Bolivia: Cuatro lecciones urgentes

Mientras el Movimiento al Socialismo (MAS) despliega una amplia y orquestada estrategia internacional y local para retomar el poder en Bolivia -por las urnas o por las calles-, y los candidatos se niegan ciegamente a la unidad, la ciudadanía se mantiene alerta. Es un escenario volátil.

Los avances y tropiezos de la resistencia civil boliviana resultan útiles para entender y enriquecer la lucha por la democracia en América Latina. Cuatro aspectos destacan: el derrumbe del MAS, las redes ciudadanas, la oposición funcional y el apronte civil.

Derrumbe del MAS

El MAS ascendió al poder con el objetivo de llevar a Bolivia hacia el «socialismo comunitario», régimen totalitario moldeado a imagen y semejanza de la comunidad andina premoderna (ayllu), cuyo liderazgo correspondía al poblador nativo, no por razón política alguna sino porque concentraría, nada menos que en su «piel», la memoria histórica de idílicos tiempos prehispánicos (socialismo racial).

Tal proyecto político, más cercano al fascismo alemán que al socialismo soviético o cubano, no sólo fue derrotado por la inviabilidad tantas veces demostrada de los proyectos totalitarios (fascismo y socialismo), sino por la inexistencia de un sujeto social que concentrase, en su «envoltorio corporal», las virtudes de un ilusorio pasado precolonial (fascismo andino).

Asentado el polvo de las estériles arengas socialistas-raciales y nacional-populistas, se hizo claro que en su intento de erigir aquel paraíso desahuciado, el MAS sustituyó la democracia por una estructura jurídico-institucional dictatorial, a la que primero llamó «capitalismo andino-amazónico» y que luego rebautizó como «estado plurinacional». Se hizo evidente además que se trataba de una organización ajena a la ley, aferrada al «socialismo del siglo XXI» (castrochavismo) por el cordón umbilical del narcotráfico.

Por otra parte, el MAS se presentó como la expresión política de «los indígenas, originarios y campesinos» y de «las clases empobrecidas de las ciudades; los plebeyos», pero en los hechos únicamente expresó los intereses de sectores de la burguesía informal, ilegal y mercantil, y de sectores sociales clientelares que malvivieron a la sombra de todos los gobiernos de turno.

El apoyo mayoritario que mantuvo a lo largo de años fue consecuencia, principalmente, de cuatro hechos:

  1. Amplias y sostenidas estrategias persuasivas que lo presentaron como aquello que nunca fue: «un partido de los pobres y los indígenas».
  2. Reedición del cacicazgo colonial, a través de la cooptación y envilecimiento de dirigentes sociales.
  3. Millonaria campaña que normalizó el prebendalismo y naturalizó el clientelismo.
  4. Ausencia de una oposición política que lo enfrentase en el terreno de las ideas.

Con el MAS en el poder, Bolivia se convirtió en una inmensa hacienda en la que reverdeció el pongueaje político. A la postración política y jurídica, se sumó el derrumbe moral.

No, el MAS no cambió en el poder, fracasó. Si bien fue echado del gobierno el 2019 en el mayor alzamiento ciudadano de la historia política boliviana, la estructura dictatorial quedó intacta, al igual que la cultura autoritaria que niega la preeminencia de la ley y de las instituciones, y que destaca el papel protagónico de los caudillos providenciales y sus obsecuentes séquitos electorales.

Redes ciudadanas

En enero de 2006, el griterío de la muchedumbre apenas dejó escuchar las pocas voces que se alzaron para alertar que la entronización de Evo Morales en el poder anunciaba el desmoronamiento del Estado de Derecho.

Con el paso del tiempo, el aplauso al régimen dejó de ser monolítico, sobre todo al irse develando que las promesas de redención escondían fracasos repetidos. Todo fue estafa. No hubo nacionalización real de los hidrocarburos (no podía haberla), tampoco medidas en favor del poblador nativo (fue usado como fuerza de choque), menos desarrollo económico (se dilapidó la mayor bonanza de nuestra historia en el mayor latrocinio que hayamos conocido), tampoco respeto a los derechos humanos (los violaron todos).

