El cantante de las peluqueras
Al final del siglo y del milenio, el insufrible Barclays era una estrellita rutilante de la televisión en español y se encontraba en condición de invicto o imbatido: nunca le habían cancelado un programa, nunca lo habían despedido, se sentía el rey del mambo, el jefe, el mandamás, el dueño. Por eso no lo aguantaban ni sus hermanos ni sus primos ni sus padres. En realidad, solo lo aguantaba su madre, una santa.
La cadena A le hizo una oferta millonaria a Barclays para hacer un programa a mediodía, dirigido al público femenino. Barclays se sintió zaherido en su orgullo:
-Yo no hago televisión a mediodía -se excusó, altanero.
-Pero las señoras te aman, ese horario es perfecto para ti -le dijo el dueño de la cadena, en su mansión.
-Yo no hago televisión de día -sentenció Barclays, y declinó la oferta.
Nunca más el dueño de la cadena A volvió a llamarlo. Seguramente pensó: este Barclays es un necio, a mí nadie me dice que no, ya tendrá tiempo de arrepentirse.
En efecto, Barclays se arrepintió.
Al mismo tiempo, la cadena B, inferior en sintonía y ganancias a la cadena A, le propuso a Barclays un programa semanal, los martes por la noche, de entrevistas a grandes personajes.
Barclays respondió:
-Un programa semanal no me conviene. Yo quiero un programa diario. La gente está acostumbrada a verme todas las noches.
No exageraba: Barclays llevaba años haciendo un programa de entrevistas a celebridades que se emitía de lunes a viernes a las diez de la noche, en directo, para toda América.
-No podemos darte un programa diario -le dijo la jefa de la cadena B-. Solo podemos ofrecerte un programa semanal.
Barclays insistió, pero no logró persuadir a la jefa de la cadena B y se resignó a firmar un contrato de dos años para hacer un programa semanal.
Luego tuvo el mal gusto de dar entrevistas a la prensa del espectáculo, diciendo:
-He firmado un contrato millonario. He asegurado mi futuro y el de mis hijas.
Su padre lo llamó por teléfono y le dijo:
-Eres un idiota, Jimmy. Esas cosas no se dicen. Estás invitando a que secuestren a tus hijas. ¿No te das cuenta?
No, Barclays no se daba cuenta. Estaba demasiado contento habitando su piel acicalada, siendo él mismo en todo su insoportable esplendor.
Anunciado el programa semanal en la cadena B, propalándose ya las promociones en dicha cadena, Barclays se propuso conseguir a una gran estrella para su debut. El programa se grabaría un lunes por la noche y se emitiría al día siguiente. Barclays odiaba grabar, estaba acostumbrado a salir en vivo. De nuevo, la jefa de la cadena se impuso y le exigió grabar.
Barclays invitó a Shakira, quien declinó. Invitó a Enrique Iglesias, quien se excusó. Invitó a Ricky Martin, quien se abstuvo. Invitó a Bosé, quien se encontraba de gira. Invitó a Luis Miguel, quien no respondió tan siquiera.
De pronto Barclays se sintió humillado. Pensé que los famosos me querían, se dijo a sí mismo. Pensé que eran mis amigos, que les hacía ilusión venir a mi programa, observó, depresivo. Porque a todos ellos los había entrevistado y con todos había quedado en los mejores términos: hablemos pronto, salgamos a cenar, tomemos unos vinos en mi casa, qué ganas de seguir conversando fuera de cámaras. Fue así como el tonto de Barclays descubrió que los amigos que haces en la televisión no son en realidad tus amigos y que las efusiones de afecto que se derraman o desbordan en televisión raramente son verdaderas y nunca duraderas.
Luego Barclays invitó al cantante español Alejandro Sánchez, conocido artísticamente como Alejandro Sanz. Nunca lo había entrevistado. No le escribió un correo electrónico. Lo llamó a su teléfono móvil.
-Me gustaría inaugurar la nueva temporada de mi programa contigo -le dijo-. Te daría toda la hora. Y te haría una entrevista con la grandísima admiración que siento por ti, querido Alejandro -añadió.
Sanz se tomó su tiempo y respondió:
-Me vas a disculpar, Jorge, pero no puedo.
Me ha llamado Jorge, cuando me llamo James y me dicen Jimmy, pensó Barclays, indignado.
-¿No puedes? -se sorprendió Barclays-. ¿No puedes o no quieres?
