Del tiempo impreso
Vana ilusión, la cuarentena no ha alcanzado para todas las tareas por siempre postergadas. La creímos holgada, dispuesta para llenar y vaciar continuamente el tintero, pero la sola angustia de sobrevivir a un régimen en sí mismo, pandémico, ha imposibilitado la reflexión necesaria y la escritura deseada, en el trance de un oficio, el nuestro, que pugna por atravesar las fronteras virtuales que ahora lo delimitan.
Disculpándonos por el tono personal, adoptar todas las previsiones posibles ante un huésped tan peligroso, como invisible, dentro y fuera de la casa, compensando en alguna medida la desinformación e improvisación reinante con la auto-disciplina personal y familiar, significa también sufrir los embates de la búsqueda de los alimentos y medicamentos demencialmente encarecidos. Y, a la vez, lidiar con la falta de los insumos y servicios básicos, como el combustible, el agua y la electricidad que, incluyendo una dañina variación de su intensidad, convierte las telecomunicaciones en toda una fantasía.
Nada propicias las condiciones para la meditación pausada y serena, pendientes de algún ensayo largamente prometido, diligenciamos como podemos la reparación de los artefactos eléctricos y electrónicos, varias veces, resignados a escribir y enviar los habituales artículos semanales desde el teléfono móvil celular, igualmente comprometido. No obstante, a pesar de todos los pesares, quedando impresa en el tiempo que corre indefectiblemente, algún resquicio alcanzamos para la lectura organizada, la cual – por cierto – ni siquiera fue negada para los presos políticos de los ’60 del ‘XX que tuvieron ocasión de publicar aún tras las rejas, como muy pocos pueden adivinarlo hoy.
El asunto viene a colación por un Tweed de LGMM (https://twitter.com/luisbarraganj/status/1275554749929136129), a propósito de un artículo relacionado con Carlos Ruíz Zafón, recientemente fallecido, pues, considerándonos un “ejemplar raro” entre la dirigencia política, dijo difícil hallar a alguien que “dedique su tiempo a escribir sobre escritores y libros”, aunque – le aclaramos – ojalá lo tuviésemos. Sin mayores pretensiones, rondándonos por varios días el telegrama, quizá lo explicamos por pertenecer a una generación de dirigentes hechos en la modernidad, aferrados a la mucha o mediana densidad de los libros convencionales, en contraste con los forjados por la llamada post-modernidad, contentos con la ligereza e interesada trivialidad del debate público.
En todo caso, sabemos de numerosas personas que cultivan la lectura con devoción, dispuestas por siempre al comentario, con una cuidadosa y celosa disposición de sus más preciados libros, jamás anegadas de un número insoportable de ejemplares. Los devotos reflejan fielmente una época que profundizará la post-pandemia con ámbitos más reducidos e íntimos para la extendida lectura o la rápida consulta, acaso, ya tributados por los medios digitales, organizadores más que ahorradores de tiempo. Acotemos, si fuere el caso, el dirigente promedio de la post-modernidad, gustará más de la arquitectura bibliotecaria, babélica y convencional para un empleo masivo y abierto, como la biblioteca Tianjin Binhai, ubicada en China, tomada por futurista, que tomar el libro de la modesta mesa de noche, encender la lámpara y leer, sin que alguna cámara de televisión haga célebres sus gestos.
Fotografías: RED DUFOUR AFP Biblioteca Tianjin Binhai (China, 2017).
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