Ante la holganza de los partidos políticos «opositores», atrapados por el ego de sus inveterados jefes/candidatos, comenzaron a menudear las primeras redes ciudadanas a través de plataformas virtuales, principalmente de mensajería instantánea. Primero fueron las críticas, luego fue la auto-organización. Una de las primeras acciones colectivas coordinadas en red, principalmente en cuanto al objetivo, fue el «voto blanco/nulo» para las elecciones judiciales de 2011, opción que representó el 60% del resultado, constituyéndose en la primera derrota electoral del régimen. Luego vendría el Referendo del 21 de febrero de 2016 -el emblemático #21F-, que no sólo dejó como resultado la negativa ciudadana a un nuevo intento de reelección de Morales -#BoliviaDijoNO, otra consigna emblemática-, sino que consolidó la presencia de infinidad de redes ciudadanas, formadas por amigos, familiares, compañeros de trabajo, vecinos e incluso por fraternidades de carnaval.

A partir del 21F, Bolivia conoció una febril explosión de redes, al principio vinculadas exclusivamente por la crítica mordaz al régimen, pero luego por la necesidad de pasar del entorno virtual al mundo real. El hecho que terminó por articular una extensa «red de redes» y dar vida a un sinnúmero de liderazgos ciudadanos, fue la indignación provocada por el fraude electoral de 2019. La explosión, largamente acumulada y anunciada ya desde 2018, fue inevitable. Sin esta maraña de redes ciudadanas, formada a través de años, no hubiesen sido posibles los heroicos 21 días de resistencia civil activa que terminaron con la huida de Morales.

Oposición funcional

La experiencia boliviana ayuda a conocer y a estudiar ciertas aristas de una de las piedras angulares del castrochavismo: la oposición funcional. Sus características destacadas: personalismo extremo, entornos cerrados y obsecuentes, orientación electoralista, rechazo a la unidad y actuación inocua y estéril, siempre dentro de los márgenes del redil que impone la dictadura. Causa asombro, por ejemplo, que en 14 años de gobierno del MAS, aquella oposición no haya producido análisis político alguno que permita una caracterización adecuada del régimen. Sin diagnóstico no hay tratamiento efectivo y la enfermedad cunde. Así, no se trata de seguidores encubiertos, sino de enemigos confiables.

Debido a esta oposición inofensiva, existe probabilidad cierta de que Bolivia pierda en las urnas este octubre aquello que conquistó en las calles en noviembre de 2019. La negativa a la unidad por parte de los candidatos funcionales puede facilitar la victoria del MAS, pese a que esa organización cuenta con menos de un tercio de apoyo. ¿Surreal? No, funcional.

Ciudadanía en apronte

De las anteriores lecciones se desprende la más importante: ante la desidia funcional de los candidatos, la presencia vigilante de la resistencia civil es la única garantía no sólo para presionar a los políticos hacia la unidad (cada vez más lejana, en la cumbre), sino para frenar cualquier intento de restauración de la dictadura (unidad, desde abajo y en red).

Después de tanto tiempo (es casi un año), y pese a la pandemia, la ciudadanía sigue alerta, en un indicio claro de que el alzamiento de 2019 todavía no ha terminado porque su objetivo aún no fue alcanzado: recuperar la democracia. Las redes no sólo se mantienen, sino crecen y se entrecruzan, saltando por encima de las nimias visiones regionales y de partidos.

El tablero está armado. El MAS mueve sus fichas en abierto afán conspirativo, al tiempo que la ciudadanía se reorganiza para frenar su avance, a pesar de verse mediatizada por los candidatos funcionales que se esmeran en dividirla. La forma y resultado del desenlace dependerán de si la dirigencia política se desliga de su personalismo electoralista y consolida la unidad cívico-política o si la ciudadanía queda por su cuenta, amplía su unidad en red y forja sus propios liderazgos. Por el momento, el futuro inmediato se mece entre sueños de libertad y pesadillas de dictadura.

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