La Divina Pastora
La historia de la Divina Pastora comenzó a redactarse en Sevilla durante el año 1700, para esa época un fraile capuchino de nombre Isidoro tuvo una visión en uno de sus sueños. Vio a la virgen en un paisaje campestre, rodeada de árboles y corderos, empuñando un cayado de pastor y sombrero, imagen que lo cautivó y no pudo borrar de su mente.
Al día siguiente fue a visitar el taller del afamado pintor Alonso Miguel de Tovar, perteneciente a la escuela pictórica sevillana. Como favor le pidió al artista que esbozara la santa imagen que permaneció grabada en su memoria tras el sueño. Alonso Miguel tardó en culminar su obra, pero al finalizarla Fray Isidoro quedó tan contento por su trabajo que decidió guindar el cuadro en la iglesia de San Gil.
El retrato salió de aquel templo por primera vez el 8 de Septiembre de 1703. Lo hizo adornado con guirnaldas y flores en una procesión que recorrió varias calles de la ciudad. La manifestación fue concurrida y se rezó un rosario cantado al ritmo de guitarras. Aquel día memorable la virgen, en su advocación de pastora, recibió su primer culto público.
Un par de años más tarde, en 1705, el escultor Francisco Ruiz Guijón, talló una imagen tamaño natural, lo que significa grande, de esta bautizada Divina Pastora. Entonces la estatua reemplazó el retrato de Alonso Miguel como protagonista del desfile, y los monjes capuchinos se encargaron de propagar la nueva advocación mariana por Europa y América.
Mientras esto sucedía al Sur de la península ibérica, tierra de toros bravos y sol ardiente, a los llanos venezolanos, territorio parecido pero ubicado al otro lado del Océano Atlántico, llegaba un contingente de capuchinos en 1706, con ellos un relato de esta virgen, su imagen y devoción.
Resulta imposible para los historiadores precisar en que momento exacto del tiempo comenzó la veneración por la Divina Pastora en lo que hoy se conoce como el Estado Lara, ya que no existe fecha cierta en los registros, pero se dice que sucedió algo así como lo que intentaré relatar.
Al parecer, en el año 1740, el Vicario de la iglesia de la Inmaculada Concepción, templo ubicado en el centro de Barquisimeto, embelesado con esta advocación mariana, quiso incorporar a la colección de la capilla una imagen de la Divina Pastora. Mientras tanto, el Vicario de la Iglesia de Santa Rosa deseaba agregar a la colección tras el altar la imagen de la Inmaculada Concepción. Ambos presbíteros consignaron solicitud de elaboración de las dos imágenes en un solo documento dirigido a un mismo entallador. La orden llegó a Barquisimeto en el tiempo estipulado, pero se produjo una confusión. Al entregar las cajas con las imágenes las repartieron en los templos equivocados, la Divina Pastora llegó a la iglesia de Santa Rosa y la Inmaculada Concepción al templo que lleva su nombre.
El párroco de Santa Rosa, abrió el cajón para percatarse del error y encomendó lo cerraran para enviarlo hacia su verdadero destino, la Iglesia de la Inmaculada Concepción. Cuando estaban listos para sacarla sucedió algo inexplicable. El cajón se puso pesado, por más esfuerzo que empeñaba un grupo mayor de personas que el cual se había ocupado en traerlo, fue imposible levantarlo. El hecho fue interpretado como una señal bendita, o por lo menos así se lo tomó el padre Bernal, la Divina Pastora no quería abandonar la Iglesia de Santa Rosa y su voluntad debía ser cumplida.
Otro hecho curioso sobre el cuento de la devoción a esta virgen fue lo acontecido el jueves santo de 1812, un 23 de Marzo para ser preciso, fecha del terremoto que devastó las ciudades más importantes de Venezuela. El templo de Santa Rosa se desplomó por completo, pero entre las ruinas del templo hallaron intacto el nicho que albergaba la estatua. Por supuesto, aquello fue tomado como un hecho providencial, prueba del poder de Dios e intercesión de la Divina Pastora como protectora de su rebaño de creyentes.
En 1856, durante el gobierno de los hermanos Monagas, sucedió lo que todos atribuyen ser un verdadero milagro. El año anterior se produjo una epidemia de cólera que azotó al país entero. El número de contagios y fallecidos aumentaba con el paso de los días, infundiendo terror entre la población. Sin cura a la enfermedad y temiendo ser una arremetida del demonio, el padre José Macario Yépez, vicario de Barquisimeto, decidió enfrentar lo que parecía un episodio del libro del Apocalipsis con el poder de la oración de los fieles.
En el sitio de Tierritas Blancas mandó a poner una cruz que llamaron Salvadora, erigida para protección de los habitantes, y se convirtió en lugar de reunión para rezar el rosario. Por ello el padre Yépez convocó el 14 de Enero de ese año una procesión, todo con el propósito de sacar a la Divina Pastora de Santa Rosa y el Nazareno de la Inmaculada Concepción, para reunirlos en el sitio de la Cruz Salvadora, rogarles por la vida y evadir la muerte.
El relato, según las crónicas, es que el Nazareno llegó primero y la gente esperó a la llegada de la Divina Pastora, de rodillas, sumergida en la fe de la oración. Al arribar la otra imagen al punto de encuentro, el mismo Yépez, acompañado de su colaborador inmediato, el presbítero José María Raldiriz, presidió una ceremonia eclesiástica. Una vez finalizada la misa, ambas imágenes fueron escoltadas al templo de la Inmaculada Concepción, donde el vicario de Barquisimeto había ofrecido dar un discurso, para terminar a lo grande la principal petición de los feligreses.
El eco de las palabras del sacerdote retumbaron en la Iglesia como un trueno, implorando por ayuda celestial y alentando a los fieles a que se acercaran a la imagen de la virgen, e imploraran por su amparo y protección. Acto seguido cayó de rodillas frente a la imagen, extendió los brazos en forma de cruz, y ofreció su vida solicitando a la madre de Cristo el favor de ser librados de tan espantosa peste.
“Virgen Santísima, Divina Pastora, en aras de la Justicia Divina, por el bien y salvación de este pueblo te ofrezco mi vida. Madre mía, Divina Pastora, por los dolores que experimentó tu divino corazón, cuando recibiste en tus brazos a tu Santísimo hijo en la bajada de la Cruz, te suplico Madre mía, que salves a este pueblo. ¡Que sea yo la última víctima del cólera!”
Pues dicho y hecho, al poco tiempo de la procesión del 14 de Enero, su ruego y ofrenda, comenzaron a disminuir el número de contagios y muertes. Pero lo curioso del asunto es que el padre Yépez la contrajo y su situación se complicó. El día de su muerte, 16 de Junio de 1856, se convirtió en la última víctima de la epidemia.
Es por ello que todos los 14 de Enero, desde el día que el padre Yépez ofreció su vida, en sacrificio por salvar la del resto de los pobladores, ha perdurado hasta el presente, grabado en la memoria colectiva de los habitantes de Lara y el resto de Venezuela, la primera procesión de la patrona de esta tierra crepuscular.
Así se tejió la tradición de la Divina Pastora, una peregrinación mariana que, año tras año, continúa repitiéndose y agregando nuevos capítulos a su historia. Desde aquel entonces la imagen de esta virgen ha salido en peregrinación por las calles de Barquisimeto 164 veces, llegando a concretar la afluencia de millones de personas provenientes de todas las esquinas del país que la veneran.
Quienes han vivido el evento suelen decir que es hermoso y no existen palabras para describirlo. Hoy puedo certificarlo.
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