Seis lecciones de Thoreau para América Latina
Cuando a fines de 2019 la ciudadanía en Bolivia se mantuvo en las calles por 21 días hasta conseguir la renuncia de Evo Morales a la presidencia, no sólo acabó con un gobierno atrabiliario que se prolongó por 14 años, sino que demostró que la resistencia civil es una forma de acción política que puede cambiar el rumbo de la historia.
El término resistencia civil hace referencia al conjunto de acciones ciudadanas destinadas a socavar el poder de un gobierno a través del retiro efectivo tanto del consenso ciudadano como de la lealtad de las fuerzas del orden y del aparato burocrático. Implica el autorreconocimiento del ciudadano como factor de poder y el consiguiente conflicto con el poder político.
La resistencia civil es tan antigua como antiguo es el Estado. La historia política de la humanidad puede ser vista como la relación conflictiva entre el poder y la ciudadanía. Si bien es posible rastrear protagonistas sobresalientes en esta extensa convivencia contradictoria, fue el escritor y filósofo estadounidense Henry David Thoreau (1817–1862) quién estableció sus principios fundamentales, los mismos que luego servirían de inspiración a León Tolstói, Mahatma Gandhi, Martin Luther King y un largo etcétera.
Junto a Ralph Waldo Emerson, Emily Dickinson, Walt Whitman y muchos otros aventajados intelectuales, Thoreau formó parte del llamado trascendentalismo, movimiento filosófico, político y literario que postula, entre otros, que el alma de cada individuo es una sola con el alma del mundo y con Dios. Sostiene además que la bondad es inherente al ser humano y que ésta se halla acechada y pervertida por la sociedad y las instituciones públicas, y que para preservarla se hace necesario cultivar la individualidad.
Thoreau recibió también la influencia del escritor Percy Bysshe Shelley, uno de los más importantes poetas del romanticismo inglés, impulsor de las ideas de la libertad y la individualidad (esposo de la extraordinaria escritora Mary Wollstonecraft Godwi -Mary Shelley-, pionera del feminismo liberal y autora de la novela Frankenstein o El Moderno Prometeo). No ocultaba su deuda con el poema La máscara de la anarquía (Alzaos cual leones tras un breve sueño / Y en tal abundancia que sea invencible / Librad a la tierra de vuestras cadenas / De ese rocío que anoche os cayera / Vosotros sois muchos y pocos son ellos). Se sabe que otra persona que tuvo influencia directa en su pensamiento y actitud fue su abuelo materno, Asa Dunbar, quien en 1766 dirigió en Harvard la primera protesta estudiantil registrada en las colonias americanas, conocida como «la rebelión de la mantequilla».
Bajo ese nutrido legado, en julio de 1846 Thoreau se negó a pagar seis años de impuestos atrasados, argumentando que se resistía a colaborar con un gobierno que consentía la esclavitud y que impulsaba una guerra inmoral con México. Pagó su osadía con el encierro. Más tarde, su posición se vería reflejada en un ciclo de conferencias bajo el título «Los derechos y obligaciones del individuo en relación con el gobierno» (1848), las mismas que servirían de insumo para el ensayo «Resistencia al Gobierno Civil» (1849), más tarde y hasta hoy titulado «Desobediencia Civil» (1866).
¿Qué podemos aprender de este agrimensor, fabricante de lápices y amante de la libertad, la individualidad y de la naturaleza que sea útil para la resistencia civil en Bolivia y en el resto de América Latina? Entre otros, estos seis principios:
Primero. El gobierno es únicamente un medio que la ciudadanía elige para ejercer su voluntad. Sólo es útil mientras «menos interfiere en la vida de los gobernados». Enfatiza: «El mejor gobierno es el que menos gobierna».
Segundo. Todo gobierno «no puede ejercer más derecho sobre mi persona y propiedad que el que yo mismo le conceda». Para que exista ese consentimiento, es indispensable reconocerse y ser reconocidos como individuos primero y ciudadanos después. Es más, «ningún Estado podrá jamás ser realmente libre e ilustrado sino hasta que reconozca al individuo como un poder superior e independiente del que se deriva su propio poder y autoridad, y lo trate en consecuencia».
Tercero. Ante un gobierno tiránico, la ciudadanía reconoce el derecho a la resistencia. Es una acción que prioriza la justicia y la decisión de «no convertirnos en el instrumento de la misma injusticia que condenamos». En esta lucha, no importa si se forma parte de la minoría. «Cualquier hombre que esté en lo justo, constituye una mayoría de uno».
Cuarto. Cuando un gobierno somete a la ciudadanía, lo hace amparado en el uso de la fuerza, nunca «confronta voluntariamente la conciencia intelectual o moral» del ciudadano.
Quinto. En su relación con el Estado, el ciudadano puede optar por la sumisión o la resistencia. El sumiso abandona su individualidad para convertirse en masa, «una sombra y remedo de humanidad». Sirve al Estado no como individuo, sino como cuerpo y fuerza bruta. Los sumisos se constituyen en el principal sostén del gobierno tiránico y por ello «suelen ser el mayor obstáculo para su reforma». Por su parte, los ciudadanos aportan con sus consciencias, y por ello deciden resistir.
Sexto. Si bien la desobediencia civil se halla comprometida con acciones no violentas, en casos extremos puede apelar a la fuerza. Tal reflexión se desprende de uno de los textos menos citados de Thoreau: Defensa de John Brown. En 1859, Brown asaltó un arsenal federal con la intención de usar aquellas armas para liberar esclavos. Dos meses después fue capturado, juzgado y ejecutado. Thoreau escribirá entonces una apasionada apología de aquel «héroe entre cobardes». Su pluma se hará áspera y punzante: «Cuando un gobierno emplea su fuerza a favor de la injusticia… se revela simplemente como una fuerza bruta o, peor, demoníaca. Se pone a la cabeza de los matones. Está más claro que nunca que gobierna la tiranía». Luego de constatar que «nuestros líderes pertenecen a una clase inofensiva de gente» (hecho bien conocido en la actualidad en esta parte del continente), Thoreau asumirá una posición definitiva: «Nunca tendría nada que ver con ninguna guerra, a menos que fuera una guerra por la libertad».
Visto este paseo por el pensamiento de Thoreau -un verdadero pedernal de bolsillo-, y luego de analizar los logros y retrocesos de la lucha por la democracia en América Latina y en particular en Bolivia, queda claro que la resistencia civil se constituye en la única garante para mantener viva la luz de la libertad, pero a condición de liberar primero al individuo de su condición de súbdito aborregado para hacerlo un ser humano digno y un ciudadano despierto.
Sin duda, la mejor lección que podemos aprender de Thoreau es la forma cómo encaró su vida y su relación personal con el Estado. El escritor Henry Miller resumió así este ejemplo: «Thoreau es lo más raro que se puede encontrar sobre la Tierra: es un individuo».
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