Presidenta interina de bajo perfil (por ahora)

Pasó casi inadvertido porque esta vez, ex profeso, Cristina Kirchner eligió bajar casi del todo su perfil durante su fugaz interinato al frente del Poder Ejecutivo para cubrir la ausencia de Alberto Fernández, de viaje por Israel.

La vicepresidenta tiene bien en claro que con muy poco esfuerzo podría convertir en diez minutos al Presidente en Héctor Cámpora, el fugaz mandatario que en escasos 49 días Juan Domingo Perón vació de poder. A la viuda de Kirchner no se le escapa que por ser la artífice del triunfo del Frente de Todos, y la jefa política de Fernández, el ecosistema político actual está muy sensible y alerta a las señales, importantes o nimias, que pudieran recrear una situación parecida. Por supuesto que las condiciones políticas son del todo diferentes -entonces Cámpora había sido ungido en las urnas por la proscripción que le había impuesto la dictadura de Lanusse al fundador del justicialismo-, pero lo que hasta ahora no fue probado es que sea exitoso, y de apacible convivencia en el tiempo, que el liderazgo del máximo movimiento político de la Argentina y la presidencia de la Nación no recaigan en la misma persona. El consabido verticalismo peronista suele rechazar esa dispersión. Si en esta ocasión lograra superar ese escollo, obtendría un avance significativo en materia de democratización interna.

Cristina Kirchner, al menos en los días que acaban de quedar atrás, trabajó en esa dirección al casi no hacerse notar, no firmar ningún decreto ni concurrir a la Casa Rosada. Asumió, en una palabra, la opacidad que caracteriza en nuestro país la vicepresidencia. De paso no le dio el gusto al periodismo -una obsesión que no declina-, que habría relevado al detalle todos sus movimientos si hubiese sobreactuado su interinato. Y así marcó, además, un fuerte contraste con Hebe de Bonafini, Oscar Parrilli y, particularmente, con el ministro del Interior, que salieron a desmarcarse del Presidente tras haber declarado que prefiere hablar de «detenidos arbitrarios» que de «presos políticos». Seguramente pensando como aquellos, la vicepresidenta guardó silencio para no desgastar a su compañero de fórmula. Por su lugar clave dentro del Gobierno, Wado de Pedro debería seguir ese ejemplo, cuidar el tenor de sus tuits y recordar que ya no es un militante virtual más.

¿Quiere decir que Cristina Kirchner transformó su personalidad? Para nada: de hecho, a principios de la semana que se fue, cuando todavía no estaba a cargo del Ejecutivo ofició de crítica del documental de Netflix sobre la muerte violenta del fiscal Alberto Nisman con su acostumbrado estilo inefable y afilado. También retomará en pocos días, durante la Feria del Libro de Cuba, su formato sui géneris de aprovechar la enésima presentación de su best seller Sinceramente para expresarse a sus anchas. El acuerdo con Alberto Fernández, ¿es de largo aliento y, por eso, como presidenta interina no intentó hacer ninguna demostración de poder?

Como dirían los uruguayos, estuvo (casi) impecable. ¿Por qué «casi»? Porque lo arruinó con un detalle para nada menor al recibir al escribano de Gobierno en un lugar claramente partidario y tan poco institucional como el Instituto Patria, para firmar la formalización del traspaso de mando. ¿Fue un descuido no pensado, mera comodidad o quiso dejar una huella premeditada de que está por encima de cualquier institucionalidad?

Hablando de uruguayos, en la entrevista que esta noche, a las 21, por LN+, se verá en Hablemos de otra cosa, el dos veces expresidente del vecino país Julio María Sanguinetti subrayó algo muy significativo respecto de las sustanciales diferencias políticas entre su tierra y la nuestra. «Acá -dijo refiriéndose a Uruguay- se integra a las masas inmigratorias a fin del siglo XIX con la legislación social, que es justamente la construcción del Estado de bienestar. El peronismo, que levanta una bandera social con mucha legitimidad, al ser tardío, en una Argentina ya muy rica, tiene ese ingrediente de revanchismo y autoritarismo». Esa incorrección se mantiene hasta hoy. Ya lo decía Borges: «Son incorregibles».

Dato sugestivo: Cristina Kirchner rompió el invicto que hasta ahora tenía Juan Domingo Perón de ser el único argentino en la historia en haber alcanzado en tres ocasiones la presidencia de la Nación. En pocos días volverá a ponerse al frente del Estado cuando Alberto Fernández emprenda su gira europea, que tendrá su punto culminante en la cumbre que mantendrá en el Vaticano con su compatriota, el papa Francisco.

Tras 1503 días de haber cesado como presidenta -recordar que fue la jueza María Romilda Servini quien dispuso la extinción de su cargo a las cero horas del 10 de diciembre de 2015, tras trascender que no pensaba entregar los atributos del mando a su sucesor, Mauricio Macri-, sumar diez graves procesos judiciales, ser el epicentro de bochornosos episodios revelados por la causa de los cuadernos de la corrupción (el incesante tráfico de bolsos repletos de dinero que hasta incluyeron su domicilio particular) y representar la encarnación principal de la frustrada consigna «no vuelven más», regresó silenciosamente a lo más alto del poder.

De los muchos y graves errores que tuvo Cambiemos en el gobierno, el más paradójico es que no haya podido evitar que las cosas volvieran al mismo punto de partida, con el kirchnerismo otra vez al mando de la Nación.

Crédito: La Nación

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