Adiós Presidente Trump

No puede ser que gane Donald Trump. Porque si ganara sería que medio Estados Unidos ha enloquecido, ha sido poseído por lo que en la Edad Media hubieran llamado un demonio.

Trump es todo, Joseph Biden casi una anécdota, en estas elecciones. No “es la economía, estúpido”, es “Trump, estúpido”. Las elecciones presidenciales del martes son un referéndum sobre Trump. La gente o va votar por él o contra él.

La cuestión, la única cuestión, es si una mayoría de los ciudadanos de Estados Unidos volverá a sucumbir al disparate de decidir que un Calígula con traje y corbata es la persona indicada para ocupar el puesto más poderoso del mundo. Con perdón, quizá, al emperador romano. La historia lo ha retratado como el epítome del tirano demente. Pero no sabemos si las fuentes son de fiar. Con Trump las pruebas de locura e indecencia son manifiestas, abundantes e irrefutables.

¿Por dónde empezar?

Con lo que ha dicho del virus, la prueba más reciente de que Trump vive en un mundo que él mismo se ha inventado. Hace unos días Trump declaró: “Ponga el televisor: ¡‘covid, covid, covid, covid, covid’! Un avión cae, mueren 500 personas, no lo mencionan. ‘¡Covid, covid, covid, covid!’ El 4 de noviembre ya no oirán más del covid”. O sea, el día después de las elecciones los medios dejarán de hablar del covid; el covid ha sido un invento de los demócratas para restarle votos; propaganda, nada más. Esto lo dice el presidente de un país en el que no ha habido ningún accidente aéreo serio en más de una década pero ha sufrido medio millón de nuevas infecciones del covid en la última semana, donde en las últimas 24 horas ha muerto una persona del virus cada minuto.

Pero él lo ha tenido y se ha recuperado y ya no existe. El mundo empieza y termina con él.

Pero, pese a las encuestas, todas en su contra, muchos demócratas están muy nerviosos. Temen que el resultado electoral sigue en duda, que más de 60 millones de personas pueden volver a votar por Trump. Lo extraordinario es que haya una persona en el mundo, solo una, que piense que sea digno de ser presidente de Estados Unidos, o de un club de golf.

Estamos hablando de un personaje que ha sido calificado por media docena de personas que han ocupado los más altos cargos de su gobierno como “un jodido idiota”, como “un pasmoso ignorante”, como “un cabeza de chorlito”; que han dicho de su jefe que “no piensa antes de hablar”, que “no lo puedes dejar solo un minuto”; que sus conocimientos del mundo no superan los de “un niño de 11 o 12”. Nunca un presidente de Estados Unidos ha recibido tantas críticas tan unánimes de tanta gente dentro de la Casa Blanca.

La hermana mayor de Trump ha dicho que es una persona “sin principios” en la que “no se puede confiar”; su sobrina, directamente que su tío está loco; su abogado personal durante diez años, Michael Cohen, que es “un tramposo, un mentiroso, un fraude, un abusón, un racista, un depredador, un estafador” con la mentalidad de “un capo mafioso”.

Cohen dijo en una entrevista publicada esta semana que trabajar para Trump era como pertenecer a una secta. Votar por él lo es también. Pertenecer a una secta significa suspender todo pensamiento racional, crear una realidad independiente del mundo visible y venerar a una figura muerta o viva o imaginaria. Medio Estados Unidos se apuntó a la secta trumpiana hace cuatro años. Sabiendo lo que sabemos ahora uno tiene que suponer que un número suficiente de devotos ha abandonado la secta como para asegurar que la broma no se repita.

Porque algo de broma tiene que haber en esto. Que para Trump empezó siendo una broma. Todo indica que cuando Trump presentó su candidatura a la presidencia no lo hizo totalmente en serio. Michael Cohen, su exabogado (o exconsigliere), ha dicho que Trump inicialmente vio la campaña de 2016 como una oportunidad de aumentar su visibilidad, reforzar su marca y ganar más dinero.

En un libro titulado “Fuego y furia” el autor, Michael Wolff, contó que el momento en el que Trump se enteró que había vencido a Hillary Clinton se quedó “atónito y asustado”. Pero después se lo creyó y como la historia demuestra convirtió la Casa Blanca en el escenario de una película de los hermanos Marx, o de Monty Python. Quizá alguien esté preparando ya una comedia titulada “La vida de Donald”.

Una anécdota real con la que me encontré esta semana podría ofrecer al guionista un poco de material. Durante el discurso de Trump que escuché en vivo y en directo el lunes Trump despotricó, como de costumbre, contra la pérfida China y su “piratería” comercial. El coronavirus, agregó, era “la plaga china”. Al acabar el acto fui a un puesto de merchandising oficial a buscar algún recuerdo de lo que había sido uno de los acontecimientos más demenciales que he presenciado en mi vida. Me compré una mascarilla con la cara naranja de Trump. Cuando llegué a mi hotel abrí el paquetito de plástico y vi que ponía detrás “Made in China”.

Quizá la mejor manera de evitar que esta etapa en la vida de Estados Unidos lo hunda a uno en la depresión o en la locura, cosa que sospecho que le ha pasado ya a varios venerables columnistas del New York Times, pobres, es entender estos últimos cuatro años como una gran broma cósmica.

No puede ser que vuelva a ganar Donald Trump. No puede ser que la gente mayor que votó decisivamente por él en 2016 vuelva a hacerlo tras la absoluta irresponsabilidad que ha demostrado en su gestión, o mejor dicho cero gestión, del virus. No puede ser que lo que sigue siendo un gran país, pese a todo, elija seguir siendo el hazmereír del mundo durante cuatro años más.

Michael Cohen dice que ha apostado 10.000 dólares a que Trump pierde el martes. Yo apostaría lo mismo si los tuviera. Adiós Presidente Trump. Adiós. No puede ser que tengamos a un payaso criminal, a un Joker, en la Casa Blanca cuatro años más.

Fuente: Clarin

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