Una fiesta kirchnerista que termina en derrota

Fue un tiempo en el que un juez parcial marcó la agenda de los medios kirchneristas y el discurso de sus dirigentes. Federico Villena, que llegó a juez de la mano de Cristina Kirchner y luego acumuló poder gracias a los servicios de inteligencia del gobierno de Macri , cayó en uno de los tantos saltos mortales sin red que dio en la Justicia y en la política. El camarista federal de La Plata Roberto Lemos Arias le sacó la causa por manifiesta falta de imparcialidad. La fiesta kirchnerista que promovió ese juez arbitrario podría terminar en una derrota. Todos los imputados por Villena pedirán seguramente la nulidad de sus decisiones. El megaescándalo de Lomas de Zamora, en el que el cristinismo quiso replicar la operación en el juzgado de Dolores que también inculpó a políticos y periodistas, quedaría reducido a la nada misma. La imparcialidad por la que se apartó a Villena es, desde ya, mucho peor que una recusación por jurisdicción. La imparcialidad expone a un magistrado que tomó decisiones, y hasta decidió la prisión de muchas personas, con intereses o compromisos en la causa. En rigor, Villena se estaba juzgando a sí mismo, porque él dictó como juez muchas medidas que, al final, desembocaron en las supuestas maniobras que estaba juzgando ahora.

Las contradicciones de Villena son patéticas. Nunca imputó en esa causa en la que se mezclan espías y conspiraciones a los jefes del servicio de inteligencia en tiempos de Macri, Gustavo Arribas y Silvia Majdalani, pero le negó la eximición de prisión al secretario privado del expresidente, Darío Nieto. ¿Tenía Nieto, un joven estimado por todos los políticos que lo conocen, más poder que Arribas y Majdalani? Imposible. A Nieto le incautó su computadora y su teléfono celular; es decir, Villena incautó en un solo acto la agenda de un presidente de la Nación, actual expresidente y significativo líder de la oposición al kirchnerismo. Parece una crónica de la Venezuela de Maduro. El error político más comprobable del macrismo fue haber acordado en su momento con esta clase de jueces y no haber promovido una limpieza profunda de la Justicia. «El que traiciona una vez traiciona siempre», señaló un dirigente macrista en alusión a Villena. Era también una crítica a ellos mismos. Villena venía con la cargada fe de los conversos; había pasado del cristinismo al macrismo y del macrismo al cristinismo. ¿Qué se puede esperar, si no parcialidad, de tales malabarismos de semejante juez?

A un juez se le pide que interprete las leyes y las aplique, no que las interprete y las aplique según el gusto de sus sucesivos clientes. Villena llegó a privar de la libertad a 22 personas, casi todas pertenecientes a los servicios de inteligencia. Nadie serio se sentaría con ninguno de ellos a tomar ni siquiera un café, pero el derecho a la libertad existe también, y sobre todo, para los peores. El viernes, casi 10 horas después de que el camarista Lemos Arias le sacara la causa, Villena no había trasladado el expediente al nuevo juez de la causa, Juan Pablo Augé, y a la fiscal Cecilia Incardona. Se estaban por cumplir 48 horas de la detención de varias personas que no podían ser indagadas porque el nuevo magistrado no tenía la causa. Esas detenciones podían ser consideradas prisiones ilegales. Villena había desplazado de hecho a la fiscal Incardona, que se enteraba por medios kirchneristas de lo que hacía el juez. Villena no le permitía a Incardona el conocimiento de la causa porque temía, decía, que hubiera filtraciones. Era el juez el que filtraba información a medios solo kirchneristas.

