Las memorias de Don Nerio

Entre la bibliografía de la historia nacional se muestra un curioso libro titulado MEMORIAS publicado en 1951. En su prefacio explica el autor  que aquella obra representa un gran sacrificio pues no poseía maquina de escribir ni sabía utilizarla; admite que no tenía preparación para acometer semejante hazaña cultural; y confiesa que, gracias a su pobreza y falta de instrucción, ninguno de sus amigos le hacía caso cuando hablaba sobre sus propósitos de convertirse en cronista de su pueblo y tiempo.

Estas MEMORIAS fueron publicadas sin ningún tipo de edición ya que el escritor Nerio Duin Anzola, llanero rústico y de poca sapiencia, no quiso entregar a nadie sus historias para que las puliera o corrigiera ya que, según sus propias palabras: –No deseo engañar al lector con frases cultas y bien hechas que estoy lejos de dominar y del lenguaje poético que carezco.-

Don Nerio se disculpa en las primeras páginas por haber escrito uno de los libros más pintorescos e interesantes de la literatura venezolana. En esta simple crónica de relatos aislados, carentes de cualquier tipo de importancia y a veces absurdos, redactada sin observar las reglas de sintaxis del castellano cristiano, corre y vive la vida campechana y trascendental de la provincia.

Mejor que en muchos de esos arreglados volúmenes de elegante frase y armoniosa entonación que pretenden interpretar la realidad del país, entre las páginas de estas MEMORIAS el lector choca con el universo venezolano, sus aventuras, audacias, leyendas y picardías, todo aquello que forma parte de nuestra idiosincrasia.

Este nativo de Portuguesa, comienza a narrar la historia diciendo como en su juventud fue saltando de un empleo a otro hasta que decidió darle un nuevo giro a su vida. Fue pulpero, dependiente de comercio, arriero, agricultor, ornitólogo, comprador de puercos, vendedor de frutas, cobrador de rentas y vigilante de carreteras hasta que decidió convertirse en posadero. Cada cuento termina peor que el otro y la historia de su posada ve final cuando uno de esos viajeros que sigue camino en horas de la madrugada le roba todos los chinchorros y colgaderos.

Se encuentra empleado como obrero en la construcción de una casa cuando un tío suyo es nombrado Jefe Civil de Acarigua, entonces decide nuestro protagonista, dentro del más sano nepotismo, cambiar otra vez de oficio y entrar en esas cosas de la política. El pariente lo nombra Jefe Civil del Municipio y su decepción es enorme cuando se entera que el sueldo mensual es de apenas 22 bolívares. La amargura le dura poco cuando los amigos le informan que lo menos importante del puesto es el sueldo, que ahora hay otras fórmulas para hacer fortuna.

Así empiezan los guisitos de Nerio. Una partida de defunción cuesta 20 bolívares, pero si esta se encuentra firmada por el obispo se pueden cobrar hasta 500. Así va amasando peculio el nuevo funcionario hasta que un día, gracias a unas copas en un botiquín y creyendo poder confiar el secreto de su bonanza, uno de sus compañeros de farra viaja a la Capital y, como es primo del Secretario, logra serrucharle el puesto.

Es designado como Jefe Civil del Municipio de Payara, uno menos productivo, poblado y más complicado que su antiguo despacho de Acarigua. Allí decide pelearse con un poderoso terrateniente de las afueras de aquel pueblo que, según Nerio: -ensuciaba el agua de beber del pueblo con su propio desalojo.- Por ello le propina merecido escarmiento atándolo a la pata de un árbol habitado por un panal de abejas y pasándole unos brochazos de melaza.

-Castigado por los insectos se le quitó la mala costumbre al terrateniente.- dice Duin Anzola sobre aquel episodio.

Decide cambiar la Jefatura Civil por la fiscalía del negocio del chimó, con la mala suerte que el primer contrabando que captura resulta pertenecer a una respetada matrona de Guanare. El grueso de la sociedad portugueseña se ofende con las actuaciones del abusivo Fiscal de Payara y el altercado le cuesta el puesto.

Como ha quedado una vez más sin oficio y las cosas andan mal en la provincia, decide trasladarse a las cumbres andinas, en San Cristóbal otro tío suyo es oficial de Juan Alberto Ramírez, Presidente del Estado Táchira.

En 1928 se encuentra como encargado de la Hacienda “Pirineo”, una hermosa posesión que ha comprado Ramírez a las afueras de la ciudad. Allí se entrenan 200 hombres que serán enviados a Caracas y el centro del país para integrarse a la policía y red de espionaje del General Juan Vicente Gómez.

Tan solo un año después aquellos hombres despachados de “Pirineos” regresan al Táchira. Lo hacen en lujosos automóviles para buscar a sus familias y prometerles un nuevo y prospero hogar en las modernas e iluminadas ciudades del centro del país.

-Por eso lo mejor es mantenerse en estas cosas de la política.- concluye Don Nerio.

 

Jimeno Hernández
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