Aguacero de banalidad

La muy popular Xuxa da una declaración de suyo cuestionable. Dice  Xuxa que en los presos deben probarse remedios y vacunas para que «al menos sirvan para algo antes de morir». La declaración genera reacción adversa de ciudadanos y organizaciones defensoras de los derechos humanos. Pero es incalculable cuántos, abiertamente o bajo solapas, consideraron atinado el comentario. Leche derramada.

En Ruanda, cada día un afamado locutor de radio instigaba a la violencia. ¿Cuántos atendieron su llamado? El poder de un «influencer» negativo.

Dos muy apreciados conductores de un programa en redes ponen en duda la veracidad de la condición de salud de un «colega». Se había organizado una colecta de fondos para ayudar a este joven afectado por el Covid. Los conductores no solo pusieron en duda la situación sino que salpimentaron sus apreciaciones con comentarios sinuosos. El colega (colega, porque también hace comunicación de masas) fallece. Y se arma un escándalo. Muchos se preguntan cuánto dejó de recaudarse por los malsanos comentarios de estos dos tan seguidos «comunicadores» (sin licenciatura pero comunicadores al fin). Pregunta para la que no hay ni puede haber respuesta. Pero con que tan solo una persona se haya dejado llevar por la duda sembrada basta y sobra. Que ellos no causaron la muerte del colega es, me perdonan, una obviedad. Y no es eso lo importante del episodio. Interesa más ahondar en qué hay en el cerebro de alguien que deliberadamente se aleja y aleja a sus seguidores de la tan necesaria solidaridad en estos tiempos de dolores infinitos.

Supongamos que tenían dudas. Vale. Supongamos que como se trata de Venezuela, la posibilidad de que aquello fuera un estafa cabía. Pase. Es el momento entonces de la prudencia, de la sensatez, de la responsabilidad, del comprender que el micrófono, la cámara, la página, la red, dan poder y ese poder exige cultura ética. Era tiempo de la verificación, del cotejo. Uno se pregunta si cuando decían lo que decían, o luego que lo dijeron, no sintieron la vocecita de alarma de ese angelito bueno que llamamos conciencia . O acaso decidieron desoírla. Hay sorderas muy perjudiciales. Todo indica que al parecer pesó más la muy equivocada interpretación de la libertad de expresión y la no comprensión que el poder de influir supone hacerse cargo y descartar la mediocridad.

Seguramente la familia de los fallecidos no se los perdonará nunca. Entendible. Pero hay un daño aún mayor, ese que quizás hoy no vemos en medio de esta letanía de calamidades que nos ahoga. Y es el daño social. En el peor de los casos, perderán algunos cientos o miles de seguidores que no aceptarán sus lastimeras y tan baratas frases de disculpas. Y ya. Nada más. Y pasaremos al periódico de ayer. No se trata, por cierto, del oportunismo ridículo de abrir un caso en el ministerio público. No soy abogado y poco sé de Derecho Penal, pero a vuelo de pájaro esto no tiene el perfil de delito. Pero esto tampoco es un «error desafortunado», como algunos concluyen. Y paupérrima es la excusa de la que pretenden socorrerse, que ellos no tienen guión y no tienen equipo de producción que pueda evitar equivocaciones. Ofende la frivolidad de la justificación. Esto no es un error.  Esto es una falta grave que una sociedad con conciencia no debe pasar por alto. Esto debe generar aprendizaje profesional, social y humano. La improvisación no es asunto de inexpertos. Para ella se necesita mucho conocimiento, mucha experiencia. Que un par de «comunicadores» pretendan escudarse tras el argumento que hacen un programa sin guión y sin alguien que los oriente solo habla de su falta de profesionalismo.

Si algo bueno necesitamos a partir de este tan doloroso episodio es aprendizaje. La ética y la responsabilidad no ocurren por generación espontánea. ¿Cuántos de los que están frente a cámaras, micrófonos y teclados las tienen y las entienden como valores indispensables? ¿Cuántos creen que la ética y la responsabilidad no son sino incómodos e innecesarios adornos? ¿ Vamos a seguir tolerando este aguacero de banalidad?

Que el patético y para nada trivial episodio sirva al menos para que en las universidades se lo desgrane como un caso de estudio. Que este «no deber ser» nos conduzca como sociedad al «deber ser». Entretanto, aspiro y deseo que la sociedad venezolana, en Venezuela y dondequiera que esté, no pase la página y no se conforme con la frivolidad de un comunicado y una declaración.

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Guayoyo en Letras