Una dulce historia

Se conoce que, antes de la llegada de Cristóbal Colón a Las Indias, los indígenas, especialmente los pobladores de América Central, tenían por costumbre beber una exótica pócima turbia de sabor peculiar que inmediatamente generó curiosidad entre los españoles.

Fue el Almirante quien llevó el cacao a España e intentó darlo a conocer en el reino. Eso sucedió en 1502, a la vuelta de su tercer y último viaje a los territorios de ultramar, cuando le obsequió semillas del fruto a los reyes católicos, Isabel y Fernando, quienes no parecieron mostrar interés en el asunto. 

Un par de décadas más tarde, en 1520, para ser precisos, el conquistador Hernán Cortés informaba por carta al emperador Carlos V ciertas particularidades sobre: -Un fruto como los almendros que los indígenas venden molido y aprecian de tal manera, que es tratado como moneda a lo largo del territorio.-  Imagine usted la cara puesta por el monarca al recibir semejante noticia. Debió ser una sorpresa magnífica enterarse que en sus dominios, al otro lado del océano Atlántico, el dinero crecía en los árboles. 

En el libro “Historia natural y moral de Las Indias”, obra del misionero jesuita José de Acosta, publicado en 1567, se refiere el religioso, con cierta suspicacia, al gusto que tienen los nativos de esas tierras, al igual que algunos ibéricos, a esta bebida.    

-El principal beneficio de este cacao es un brebaje que hacen y llaman chocolate, que es cosa loca lo que en aquella tierra le precian, y algunos que no están hechos a él les hace asco; porque tiene una espuma arriba y un borbollón como de heces, que cierto es menester mucho crédito para pasar con ello. Y en fin, es la bebida con que convidan a los señores que vienen o pasan por su tierra, los indios y los españoles, y más las españolas hechas a la tierra que se mueren por el negro chocolate, que preparan en distintas formas, caliente, fresco y templado.- 

Expone el sacerdote que este chocolate se produce a base de cacao, un fruto cuya semilla, del tamaño de unas bellotas, secan y tuestan sobre piedras lisas calientes, para luego pasarles un rodillo por encima hasta generar una especie de pasta oscura, que mezclan con agua caliente y azúcar.

Un joven florentino llamado Francesco Carlotti escribió un libro sobre su aventura de darle la vuelta al mundo. Relata que zarpó de Sevilla en 1594 y desembarcó en el mismo puerto fluvial en 1606, doce años le tomó la travesía, pero deja para la historia su opinión sobre el elixir degustado en México.

 -Con dificultad se puede dejar de beber cada mañana o bien durante el día por la tarde, cuando hace calor, y en particular cuando se navega, por ello se lleva acomodado en las cajas, hecho una pasta con especias mezcladas o hechas pastillas que puestas en agua enseguida se deshacen… Yo, mientras estaba en México, bebía el chocolate y me gustaba y me sentaba bien. Casi me parecía que no podría estar un día sin beberlo.-

En 1695 se publicaron “Los viajes de Thomas Gage a la Nueva España”, narración del fraile dominico, inglés de nacimiento, que conoció el virreinato, dejando para la posteridad testimonio en el cual afirma haber degustado aquella infusión, además de dar luces sobre los beneficios de su consumo y efectos producidos en el cuerpo al dejar de ingerir esta sustancia. 

-Yo puedo asegurar por mi parte que en doce años que constantemente lo he usado, tomando una jícara por la mañana, otra antes de comer entre nueve y diez, otra una o dos horas después de comer, y otra sobre las cuatro o las cinco de la tarde me ha ido muy bien. Sobretodo cuando quería estudiar por la noche, tomaba otra jícara a eso de las ocho, que me tenía despejado y sin dormir hasta las doce.-

También deja constancia que la moderación o abstinencia del bebedizo puede generar malestares al aseverar: -Pero si por casualidad o descuido me faltaba a las horas acostumbradas, no dejaba de resentirme al momento de flaqueza del estómago y como de desmayos y ganas de vomitar.- 

Otro italiano de nombre Giovanni Francesco Gemelli Careri dejó también testimonio en sus crónicas sobre la popularidad y nivel consumo del trago. -Se usa tanto el chocolate en Las Indias, que no hay negro o peón que no lo tome cada día, y los acomodados hasta cuatro veces al día.- 

Para el Siglo XVIII era tal la fiebre del chocolate que el capuchino fray Agustín de Ajofrín, quien visitó la Nueva España en 1763, dejó constancia de los hechos relatados por los anteriores, casi como quien suena preocupado por el tema. 

-El uso del chocolate es frecuentísimo; el más moderado lo toma dos veces, por la mañana y a las tres de la tarde; muchos lo toman tres veces; no pocos, cuatro veces y algunos más. Lo toman los criados y criadas, cocheros, lacayos, negros mulatos, siendo tan común que hasta los arrieros, zapateros, oficiales y toda clase de gente lo usan por la mañana y la tarde.-

La apetencia de ingerir el brebaje era como un embrujo que comenzó a inquietar al clero, preocupado por el pecado capital de la gula que despertaba en el rebaño de fieles, generando sobrepeso entre la población. 

El obispo de Puebla, Juan de Palafox y Mendoza, fue el primer partidario de prohibir su consumo en conventos y monasterios, cuando en una misa se confesó ante sus feligreses como el primer adicto del chocolate en las páginas de la historia universal. Ese día, al final de un sermón extendido, anunció que, en nombre de Dios, renunciaría a beberlo otra vez. Más nunca en su vida quería tomar de aquella taza del demonio.

¿La razón? 

-Porque no haya en casa quien mande más que yo… Es un alimento dominante, que habituándose a él no se toma cuando uno quiere, sino cuando quiere él.- 

Así culmina nuestra dulce historia de hoy.  

Jimeno Hernández
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