, el Mocho Hernández se convirtió en un fenómeno popular que amenazaba truncar los sueños de muchos, especialmente las del general Crespo.
El candidato opositor realizó una larga marcha de campaña en la que visitó distintas ciudades y pueblos del país, dándose baños de masas por cada lugar que pasaba, resaltando en sus discursos, por consejo de sus asesores norteamericanos, que al igual que Jesús de Nazaret, él también era hijo de un carpintero.
Se equivocó el sabio carabobeño al abrazar la esperanza que Andrade hiciera un buen Gobierno, así como eso de tranquilizar al “Ilustre Americano” con el pretexto que los grandes reaccionarios y gobernantes más infidentes como Linares Alcántara, Rojas Paúl, y Andueza Palacio, eran liberales de casta.
La estocada que mató la hegemonía del Liberalismo llegó con el fraude electoral perpetrado por Crespo, la victoria de Andrade, el levantamiento popular del Mocho Hernández y la rebelión conocida como “El grito de Queipa”.
Cuando Crespo salió a cazar al alzado en Cojedes y cayó muerto por un disparo de un francotirador en la Mata Carmelera, Andrade se quedó sin protección, expuesto a un país en llamas, tratando de apagarlas con telegramas enviados desde su despacho de la Casa Amarilla.
Su Gobierno no tardaría en caer después de eso.
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