A mi ya no me pone límites nadie
Una de las primeras enseñanzas que recibimos desde pequeños es respetar pero ¿Respetar a quién? Respetar a los padres, a los mayores, a los maestros, a los vecinos…pero ¿te enseñaron a respetarte a ti?
Los que venimos de generaciones más antiguas sabemos que este tema del respeto se planteaba de manera unidireccional en la mayoría de los casos, es decir debo respetar a mis padres porque sí aunque difiera de ellos pero no al revés porque mi rol de hijo es el de acatar las normas que me hayan sido impuestas me gusten o no.
En la niñez es fácil de entender como esa sumisión es establecida (ahora menos que antes) por estar en una fase de desarrollo evolutivo que podemos catalogar como dependencia, necesitamos de nuestros padres para poder vivir y con esto no me refiero solamente a satisfacer necesidades materiales sino también las afectivas lo que nos lleva a complacer esas peticiones con la esperanza de ser recompensado o por lo menos no ser castigado.
Mientras más fuerte haya sido esa línea de respeto unidireccional más se minimiza la expresión de nuestros deseos individuales y vamos minimizando lo que somos, buscando la aprobación de otros y desde esa minimización nos tornamos débiles y muchas veces incapaces de establecer límites con los demás.
Por ejemplo, en la etapa de la adolescencia la mayoría busca “encajar” ser aceptado, ya no por los padres sino por el grupo social del cual desea formar parte y en esa búsqueda de aprobación puede ajustar sus pensamientos e ideales de manera que sean recibidos con agrado por los demás.
¿Dónde queda el respeto por mí? Muchas veces incluso se llega a desconocer u obviar esos límites que deseo en mi vida y en otras aun conociéndolos no sanemos transmitirlos para que otros no pretendan transgredirlos.
En este punto quiero detenerme y hacer una aclaratoria, cuando hablo de respeto personal y establecimiento de límites no me refiero al irrespeto de las normas sociales ya que forman parte de lo acordado a nivel macro para el sano desenvolvimiento de una sociedad y hay que ajustarse, imagínate tu que decidas que no te vas a detener en un semáforo rojo porque no estás de acuerdo ¿Qué consecuencias tendría? Sin duda podrías provocar un accidente que afecte tu vida y/o la de otros,y en el menor de los casos una multa…no, no me estoy refiriendo a las normas sociales sino a tus límites personales, a esos límites que de ser transgredidos afectarían tu bienestar.
Esos límites cada quien los debería en primer lugar tener establecidos y a modo de ejemplo te voy a compartir algunos de los míos para que puedas tener claridad sobre lo que hablo y, se refieren a esos aspectos que no estoy dispuesta a aceptar tales como que me dejen esperando, que sean deshonestos conmigo, que me griten, que hablen a mis espaldas, que se acerquen a mi solo para pedirme favores o abusar de mi nobleza.
La pregunta es, ¿si tienes claro lo que no quieres aceptar por qué lo aceptas? Muchas veces esto tiene que ver con ese anhelo de aprobación que es un virus súper nocivo donde te anulas tú para complacer al otro y si bien es maravilloso ser amable y desarrollar relaciones cordiales con otras personas, de allí a permitir que traspasen tus límites hay una distancia inmensa. Pretender agradar a todos es sencillamente un ABSURDO y uno de los mayores irrespetos personales porque a quien pierdes en el proceso es a ti mismo.
Este tema da para mucho, da para tanto que en ello trabajo para publicar un libro donde pretendo llevarte de la mano del sometimiento a la liberación pero hoy quiero invitarte a la reflexión de lo incongruente y nocivo que es mutilar la aprobación personal para obtener la aprobación de otros.
Si nunca lo has hecho puede que te llenes de miedo y no tengas la menor idea de como hacerlo pero lo que te aseguro es que una vez que lo logres la sensación de liberación es tan grande que no volverás a permitirlo-
Empieza por conocerte, por mirarte con respeto y definir cuales son esos límites y comenzar a andar en la vida bajo el método de aproximaciones sucesivas o un paso a la vez, desde decir no por lo menos una vez de las diez que dices si sin desearlo, de no involucrarte con personas que te carguen de pensamientos negativos, quejas o críticas donde si no eras capaz de decirle que esos temas no son de tu agrado por lo menos decirle que conversan de eso después porque en ese momento no dispones de tiempo. De rechazar una invitación que no quieres aceptar así sea que en las primeras de cambio tengas que valerte de una excusa, hasta que comiences a percibir las mieles del respeto personal y puedas en forma amable expresar lo que deseas o no deseas sin agredir al otro y sin necesidad de muletillas o justificaciones.
Para finalizar te cuento que hay otra batallas que enfrentar y es esa donde el irrespeto viene de un a suerte de un yo contra yo, donde eres tu el que te fastidia, el que te mutila, el que no te permite ir tras lo que quieres, a veces quien se jode es uno mismo, pero ese será tema para el próximo artículo.
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