Ese día Barclays estaba nervioso, crispado. Había dormido mal. Había discutido con su novia. Estaba mal medicado. Se sentía débil, confundido, inseguro. No podía creer que todas las celebridades, todas, huyesen de él como de la peste.
-No puedo -respondió secamente Sanz.
-¿Por qué no puedes? -se puso necio Barclays-. ¿Sales de viaje?
-No -dijo Sanz-. Estoy indispuesto.
Barclays soltó una risita cínica de hiena hambrienta.
-¿Indispuesto? -dijo, en tono burlón-. ¿Qué es eso? ¿Estás enfermo?
Sanz se impacientó:
-Mira, Jorge, ya te dije que no puedo. Por favor no insistas. Quizás más adelante te daré la entrevista.
Barclays perdió los papeles, se desquició:
-No habrá «más adelante», Alejandro. No te haré nunca una entrevista. No volveré a llamarte. Y a partir de hoy cuéntame entre tus enemigos.
Sanz soltó una risotada insolente:
-¿O sea que si no te doy la entrevista me convierto en tu enemigo? -preguntó, azorado.
-Sí, exactamente -dijo Barclays-. Porque siento que estás despreciando mi programa, que me estás despreciando, que estás despreciando mi trabajo periodístico.
-Joder, tío, estás mal de la cabeza -dijo Sanz.
-¡Te estoy ofreciendo mi programa inaugural, mi debut en la cadena B! -bramó Barclays-. ¡Eres el primer artista al que llamo! -mintió con descaro: antes había llamado a diez o doce y todos le habían dicho que no, que no gracias, que otro día hablamos-. ¿Quién carajo te has creído para hacerme este desaire? ¡Llevo años triunfado en la televisión y nunca un artista se negó a darme una entrevista diciendo que se sentía indispuesto! ¿Qué carajo tienes, Sánchez, te ha venido la regla?
-Mira, Jorge, no te permito que me hables así -dijo Sanz, indignado, levantando la voz-. Mejor nos despedimos y quedamos como amigos.
-¡Quedamos como enemigos! -dijo Barclays-. ¡Voy a hundirte, cabrón! ¡Eres un cantante de medio pelo!
De pronto Sanz se sintió tocado en su honor y gritó:
-¿Qué me has dicho?
-¡Que eres un cantante de medio pelo! ¡Un cantante de moda que pronto pasará de moda! ¡Un cantante cursi para las peluqueras!
Alejandro Sanz tomó aire y reunió las palabras precisas:
-¡Cursis son tus libros, gilipollas! ¡A mí los músicos me respetan! ¡Mis colegas me respetan, todos los más grandes me respetan! A ti, ¿qué escritor importante te respeta? ¡Ninguno! ¡Y tu programa es una chorrada! ¡Ni a cojones voy a ese programa! ¡Vete a que te den por culo!
-¡Enano malparido, torero de pericotes! -alcanzó a gritar Barclays, despechado, pero ya Sanz había cortado el teléfono.
Barclays corrió al baño y tomó unos calmantes para no desmayarse. Se sentía profundamente humillado.
Inauguró la temporada en la cadena B entrevistando al cantante mexicano Cristian Castro. Los ratings fueron malos.
Como no podía entrevistar a las grandes estrellas, porque todas ellas estaban comprometidas en exclusividad con la cadena A, y entonces se resignaba a entrevistar a estrellas serie B en la cadena B, el programa de Barclays fue un fracaso, los ratings nunca levantaron. Un año después, la jefa de la cadena le dijo a Barclays que había decidido cancelar su programa.
-Pero nuestro contrato es por dos años -objetó Barclays.
-Sí -dijo la jefa-. Te vamos a pagar todo el segundo año, pero no para que hagas el programa, sino para que te quedes en tu casa.
Fue la última y más terrible humillación para Barclays: le pagaban una fortuna para no hacer televisión.
Expirado dicho contrato, Barclays firmó con la cadena C para hacer un programa de lunes a viernes a las diez de la noche, en vivo. A sabiendas de que las grandes estrellas no visitarían su programa, resolvió que no fuese de entrevistas, sino de política, de opinión política, su opinión política atrabiliaria y ponzoñosa. La fórmula resultó. El programa tuvo éxito. Barclays volvió por sus fueros y se puso intratable, más envanecido que nunca.
