Asalto al Congreso Nacional

El 24 de Enero de 1848 será por siempre fecha recordada en nuestra historia como funesta. Aquel día pereció la hegemonía del Partido Conservador y el predominio personalista del General José Antonio Páez en la política nacional. 

El “Centauro del llano”, laureado caudillo de la Guerra de Independencia, sostuvo las riendas del poder durante 18 largos años. Él y su camarilla, grupo de hombres que la prensa opositora y el Partido Liberal bautizaron como “La Oligarquía”, gobernó el país durante casi dos décadas sin que su poderío se viera amenazado. El paso del tiempo y el peso de la opinión pública le dieron una lección al caudillo y los suyos, nada ni nadie es eterno en esta vida y menos en estas cosas de la política. 

Su leyenda guerrera y la fama de hombre bueno, conocedor de todo y único prócer capaz de hacer respetar la Constitución, las leyes y el Gobierno, erosionó en la mente de sus contemporáneos. El principal error fue apoyar la candidatura presidencial del General José Tadeo Monagas, aquello se convirtió en el principio del final a la incuestionable autoridad del “Héroe de las Queseras del Medio”. 

El Presidente Monagas era dueño de un temperamento fuerte y agresivo, atributo que no tardó en colocarlo en condición de jefe absoluto del Gobierno. Comenzó  haciendo renunciar a los gobernadores legalmente elegidos por las diputaciones provinciales, promovió la salida del Doctor Ángel Quintero del Ministerio de Relaciones Interiores y le conmutó la pena de muerte a Antonio Leocadio Guzmán por el exilio. Estas medidas cortaron, de manera definitiva, los lazos políticos que lo unían al General Páez. 

La actitud del oriental se convirtió en una revolución promotora de un nuevo orden y cuyas consecuencias se pensaban capaces de favorecer la lucha por la libertad, así como la consolidación del orden público y paz republicana. En realidad terminó sucediendo lo contrario. Con cada día fue creciendo el descontento de la gente y descrédito del nuevo gobierno, que no hacía más que paralizar la industria, ahuyentar el comercio y desquiciar a la ciudadanía.  

En aquel momento los curules del Congreso Nacional se encontraban ocupados por hombres cultivados y ponderados, personajes que se ganaron un puesto en el Poder Legislativo gracias a la fama y apoyo cosechado en sus provincias. Se trataba de individuos de influencia, regidos por un código moral y de honor, gente que respetaba el debate de ideas y condenaba la violencia.

El 23 de enero de 1848 se instalaron las Cámaras Legislativas con el quórum exigido por la Constitución y, en su primera sesión, nombraron como Presidente del Poder Legislativo al Sr. Mariano Fernández Fortique, y aprobaron la moción de trasladar el Congreso Nacional a Puerto Cabello. La mayoría parlamentaria pretendía destituir al Presidente Monagas y, por primera vez en un año lleno de atropellos, la oposición a este nuevo estilo de gobierno tenía la posibilidad de dar término su mandato constitucional, por la vía legal y sin la necesidad de usar las armas.

Diputados y Senadores abandonaron las barras del Congreso Nacional y, desde ese instante, empezaron a circular rumores en la Plaza San Francisco y distintas callejones de la capital. Los Conservadores alegaron que Monagas deseaba disolver el Legislativo y los Liberales dijeron que el Congreso deseaba dar al traste con la presidencia de Monagas, ambos bandos acusaban que en Venezuela se gestaba un Golpe de Estado.

Al día siguiente, 24 de enero, reinaba la confusión en Caracas. Los milicianos de ambos bandos comenzaron a presentarse en distintos cuarteles, solicitando entusiasmados la repartición de armas para formar batallones y así cumplir con el deber de entregar su vida por la causa. Entonces el Sr. Fernández Fortique ordenó al coronel Smith levantar una guardia de 200 hombres para velar por la integridad los parlamentarios y custodiar la sede del Legislativo.  

Al mediodía se abrió una pica entre la multitud congregada en la Plaza Mayor. Por allí caminó el doctor Tomás José Sanabria, quien asistió al Congreso para leer el mensaje anual del Presidente. Los representantes aprobaron la moción que este permaneciera en el recinto y solicitaron que se presentasen también el General Francisco Mejía, Ministro de Guerra y Marina, así como el Sr. Rafael Acevedo, Ministro de Hacienda y Relaciones Exteriores, para rendir informe sobre la situación política y las medidas de seguridad adoptadas para enfrentar la crisis.

Afuera, en la plaza, se toparon turbas de adeptos a los dos partidos. Todos ellos se arrimaron al sitio con ánimos de defender la posición de los suyos. Liberales armados de garrote, piedra y puñal se mezclaron  entre el gentío y pusieron a circular el rumor que Sanabria había sido secuestrado por el Congreso. No tardó el caos en apoderarse de la ciudad cuando empezaron los gritos: -!Viva Monagas! !Muerte a los Conservadores!- En ese instante la masa enardecida amenazó con violar las puertas del Legislativo e imponer la voluntad del General Monagas por la fuerza.

Entre gritos y empujones, la turba armada, se arrojó contra las puertas del Legislativo. La guardia hizo uso de la bayoneta y los conservadores se unieron a las fuerzas del coronel Smith. La guardia no fue capaz de contener la arremetida y el coronel Smith fue apuñalado, mientras intentaba cerrar las puertas del Legislativo. Caían así los primeros muertos de la jornada. En menos de un par de horas, la diminuta villa de los techos rojos se sumergió en una orgía del terror.

Adentro del salón principal, Diputados y Senadores pudieron escuchar los gritos de la turba. Cedieron al pánico y el desorden cuando sonaron los primeros disparos. El legislador Juan Vicente González levantó la voz para pronunciar un emocionante discurso, en el que instó a los representantes a morir en sus curules como los tribunos de la antigua Roma.

Chillaron las inmensas bisagras metálicas cuando las puertas del recinto se abrieron de par en par. El estruendo producido por la madera al chocar contra las paredes del edificio interrumpió el discurso de González. Mientras unos pocos contribuyeron en la tarea de trancar el salón de sesiones, la mayoría de los representantes decidió escapar por las ventanas, trepar paredes y correr por los tejados para refugiarse en casas vecinas y así escapar a la masacre. Eso no evitó que la sangre de los representantes Juan García, Francisco Argote, Juan Vicente Salas y Santos Michelena, tiñera de escarlata los inmaculados pisos del Convento San Francisco.

El Presidente Monagas, sobre su palafrén y acompañado de sus edecanes armados, se presentó en la plaza a poner orden en el desorden. La masa lo vitoreó al verlo llegar y le abrió el camino dando vivas al Partido Liberal y clamando por la muerte de la oligarquía conservadora. 

Muchos de los parlamentarios que lograron escapar a la matanza, aterrados por los sucesos, optaron por pasar a la clandestinidad o esconderse en legaciones extranjeras. Este atentado al Poder Legislativo terminó por escribir el primer capítulo de la triste historia de las dictaduras en Venezuela.

Jimeno Hernández
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