Es tan grave lo que ocurre en el país, que es imposible medirlo
Editorial #488 – El 2020

The Economist, una de las revistas más prestigiosas del mundo, publicó hace pocos días un informe nada alentador para la región de cara al próximo año. Según esta publicación, la convulsión que vimos estos últimos meses es solo el inicio de una mayor turbulencia que afectará a la región durante el 2020, debido a que “los problemas que enfrenta la región son estructurales y, con algunas excepciones, los gobiernos carecen de las capacidades fiscales e institucionales para abordar las preocupaciones de los ciudadanos”.

Son siete los indicadores que se utilizan para medir la probabilidad que cada país se encuentre con volatilidad social, económica y/o política, entre lo que destaca lo relacionado a la desigualdad de los ingresos, la corrupción, el malestar económico y el índice democrático.

El diagnóstico más contundente de todos es sobre Venezuela: no se encuentra en el informe. Esto, según el medio, debido a “la falta de datos confiables”. Es tan grave lo que ocurre en el país, que es imposible medirlo. Debido a esta ausencia, el país que peor índice democrático presenta es Nicaragua. Nada que sorprenda si tomamos en cuenta que, junto a Cuba, están a la vanguardia del Foro de Sao Paulo.

Luego de varios meses de inestabilidad en distintos lugares, desde Venezuela, pasando por Ecuador, Perú, Colombia, Bolivia y llegando incluso a los convulsionados días en Chile, el año termina en cierta calma. Sin embargo, no nos engañemos, podría no durar mucho.

La situación es aún delicada e inestable en todos los países mencionados, pero también se suman otros que podrían enfrentar sus propios problemas, según advierte el índice de The Economist. Entre los más vulnerables están México, Argentina y Brasil, no tanto por amenazas contra la democracia o la institucionalidad, sino principalmente por las reformas económicas que sus gobiernos se verán obligados a encarar y el rechazo que éstas pueden encontrar en la sociedad. 

Lo que no se debe ignorar -el estudio de The Economist no profundiza en esto- son las diferencias que existen entre quienes gobiernan los países y también entre quienes generan, o aprovechan, la convulsión social.  

Una cosa son las legítimas reivindicaciones sociales y económicas que los pueblos pueden tener, pero otra muy diferente los grupos desestabilizadores que, por motivos políticos, buscan incendiar nuestros países. 

Esa es la principal diferencia entre lo que vimos en Ecuador, por ejemplo, cuando movimientos indígenas lideraron las protestas contra la disminución del subsidio que luego tuvo que anular el presidente Lenin Moreno, y las protestas en Chile, donde a pesar de varias concesiones del presidente Piñera, grupos violentos continuaron con la destrucción de su país por varios días. 

Tampoco se puede comparar con lo que ocurrió en Bolivia y continúa pasando en Venezuela y Nicaragua, donde la gente se mantiene en permanente lucha no por motivos económicos, sino por el más básico de los derechos: por la libertad. 

Es por eso indispensable que el análisis que se haga tome en cuente cada una de las características porque será la única manera de comprender correctamente lo que ocurre en la región que, más allá de los innegables problemas locales de cada país, tiene mucho que ver con una lucha entre la libertad y la opresión.

Es eso lo que nos depara el 2020.

Miguel Velarde
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