¿Para qué sirven los diarios?
A la gente no le gusta matar a la gente, inclusive en guerra. La mayoría de los soldados estadounidenses que combatieron contra los japoneses en la Segunda Guerra Mundial nunca dispararon sus rifles. En la batalla de Waterloo menos del uno por ciento de las heridas fueron a causa de las bayonetas, aunque casi todos los soldados las tenían. Un siglo después, en la batalla del Somme, igual.
Rutger Bregman, un escritor holandés, cita estos ejemplos y docenas más en un libro titulado “Dignos de ser humanos” para apoyar su argumento de que somos más buenos que malos. Su “idea radical” es que, pese al pesimismo imperante en el mundo, “en el fondo la gente es bastante decente”. Escribí sobre este libro a finales del año pasado, cuando salió en inglés, y vuelvo a él ahora porque se acaba de publicar en castellano. Fácil de leer, es un antídoto al desánimo en tiempos de plaga.
Bregman concluye con una serie de recomendaciones para empezar cada día con ilusión. Una de ellas es “evitar las noticias”. No ver los noticieros, limitarse a leer un diario a la semana como mucho. A primera vista, como confesé, la idea me atrajo. Era noviembre de 2020 y llevábamos ocho meses condenados día tras día a leer en grandes titulares las cifras de las muertes que cobraba el covid.
Pero ahora que volvemos a la vieja normalidad, y la política recupera la visibilidad que la pandemia usurpó, cambio de opinión. Discrepo con el predicador holandés. Se equivoca, y un anómalo párrafo en su libro demuestra una de las razones porqué.
Bregman escribe: “Cuánto más descubrí sobre la psicología del poder, más entendí que el poder es como una droga…’El poder corrompe y el poder absoluto corrompe absolutamente’… Hay pocas declaraciones con las que los psicólogos, sociólogos e historiadores están de acuerdo de manera más unánime…Veintenas de investigaciones demuestran que elegimos a los individuos más afables como líderes. Pero una vez llegan arriba, el poder se les sube a la cabeza, y suerte con sacarles de su trono”.
Exacto. Muchos empiezan con las mejores intenciones pero demasiadas veces el aire enrarecido de los cielos les altera el juicio y la salud moral. Lo vemos en las democracias y lo vemos en las dictaduras. Decía George Orwell que Inglaterra era una familia cuyos peores miembros tenían el control. Bregman agregaría que la idea se extiende a toda la humanidad. Estaría de acuerdo también con el premio Nobel Saul Bellow, que escribió: “En cada comunidad hay una categoría de gente profundamente peligrosa para los demás…Me refiero a los líderes. Invariablemente la gente más peligrosa es la que busca el poder”.
La mayoría seremos gente decente pero los menos decentes ejercen una influencia desproporcionada sobre nuestras vidas. Necesitamos el periodismo para vigilarles y saber si se merecen la reelección. Opina Bregman que mejor mirar para otro lado, que en la ignorancia de la bajeza humana reside la felicidad. Sí, pero ojo. Porque al ignorante se la meten.
Leer los diarios, habría que agregar, es mucho más que un solemne ejercicio de responsabilidad cívica. Contribuyen a acercarnos a lo que Bregman aspira, la alegría de los pueblos. El holandés se lamenta de que predominan las malas noticias: las fechorías del mundo político, los desastres naturales, las muertes trágicas, los despidos masivos, el Fútbol Club Barcelona. Claro. Es lo que el público exige. Como dice un personaje en una película de David Lean que acabo de descubrir, “la gente lee los diarios para enterarse de las desgracias de los demás”. No es mala cosa. Nos hace más felices y mejores personas. Más felices por el alivio de ver que nosotros nos hemos salvado de la mala suerte y mejores porque nos despierta sentimientos de compasión por gente desconocida.
¿Sería yo más feliz si no me enterara de que determinado líder político es un corrupto, de que hay una hambruna en Sudán, de que una bomba mató a cien personas en Kabul? Quizá. ¿Sería mejor persona? No sé. ¿El mundo sería mejor si los afortunados de la tierra viviésemos en una burbuja dorada? Probablemente no.
De lo que no hay duda es que los diarios nos nutren de la necesidad elemental que nos distingue de los demás animales: la conversación. ¿Si no de qué vamos a hablar? ¿De los chicos, de los matrimonios de los primos, del vecino rompepelotas, de los ñoquis de la abuela? En la esfera personal las posibilidades se agotan pronto. El aburrimiento es tal que mejor callarse la boca. “Las noticias”, en cambio, nos ofrecen menús para todos los gustos que cambian todos los días. Hay infinitas variaciones sobre temas como política, deportes, economía, ciencia, cultura, tendencias y, en las secciones tituladas “sociedad”, cotilleo sobre los triunfos y (mejor) las desgracias de los famosos.
La delicia del schadenfreude es solo uno de los miles de ingredientes que aportan los diarios a una grata conversación. Compasión y altruismo, repito, pero otra cosa también, algo más apreciado por más personas, de valor más universal. Nos ofrecen la oportunidad de regocijarnos en aquello de lo que tanto, tanto disfrutamos: la indignación, sentimiento emoción que combina un saludable desahogue con la absoluta convicción de que tenemos razón y que el objeto de nuestra ira es moralmente inferior a nosotros. Más tontos también.
“¿Te enterase de lo que dijo el boludo/la boluda de Cristina/Macri ayer?” “¿Leíste lo que gana Messi para jugar en esa liga de mierda?” “¿Viste lo gorda que se ve Britney Spears en bikini?” Y así, con millones de variantes regionales, nacionales y continentales se lanzan millones de conversaciones que nos permiten ser todas las horas del día lo que más somos, animales sociales. ¿Es poco lo que aportamos los periodistas, señor Bregman? Creo que no. Pero lean su libro. El 99 por ciento de lo que dice es como el buen periodismo: informa, entretiene y da para pensar.
Fuente: Clarin
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