Las parrandas de Carmelito

Cuando el señor Carlos Benito Figueredo desempeñaba tareas en el Consulado de Venezuela en la ciudad norteamericana de Nueva York, específicamente en el año 1906, era un acérrimo defensor del régimen liberal restaurador y daba demostraciones de amistad, respeto, fidelidad y admiración al general Cipriano Castro, Presidente de Venezuela. 

A diario le escribía al Presidente Castro, informándole no sólo acerca de las andanzas y peripecias de los múltiples conspiradores venezolanos que hacían vida en los Estados Unidos, sino también sobre la vida de uno de los hermanos de don Cipriano, el joven Carmelo Castro, quien se hallaba estudiando en Nueva York.

La siguiente carta fue redactada el 17 de Enero de 1906 y resulta una pieza curiosa de correspondencia, pues se concentra en narrar sobre la conducta del travieso don Carmelito, y puede ser leída en el número 15 del Boletín del Archivo Histórico de Miraflores.

Estimado General y amigo:

El 20 de Diciembre último llegó aquí a pasar la vacante de Pascuas y Año Nuevo su hermano Carmelo; y como siempre lo atendí en todo lo que necesitó y con el mayor cariño, pues deseo que usted sepa que en mi casa se le trata como si fuera un hijo mío. 

El Lunes 8 de Enero lo despaché para el colegio; y hoy es día que no se ha ido, pues anda por ahí emparrandado con un hijo del señor F. Peyer y dos hijos de J.P. Pérez.

De cómo serán esas parrandas puede usted darse cuenta al saber que hace tres noches, y yendo, según ellos, por la calle muy tranquilos, recibió uno de los Pérez un golpe en la boca, tan horroroso que está mal en el hospital, pues el dentista declaró que el asunto era de alta cirugía. Sólo pudo extraerle dos dientes que salieron con un pequeño pedazo de paladar. 

Ellos dicen que Perecito le pegó a un muchacho que le había tirado una bola de nieve, y que infieren el muchacho le tiró una piedra, pues ellos no vieron quien los agredió, y eso que eran cuatro, a las nueve de la noche y un punto muy céntrico de Nueva York.

La preocupación de Figueredo por la conducta errática de don Carmelito resulta genuina, realmente lo trató como si fuese uno de sus hijos durante su visita a su residencia para pasar las navidades y el año nuevo. Lo de la cirugía de Perecito tras el episodio de la golpiza lo dejó bastante consternado. Así lo reflejan sus palabras, ya que de sufrir algún percance el hermano menor del Presidente, el Cónsul encargado de sus cuidados, también sufriría las represalias del Cabito iracundo.  

Mi estimado general:

Yo he arrostrado la responsabilidad de cubrir los gastos de Carmelo, a vivo pleito con él para que sea económico, pasándome de lo que tienen señalado. 

Lo he presentado a personas de alta posición y familias honorables; en mi casa come, va con mi familia al teatro y con ella pasea; en fin, como él es muy culto, muy educado modesto y tranquilo, en sociedad tiene fama de poseer estas virtudes, es muy estimado socialmente.

Asegura al Presidente de la República que su hermano don Carmelito era un muchacho simpático, de buena apariencia y modales distinguidos, excelente conversador, propenso a seguir destacando en eso de los estudios, prospecto de conseguir un buen trabajo en un despacho de abogados o contadores de Wall Street, gracias a contactos importantes.

Figueredo decidió redactar unos párrafos a la única persona capaz de hacer algo para que el estudiante desmedido, ese que poseía cualidades para transformarse en un competente abogado o contador, digno del orgullo de su hermano mayor, por su lozana edad e inexperiencia, aún no había entendido que debía comenzar a pensar en el asunto de la gravedad perpetua, eso de los alcances de sus acciones cuando la claridad de su mente se mostraba empañada por los vapores del alcohol y otras hierbas aromáticas. Eso de buscar peleas, certero de ser guapo y apoyado, culminaron en episodios que gracias a Dios no se fueron a mayores.  

Lo cierto es que a Carlos Benito Figueredo le causó mucha tristeza, una especie de dolor agudo e indescriptible que lo privó del sueño en esas fechas navideñas, abordando su inconciencia con pesadillas en las cuales el protagonista era siempre don Carmelito. Se veía atormentado al verlo emprender por mal camino, perdiendo el rumbo a seguir, para decepción de su hermano mayor, quien tenía sus esperanzas en nombrarlo como ministro algún día.    

Termina la carta diciendo: 

-Pero cuando se entrega a esas parrandas se olvida de todo. Yo no sé cómo vive, pues él no se ha dejado ver conmigo. Vive con A. Parra. Ya sabe inglés y tiene buenas notas en el colegio; pues creo que las perderá, pues el director está enfadadísimo con él. No responde por, pues de la salud ni la educación de Carmelo. 

Jimeno Hernández
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