Los libros

El abogado, periodista, escritor y político caraqueño, Arturo Uslar Pietri escribió una vez, en su estudio introductorio del catálogo de libros que pertenecieron a Francisco de Miranda, primer prócer de la Independencia de Venezuela, la siguiente frase

-Nada revela mejor la calidad del espíritu de un hombre que los libros que lee y posee.- 

Aquellos vocablos resultaron engendrados gracias al impacto causado al observar la colección de textos acumulados por el “Generalísimo”. Así como la vastedad de su diario, titulado “Columbeia”, extenso epítome de su vida. Texto que roza temas de política, cultura y mujeres, comparándolas en papel a todas, de modo elegante y gracioso, con cada ciudad o país visitado. 

El diario del hijo de la panadera está compuesto por cuadernos empastados en los cuales figuran manuscritos, mapas, impresos, planos de fortalezas y castillos. Obra que consta de 63 volúmenes, divididos en tres secciones, o categorías, 26 tratan sobre sus viajes por Europa luego de salir de Venezuela, 18 dedicados a la Revolución Francesa, y los últimos 19 a lo que llama “Negociaciones”, que dejó de redactar cuando Simón Bolívar perdió el control de Puerto Cabello, dejando la patria herida del corazón. Justo cuando decidió traicionarlo, entregándolo esposado en manos del capitán Domingo de Monteverde. Todo a cambio de un pasaporte para emprender huida y salvar el pellejo. Pero eso es otra historia.

Miranda dejó plasmado en su diario el nombre de cada obra literaria que leyó, casi con la misma meticulosidad que anotó el nombre y apellido de sus amantes, así como cuándo y dónde “chaparon”. El hombre culto, músico de flauta, dueño del talento natural para manejar diversas lenguas como el francés, inglés, italiano y ruso, también latín y esos términos antiguos como el “Carpe Diem”, aprovechó la vida para leer centenares de libros, que quedaron archivados en la biblioteca de su residencia londinense, número 58 de Grafton Way.

De su colección literaria arribó a Caracas desde Londres un total de 142 volúmenes conformados por distintos clásicos de la literatura universal. Eso sucedió el año 1828, cuando fueron donados por el Libertador a la Universidad Central de Venezuela, cumpliendo la última voluntad contenida en el testamento del “Generalísimo”, cuyo deseo póstumo fue ponerlos a disposición de los estudiantes de su ciudad natal. 

En señal de agradecimiento y respeto por los sabios principios de la literatura y de moral cristiana con que alimentaron mi juventud.-

Es una realidad que, para algunas personas, o la mayoría de la gente, los libros son piezas inútiles, como las antigüedades, que solo sirven de adorno para decorar la sala. Otras los utilizan con fines de estudios, luego desechando u obsequiando los textos una vez finalizada la carrera académica. Por ello se puede sospechar que no todo hombre culto resulta dueño de una biblioteca, ya que muchas personas son amigas de la lectura, pero varias no acostumbran eso de almacenar libros leídos.

Conocer las costumbres de lectura de un individuo resulta clave al curioso que desea aproximarse a su personalidad, la psique, su forma de ser, todo aquello que mueve y alimenta su intelecto. Quizás es por ello que al examinar la colección de libros de alguien se puede obtener un retrato de la naturaleza del dueño de la biblioteca, cosa que no es tarea fácil, pues resulta raro el caso de una colección privada de literatura que no termine desmantelada o desaparezca con la muerte de su propietario.

Ejemplo de hombres cultos sin una biblioteca fueron los generales José Antonio Páez y Carlos Soublette. El primero, en los últimos años de su vida era ávido lector de los clásicos de la literatura francesa e inglesa, mientras que el segundo tenía fama de andar siempre con un libro en la mano, disfrutando de las obras literarias del dramaturgo y poeta británico William Shakespeare. Sin embargo, no existe noticia que ninguno de ellos dejara colección de libros al momento de su fallecimiento. 

El Dr. José María Vargas era lector diligente. Poseía una vasta y magnifica biblioteca, colmada de textos que abarcaban materias de todo tipo, como: medicina, historia universal, filosofía, además de clásicos en griego y latín. Todos los ejemplares mantenidos en perfectas condiciones, meticulosamente catalogados y plagados de anotaciones o comentarios al margen de sus páginas, espacios en blanco u hojas adicionales. 

Resulta poco probable que ninguno de los hermanos Monagas, tanto José Tadeo como José Gregorio, fuesen lectores habituales. Al igual que el Mariscal Juan Crisóstomo Falcón y el General Joaquín Crespo, a quienes no les gustaba para nada leer. De todos ellos se dice que únicamente les interesaba lo que decían los periódicos, haciéndose leer las notas de prensa, sin mucha preocupación, por sus secretarios. 

El Dr. Juan Pablo Rojas Paul era hijo de profesores y abogado. Al parecer leía todos los días, pero poco se sabe sobre la magnitud o características de su biblioteca. Seguro era de los que prestaba libros y jamás se los devolvían.

Quien, al parecer, poseía una inmensa e interesante fue el Dr. Raimundo Andueza Palacio. Pero según relata el escritor Pedro Emilio Coll, en un capítulo de su obra “El Paso Errante”, a principios de octubre del año 1892, cuando resultó victoriosa la “Revolución Legalista” movimiento que derrocó el continuismo del guanareño, presenció desde el taller de su padre, oficina de la imprenta “Bolívar”, ubicaba en la esquina de Jesuitas, que también servía de residencia para su familia, como las turbas de caraqueños exaltados saquearon la Casa Amarilla y los títulos que conformaban de la biblioteca del ex presidente: -navegaban, destrozados, en los ríos de fango originados por un tremendo aguacero que caía sobre Caracas.

Es realmente muy poco, o casi nada, lo que se conoce sobre los hábitos de lectura de los generales Ignacio Andrade, Cipriano Castro, y Juan Vicente Gómez. Así que en sus casos respectivos podría ser injusto emitir opinión al respecto.  

En esta materia el general Antonio Guzmán Blanco se diferenció al del resto de los presidentes venezolanos del Siglo XIX y principios del XX, luciendo la medalla de oro y llevándose por los cachos a varios en todo sentido.

En eso de acumular libros es quien más se más se asemeja a Francisco de Miranda. El “Ilustre Americano” tuvo dos bibliotecas, una en Caracas en la casa de Carmelitas, que luego pasó a su residencia de Antímano; la otra en París, en su morada de la Rue La Perouse. Según el catálogo de los libros de ambas, el líder del Partido Liberal Amarillo acumuló a lo largo de su vida un total de 2.093 obras, repartidas en 5.038 volúmenes escritos en los idiomas castellano, ingles, francés e italiano. 

Imagine usted.

Jimeno Hernández
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