Editorial #531 – Volver a empezar

Bolivia es el más reciente ejemplo de un fenómeno que se ha repetido en la región

El resultado de las elecciones presidenciales en Bolivia, en las que Luis Arce, el candidato del Movimiento al Socialismo (MAS), partido de Evo Morales, se impuso con 55,14% de los votos ante Carlos Mesa, que alcanzó el 28,87% y Luis Fernando Camacho con 13,92%, nos obliga a reflexionar no solo sobre qué fue lo que ocurrió en ese país, sino también sobre lo que está pasando en la región.

Lo más sorpresivo del desenlace en Bolivia no fue el triunfo de Arce -esa fue siempre una posibilidad- sino la holgada ventaja que obtuvo y que le permitió conseguir la victoria en primera vuelta. Duplicó en votos al segundo, cuadruplicó al tercer y sacó 504.442 más votos que Evo Morales en 2019. Carlos Mesa, por su parte, consiguió casi 500.000 menos votos que el año pasado.

Este resultado es reflejo de un proceso en el que todo lo que podía salir mal para la alternativa democrática en Bolivia, salió mal. Desde un gobierno de transición cuyo mandato se alargó debido a la imposibilidad de hacer elecciones en medio de la pandemia y cuyo desgaste y errores afectaron a los candidatos, pasando por una campaña débil y poco proactiva de Mesa, que parece que apostó más a la inercia que a captar más apoyo, mientras la de Camacho se volvió local y no nacional, quizá consciente de que no tenía ninguna oportunidad de lograr la Presidencia pero sí de convertirse en un líder regional. Como si no fuera suficiente, ambas campañas se dedicaron más a atacarse entre ellos que a enfrentar a Arce.

Es cierto que ni sumando los votos que obtuvieron Mesa y Camacho alcanzan para superar los de Arce, pero también es una realidad que la política no es matemática simple. Es muy probable que si se lograba un frente unido, con un solo candidato, con una única propuesta que integre a oriente y occidente así como a las ciudades y las zonas rurales, y que busque convencer a todos los bolivianos desencantados con un mensaje de libertad y prosperidad, las posibilidades de lograr una victoria hubieran sido altas.

Bolivia es el más reciente ejemplo de un fenómeno que se ha repetido en la región: el socialismo no se impone porque gana, lo hace porque la alternativa pierde. Lo hemos visto ocurrir una y otra vez, recientemente en Venezuela, en Argentina y ahora en Bolivia.   

Por eso hoy es más importante que nunca que quienes comparten convicciones republicanas y democráticas revisen los errores cometidos y construyan un proyecto a largo plazo, que consolide sus bases, pero que también tenga la capacidad de sumar muchas más voluntades. Y, sobre todo, que tengan la capacidad de superar los fracasos con rapidez y convertir las duras experiencias en aprendizajes útiles. 

No está mal, de vez en cuando, aprender incluso de los que se encuentran en la acera del frente. Más allá de las grandes diferencias ideológicas que se pueden tener, esta semana podríamos que rescatar las palabras pronunciadas por el expresidente uruguayo, José Mujica, en su despedida del Senado y su retiro de la política:

Triunfar en la vida no es ganar, es levantarse y volver a empezar.

Miguel Velarde
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