Psicología del color

A principios del presente año, al menos, dos sectores de la ciudad capital fueron lentamente tupidos de gris. No hubo espacio público (y privado), por inocente que fuese, sin los brochazos decididos de un piquete de jóvenes adscritos a la alcaldía menor que sólo dijeron cumplir las órdenes para ornamentar las calles, callejuelas y avenidas.

Postes, casetas telefónicas, kioscos o modestos tarantines, consumieron muchísimos litros de pintura para mostrar una cara de insólita uniformidad. Por supuesto, paredes y muros que sirven de credencial a casas, edificios y escuelas, viejos atriles de la abusiva propaganda gubernamental, se dijeron preparadas para una futura intervención artística y, meses después, sólo algunas, fueron estampadas con trillados motivos escolares, quedando incompleta  la ejecución de un trabajo que haría sentir a las autoridades en un profundo trance, enteradas de la existencia de un Miguel Ángel o Siqueiros.

En un caso, la anaranjada reja santamaría de una ferretería con aspiraciones corporativas, amaneció de un gris que resignó a sus dueños deseosos de evitar cualquier conflicto, pues, siempre los tiene pendientes con los funcionarios bomberiles, tributarios, laborales u otros que acostumbran el asedio de toda actividad comercial independiente. Incluso, una pared de ladrillos de tan obvio color, después de aceptado el garabato del grafitero convencional, ahora huérfano de recursos para versionar a la ciudad, todavía ostenta la nota fúnebre de escasos matices al recibir la luz del sol que, al caer, la hace invisible.

En otro, por inservibles que fueren en las circunstancias actuales de una bien calculada escasez de agua, los hidrantes gozan de un inaudito anonimato, confundidos con la precariedad del paisaje. Faltando poco, donde les fue posible, el universal amarillo que alerta todo tránsito vehicular y peatonal, recibió también el grisáceo acento circunflejo que muy paulatinamente desaparece por la calidad de la pintura y la temporada de lluvias.

Queda en pie una convicción, siendo varias las conjeturas, pues, por una elemental psicología del color, asociado el gris a la noche, el régimen ha deseado una urbe apesadumbrada, triste, pesimista, desesperanzada y resignada, intentando cubrirla enteramente. No concluyó la tarea, porque el aventajado contratista no consiguió más pintura, no hay recursos  siquiera para los implementos de los muchachos que quedan en el país y piden un salario mínimo, como estable, o la idea no fue lo suficientemente eficaz para adormecer a los citadinos.

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