Fue entonces cuando Antonio, amigo de Sanz, también amigo de Barclays, hijo de un expresidente, convenció a ambos para reconciliarse. Citó a Barclays en casa de Sanz. Barclays llegó a medianoche, después del programa. Sanz lo recibió en su mansión. Se dieron un abrazo. No aludieron a la pelea telefónica. Cenaron los tres: Sanz, Antonio y Barclays. Hablaron de política. En algún momento Sanz se fatigó y dijo:
-Me disculpan, pero me voy a pintar.
Antonio y Barclays siguieron comiendo y bebiendo. La perrita de Sanz se acercó a Barclays y este le dio pedacitos de chorizo, sin saber que la perrita no comía chorizo ni ninguna otra comida para humanos. Sanz no bajó del segundo piso. ¿Estará pintando, durmiendo o follando?, se preguntaba Barclays. En cualquier caso, se aburre hablando conmigo, se flagelaba. Cuando ya amanecía, Barclays y Antonio se fueron de la casa de Sanz. Horas después, la perrita de Sanz expiró, atragantada de chorizo. Sanz pensó que Barclays la había sobrealimentado con la intención perversa de matarla. Por eso llamó a Barclays y le dijo a gritos:
-¡Imbécil, has matado a mi perra!
-No fue mi intención -dijo Barclays.
-¡Cómo se te ocurre darle chorizo! -gritó Sanz, furioso-. ¡Eres un miserable! ¡Lo has hecho para vengarte de mí!
-Ha sido un accidente -dijo Barclays.
-¡No vengas más a mi casa! ¡No me llames! ¡No me pidas que vaya a tu jodido programa! ¡Déjame en paz, puto Barclays de los cojones!
-¡No necesito que vengas a mi programa, Sánchez! -gritó Barclays-. ¡Mi programa es sobre política, sobre gente importante, no sobre cantantes de peluqueras como tú!
Sanz de nuevo tiró el teléfono. El armisticio o la tregua había durado pocas horas.
Años después, Sanz hizo unas declaraciones políticas contra el espadón de Venezuela. Barclays pasó el vídeo en su programa y lo elogió sin reservas. Al día siguiente, llamó a Sanz y lo invitó al programa:
-Me encantaría hablar contigo sobre Chávez, sobre Venezuela -le dijo-. Es muy infrecuente que un cantante tenga los cojones para criticar a un dictador de izquierdas.
-Gracias, pero no puedo -dijo Sanz, en tono cordial.
-Sí puedes -insistió Barclays-. Solo que no quieres.
-No puedo y no quiero -dijo Sanz.
-¿Por qué? -preguntó Barclays.
-Porque eres un fundamentalista de derechas -se animó Sanz-. Estoy contra Chávez, pero no me siento cómodo metiéndome en tu trinchera.
-No tienes que meterte en mi trinchera ni en la de nadie, Alejandro. Puedes decir lo que te salga del forro. La idea es pegarle duro al cabrón de Chávez.
-Si cambio de opinión, te llamaré -dijo Sanz, y Barclays lo odió.
Alejandro Sanz nunca visitó el programa de Jimmy Barclays.
Barclays comprendió que debía dejar en paz al cantante.
Se encontraron en un vuelo de Miami a Madrid, Iberia, primera clase, y se saludaron con afecto.
Años después, Sanz sorprendió a Barclays: lo llamó por teléfono y lo retó a un partido de tenis en la cancha de su casa. Antonio, amigo de ambos, ofició de mediador o componedor.
El partido fue reñido, intensamente disputado. Barclays hizo trampa todo el tiempo, dando por largas, a los gritos, numerosas pelotas que en rigor eran buenas y debieron ser cantadas como puntos a favor del cantante. Tal vez por eso, ganó a duras penas. Se dieron un abrazo y Sanz le dijo:
-He decidido que mañana iré a tu programa.
-Gracias, Alejandro, pero no es una buena idea -dijo Barclays-. No hace falta, no te molestes.
Sanz lo miró incrédulo.
-Ya casi no hago entrevistas -dijo Barclays-. Cuando hago entrevistas a cantantes, mi rating baja muchísimo. Lo que mi público quiere es que yo hable de política. O sea que gracias, pero no gracias.
-¿Me estás tomando el pelo? -preguntó Sanz.
-No -dijo Barclays-. En realidad, prefiero que no vengas al programa mañana.
Humillado, Sanz miró a Barclays con mala cara y dijo:
-Me voy a pintar.
Luego se marchó, presuroso.
Fuente: La Nación
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