Es raro que un juez juzgue sus propias decisiones. Las escuchas telefónicas en la cárcel de Ezeiza que revelaron la Operación Puf, destinada a desestabilizar al juez Claudio Bonadio y más que a nadie al fiscal Carlos Stornelli (que investigaban la causa de los cuadernos, la descripción más sorprendente de la corrupción kirchnerista), fueron ordenadas por Villena. Este le aseguró a la Cámara de La Plata, en su descargo ante la recusación, que había dispuesto la destrucción de esas escuchas. Mintió. El juez Bonadio le mandó un oficio pidiéndole que le trasladara copia de las conversaciones telefónicas de los exfuncionarios kirchneristas. Se las envió. Si bien Villena seguía la pista de un narcotraficante, Mario Segovia, preso en Ezeiza, lo cierto es que lo que le importa al kirchnerismo son las grabaciones de sus exfuncionarios, también presos en Ezeiza. Villena se alarmó por las investigaciones y seguimientos al Instituto Patria, sede del poder vicepresidencial, pero el servicio de inteligencia lo notificó a él de esos procedimientos con el argumento de que podía haber un atentado terrorista. El juez no los objetó. Cristina Kirchner fue teatralmente al juzgado de Villena y, en un acto con ribetes de comedia más que de tragedia, conoció los pormenores de investigaciones ordenadas por el propio Villena. Villena ya era entonces un héroe del kirchnerismo. La revancha no se detiene en los modos ni en las herramientas. Estas son las cosas que, en síntesis, le reprochó a Villena el camarista Lemos Arias cuando aceptó su recusación por parcialidad, el peor pecado de un juez.

La causa madre a la que se aferró Villena fue el intento de atentado contra la casa de José Luis Vila, un exfuncionario de la AFI, como se llama ahora el servicio de inteligencia, y funcionario menor también del Ministerio de Defensa en tiempos de Macri. El narcotraficante Sergio Rodríguez, conocido como Verdura, le contó a Villena que él trabajaba para los servicios de inteligencia y que había colocado el artefacto (que nunca explotó y que no se sabe todavía si podía explotar) en casa de Vila. Otra extrañeza. Verdura fue detenido durante el gobierno de Cambiemos y nunca dijo que pertenecía al servicio de inteligencia. Solo siete meses después, ya bajo el gobierno del kirchnerismo, contó que hizo tareas para la AFI de Macri. A su vez, Vila acusó a la AFI por la bomba que no explotó en su casa y la AFI, según cuentan exfuncionarios de Macri, lo acusó a él mismo de ponerse la bomba. Vila tiene dos amigos políticos. Uno es Enrique Nosiglia, que era amigo personal de Macri desde antes que este fuera presidente y terminó siendo un duro adversario del ahora expresidente. La amistad con Nosiglia le permitió a Vila conservar un cargo en el gobierno de Macri. El otro amigo de Vila es Eduardo Valdés, un viejo conocido de Alberto Fernández que trabaja ahora con Cristina Kirchner.

En efecto, los imputados en la causa que instruyó Villena, y sobre todo los presos, pedirán la nulidad de todos sus actos. La fiscal Incardona, dicen cerca suyo, reconocerá solo el derecho de hacerlo de quien lo recusó y sobre las medidas posteriores a la recusación. Es su obligación como fiscal, porque de otra manera se quedaría sin causa. Sin embargo, otros funcionarios judiciales aseguran que el apartamiento por parcialidad de Villena terminará inevitablemente en la nulidad de todas sus decisiones. Incluso, deberá responder ante la Justicia por la privación de la libertad de aquellas 22 personas.

Las arbitrariedades de Villena llegaron a tal extremo que las versiones de una inminente detención del periodista Luis Majul provocaron una profunda preocupación de periodistas y de instituciones periodísticas. La detención del periodista había sido promovida públicamente por el abogado de los Moyano, Daniel Llermanos ; por el incombustible senador Oscar Parrilli, vocero actual de Cristina, y por la insistencia de los medios cristinistas. Fuentes independientes del juzgado de Lomas de Zamora señalaron que no existen razones, objetivas ni subjetivas, para la detención de ningún periodista; tampoco para la de Majul. La detención de un periodista por el hecho de ejercer su profesión significaría una regresión de 37 años; llevaría al país a los tiempos previos a la restauración democrática de 1983. Hay una decisión política de perseguir a Majul. No hay dudas de eso. Pero detenerlo sería una escalada dramática hacia la absoluta vulneración del Estado de Derecho. La única buena noticia es que un juez arbitrario y parcial ya no está.

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