¿Hasta dónde llegaría usted?
Las situaciones extremas pueden hacer que la ética se convierta en un protoplasma viscoso. Y nos ponen a todos en «ya veremos».
A ver, usted vive en Venezuela, país en estado de catástrofe donde el régimen impide la llegada de vacunas. Usted tiene, digamos, más de 60 años. Y, como es lógico, ya no tiene la misma salud de cuando tenía treinta o cuarenta. Pero usted tiene ganas de vivir. Quiere ver crecer a sus nietos y hasta hacerse fotos con ellos cuando se casen. Usted, como la inmensa mayoría de quienes viven en este país, no tiene palancas ni amigotes en el régimen y no es un enchufado. Usted vio que el régimen ha prohibido a Fedecámaras, las iglesias y a cualquier otro ente de la sociedad traer vacunas. Y usted sabe que, amparado en la excusa más vana posible, el régimen no hizo ni está haciendo lo necesario para conseguir las millones de vacunas que son indispensables. Ha mentido con descaro y apenas han llegado al país unas cuantas miles de dosis que se han repartido «entre ellos».
Le llega un WhatsApp de un amigo. Le dice que tiene un amigo que tiene un amigo que es compadre de un tipo que es pana de alguien que puede conseguir vacunas, por un «módico precio». Su hijo, que emigró hace tres años, le dice «Viejo, ¿cuánto cuesta? Dale, que yo lo pago». Usted no es un delincuente, no es un sinvergüenza, pero usted sabe que si usted y su mujer no se vacunan las probabilidades de contagiarse y de morir son altísimas. Y usted sabe que si se contagian y se tienen que hospitalizar, no tiene cómo afrontar esos gastos de varios miles de dólares. Y está el «detalle»: usted y su mujer no tienen ganas de morir.
Usted ha sido puesto por un régimen inmoral frente a un dilema ético. A usted le importa su país, le importan los venezolanos, los que conoce y los que no conoce. Y, le repito, usted no es un sinvergüenza. Usted es un venezolano decente. A usted un régimen lo pone entre la espada y la pared.
Es inmoral que un régimen obligue a un ciudadano a enfrentarse a un dilema ético. Usted es una víctima.
Yo no lo voy a juzgar si usted decide vacunarse «bajo cuerda». Espero en todo caso que las vacunas que les inyecten a usted y a su mujer no sean un fiasco, que también corren ese riesgo.
Llevamos años poniéndole el pecho a la inmoralidad de palacio. Esa carencia de ética llega hoy con la situación de la pandemia a bajezas insospechadas.
Es muy fácil opinar sobre algunos temas espinosos cuando no se está frente al precipicio. Yo no presumo de superioridad moral. Y no tengo respuesta para tan terribles dilemas éticos. Sé sí que en cada funcionario que no hizo y hace lo que tenía que hacer, en cada poderoso que manipuló la necesidad para sacar rédito político, en cada «jefe» que por obra u omisión apoyó está magna violación de derechos humanos, sobre ellos recaen las culpas. Usted no es culpable. Usted es una víctima.
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