El paquidermo y la indigencia

El enorme mamífero que una vez fue imponente y dejaba huella a su paso, hoy es el indigente de la región que alguna vez lo vio como el rey (anti natura) del continente.

Sus hijos han seguido el mismo camino, la indigencia y la limosna se ha convertido en la forma de vida de muchas aceras que ya no se pintan tricolor de orgullo, hoy en esas mismas aceras solo queda la mancha roja de alguna vida que no alcanzó a llegar a casa.

El rebusque, la limosna y el ‘prestao’ son el nuevo salario del paquidermo indigente que no alcanza a vivir con un salario mínimo inexistente, pero siempre presente en la vida de tantos indigentes trabajadores.

Venezuela se ha convertido en una gran acera, todos somos parte del gran número de limosnas que se entregan cada día en esta acera de treinta millones de habitantes, mendigo o benefactor, a diario somos parte de la gran red que existe en Venezuela.

El médico que no llega a la quincena y en sus tiempos libre hace de taxi para completar. La docente, y su sueldo que la hace perder la decencia cada que revisa su cuenta bancaria. Los estudiantes, lejos de sacar copias, tomar café y hacer vida universitaria, a duras penas les alcanza para estudiar; no hay espacio para el esparcimiento en la acera de la indigencia.

Un autobús, un vagón del metro o la cercanía de una panadería, da igual el lugar, siempre hay espacio para un venezolano más que no tiene dinero para comer, siempre cabe, en esta gran acera que somos, un estómago más que come de la limosna cada vez más escasa y más solicitada.

El enorme paquidermo no solo mendiga dinero, también agacha la cabeza por agua, gas y por casi cualquier cosa que necesite, pues es casi incapaz de conseguirlo por medios propios, el elefante se acostumbró a vivir en el zoológico de la limosna donde espera que los visitantes lo alimenten para no morir de hambre.

Le diagnosticaron soledad, sus hijos han salido de casa en busca de su propia vida, aquella que cansado, viejo y maltratado, ya no puede ofrecerles el enorme y pesado elefante. Reposan en las aceras del mundo los hijos de aquel viejo ‘millonario’ al que hoy le falta una pata, acostados en las calles, esperando oportunidades se encuentran los hijos cansados de cargar con los males de un padre que permitió que los echaran de casa.

Lleno de lágrimas pide que le completen para un pan, aquel señor de barba larga y desaliñada, capaz sus hijos se encuentran con los del mapa, lejos de su techo, olvidando lo que fueron y tratando de no cargar con el peso de la indigencia tricolor.

Un bolso roto, con el peso de lo que alguna vez fue, va el padre de familia que le dio todo a su hogar y hoy se sabe incapaz de darles tranquilidad y pan cada día. Harto de vivir en la sombra del elefante, donde ni siquiera hay agua para calmar la sed.

El estudiante, aquel que no se resigna, el que sigue soñando con un país posible, el mismo estudiante que cada día madruga en busca de sus sueños, ahí deposita sus esperanzas el gran paquidermo de América, a él no le pide limosnas, a él intenta ofrecerle el refugio que se sabe incapaz, le implora que no se vaya, lo mira con esperanza y le susurra que en sus manos está el futuro de aquellos que patean aceras ajenas, y de los que duermen en las propias.

Los ojos vacíos en las calles cada vez más llenas. Demasiadas madres que dependen de las dadivas para alimentar a sus hijos, reflejo innegable del país. La abuela, que suplica por su nieto que buscó futuro en otras fronteras, la limosna que necesita es el amor de los que se fueron en busca de otra vida.

Los depósitos de basura cada vez más llenos de niños pequeños, en busca de vida, comida o cualquier cosa para engañar al estómago. Ojos vacíos, ocho años de vida y mil años de guerra y sufrimiento en cada hombro. Es demasiado peso para quien camina casi a rastras por la falta de fuerza en las piernas. Se tambalean entre calles, piden comida y duermen en cartones en el suelo, son los hijos más pequeños de la república incapaz, el futuro que no existe, el progreso estancado en el depósito de basura más cercano.

“Dame, por favor, dame…” gritaba desesperada la voz de un hombre que vio pasar a otro con una bolsa de pan, tragué grueso, y recordé aquella voz nefasta de quien asegura en cadena nacional que Venezuela es potencia. Los huesos, más que visibles de aquel hombre se ríen cuando los vagabundos de traje y corbata dicen a voz llena en cada canal de radio y televisión, que los venezolanos han engorado durante los últimos años de la revolución.

La indigencia en cada esquina, además exigente pide que por favor las “donaciones” sean en divisas, porque los bolívares no les alcanzan para nada. El bolívar, devaluado hasta lo inimaginable, es incapaz de servir incluso como limosna. El país se mueve en divisas, todo se compra y vende al ritmo de las franjas y las estrellas, todos, revolucionarios o no, confían más en Lincon que en Bolívar, al menos para cuidar sus billeteras.

El tricolor ya no compra, solo mendiga las sobras. Ya no hay espacio para un Bolívar en la cartera, porque, además, necesitas carretillas para cargar el efectivo que tampoco hay. El verde libertad acompaña cada jornada del mapa.

El elefante muere de hambre, de cansancio, y soledad. Le arrojan Bolívares, y con eso, poco y nada es lo que hace. El mamífero indigente, aquel que vio partir a sus hijos, tiene los labios rotos por la deshidratación, se tambalea de lado a lado por el hambre, y pide, de forma urgente, que lo rescaten. El paquidermo ya no quiere vivir en el zoológico de la limosna, necesita, con urgencia, que lo trasladen a una reserva donde encuentre libertad.

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