Lástima por los ricos

Ya que el viernes fue el día del libro, acá va el comienzo de un poema de Ezra Pound. “Ven, compadezcamos a los más afortunados./ Ven, amigo, y recuerda/Que los ricos tienen mayordomos pero no tienen amigos,/Y nosotros tenemos amigos y no tenemos mayordomos”.

Pound acierta. Ya toca cambiar la canción y en vez de odiar a los ricos extenderles la mano de la compasión. No hay que envidiar a aquellos que pertenecen al famoso “uno por ciento”, a la élite multimillonaria que posee la mitad del tesoro mundial. Más bien son unos desgraciados.

El poeta norteamericano me ayudó a entender las razones detrás del gran fiasco de la semana, el abortado plan para crear una Superliga Europea, un cartel exclusivo para los clubes de fútbol más ricos del continente. Si se suman las fortunas de los doce presidentes que se apuntaron al proyecto, estaríamos hablando de una cantidad no muy lejos del PBI de Argentina. Excluyendo al único pobre del grupo, Joan Laporta del Barcelona, los inversores estadounidenses, el jeque árabe, el oligarca ruso y los magnates españoles, italianos o ingleses que presiden los autoelegidos “grandes clubes” de la imaginada liga forman un once titular de seres tan superiores que Lionel Messi y Cristiano Ronaldo son, a su lado, unos muertos de hambre.

Su alejamiento de la muchedumbre los cegó, hicieron un ridículo épico, y todo el dinero del mundo no les puede servir de escudo contra las burlas y las obscenidades que les lanza la rabiosa prole. Salvo Florentino Pérez, el presidente del Real Madrid, y el despistado Laporta, todos están pidiendo perdón. Pasará mucho tiempo hasta que se olvide su traición.

¿Traición a qué? Traición a algo que su riqueza les impide entender, la lealtad a valores que no tienen precio. El amor al fútbol, los vínculos de solidaridad entre los miles de millones que respiran el deporte rey derrotaron por goleada a los señores de los mayordomos, los yates y los jets privados. Los valores eternos le metieron una goleada a la fugaz frivolidad. El valor más grande, el de la amistad, es el que menos conocen estos no tan afortunados ricos. Ezra Pound tiene toda la razón en invitarnos a compadecerles.

La amistad conlleva todo lo mejor de la vida: la verdad, la generosidad, la honestidad, la confianza, el corazón abierto. Los súper ricos no pueden abrirse ni a los que son como ellos, porque saben demasiado bien lo cínicos que son. No tienen amigos, tienen intereses.

Seamos bondadosos, metámonos en su piel.

Si tienes diez mil millones de dólares vas a desconfiar de cualquiera que se te acerque. Y aunque establezcas lo que parezca ser una relación afable con una persona normal siempre rondará por tu cabeza la duda. ¿Me quiere como persona o está esperando la oportunidad de extraerme un favor? La amistad en tales circunstancias es imposible. Como decía con lúcida sorna el una vez campeón del mundo de boxeo, Floyd Patterson, “cuando tienes millones de dólares tienes millones de amigos”.

Una impagable ventaja que los demás tenemos sobre los megaricos es la capacidad de disfrutar plenamente de las cosas buenas de la vida. Por ejemplo, una comida con un magnífico en un gran restaurante. Es un lujo que solo a veces me puedo dar pero cuando me lo doy estoy en la gloria. Soy consciente de que estoy viviendo un momento maravilloso y lo vivo con deleite e intensidad. Pero aquí está la cuestión: si comiera todos los días en un restaurante con estrellas Michelín la experiencia no me diría nada. La verdad que no siempre vemos es que las vidas de los ricos son un aburrimiento.

Florentino mostró la hilacha

A Florentino Pérez, el mega rico impulsor de la Superliga, hasta le aburre el fútbol. Lo dijo esta semana. Explicó que la premisa detrás de su proyecto era que la Champions League, la competición de clubes más grande del mundo, se había vuelto aburrida porque demasiadas veces equipos grandes jugaban contra equipos pequeños. Cuánto mejor, dijo, si cada semana se vieran partidos entre el Madrid y el Manchester United, entre el Barcelona y el Liverpool, entre la Juventus y el Arsenal.

Ahí se delató. Ahí se vio la limitada visión que se tiene del mundo cuando uno vive en una jaula dorada. Él y sus cómplices en el gran complot pensaron que queremos comer todos los días en el Tour d’Argent de París. No, señores, no. Eso lo hacemos una vez en la vida y lo recordamos para siempre, lo valoramos como ustedes nunca podrán. Un Real Madrid-United es un manjar que se nos ofrece una vez cada cinco años si hay suerte y así tiene que ser. Si no se pierde el gusto. Se pierde la magia que ustedes los ricos perdieron cuando entro en su cuenta corriente su primer cheque por mil millones.

Hace varios años se me murió un familiar y pensé que iba a heredar suficiente dinero para comprarme una casa. Leído el testamento sufrí la decepción de entender que me tocó una ridícula fracción de lo que recibieron los demás. Esa noche vi a un amigo, un humilde periodista como yo. Le conté mi triste historia. Él me sonrió. “¡Mejor!” dijo. “¿Cómo que mejor?” le contesté. “¡Mucho mejor! ¡La vida es lucha” Nadie nunca me dijo nada más sagaz. El desconcierto que había sentido se evaporó. Y nunca volvió.

Los súper ricos que tanto se oponen a que le suban los impuestos para que haya menos pobreza en el mundo no entienden que nada les vendría mejor que perder sus fortunas; que poseer mansiones en Londres, París y el Caribe, que tener una flota de relucientes Lamborghinis, Ferraris y Bentleys es vivir una vida gris. Pensaban, desde su abismal ignorancia, que la tierra prometida se alcanzaría con una liga exclusiva y a prueba de todo riesgo cuyos miembros tendrían la permanencia garantizada para siempre; en la que enormes ingresos estaban asegurados para todos, ganen o pierdan; en la que la lucha no era una necesidad sino una juerga opcional. No, pobrecitos ricos míos, no. Qué lástima me dan. Así no.

Fuente: Clarín

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