Renovarse o morir
Bastantes candidatos expresan un desprecio por los electores, incompatible con la horizontalidad de la sociedad y de la política propios de la sociedad del conocimiento. Es un problema regional y mundial. Mientras, en promedio, ha bajado la calidad de los líderes, ha subido el nivel de información de los electores y creció su sensación de que tienen derecho a compartir el poder y la riqueza. Cunde la agresividad de la gente en contra de las elites, cualquier persona lanza un huevo a Macron o insulta a un dirigente, porque piensa de manera diferente.
En la sociedad del futuro el poder económico va a depender más de los descubrimientos científicos y técnicos que de los recursos naturales o la capacidad militar. Pfizer no quería llevarse nuestros glaciares, como pensaron algunos trasnochados, porque las investigaciones que desarrolla son un negocio multimillonario, menos complicado que mantener una red de hoteles en el Calafate.
La guerra por la supremacía mundial entre Estados Unidos y China se libra en las aulas y centros de investigación, gira en torno al desarrollo de los microchips y la inteligencia artificial. Se acrecienta la distancia entre sociedades meritocráticas que crecen exponencialmente en prosperidad y conocimientos, y las sociedades mediocrecráticas, cada vez más pobres e ignorantes.
La tercera revolución industrial se asienta en la economía del conocimiento, lleva a un progreso enorme, pero también tiene consecuencias complicadas. Incluso en los países que encabezan la revolución, los jóvenes saben que la única forma de progresar es adquirir conocimientos. Muchos temen ser marginados, saben que si no consiguen una educación de calidad no lograrán sus sueños.
Progreso vs. igualdad. Existe una contradicción entre progreso e igualdad. En los países que progresan la competencia es el motor del crecimiento y la prosperidad. Algunos se hacen multibillonarios, pero hasta en China, el país capitalista más neoliberal, los pobres viven mejor con sus propios esfuerzos, algo imposible en países gobernados por la chatura equitativa del pobrismo.
Finalmente los adelantos los producen los mejores y no los medianos.
Nunca el promedio ha sido mayor que el mejor.
Este es el clivaje que analizó Fukuyama para explicar las últimas elecciones norteamericanas: el enfrentamiento de estados universitarios, especialmente de la costa oeste de los Estados Unidos, y los más conservadores del rust bell y el Medio Oeste.
Los dirigentes neoconservadores se parecen entre sí en la defensa de tesis sexuales anticuadas, el temor a la ciencia y a la tecnología, su fe en teorías conspirativas, la confianza en la magia como reemplazo de la razón. Con esas ideas podrían formar una internacional de nuevos Amish, Donald Trump, Jair Bolsonaro, Pedro Castillo, Rosario Murillo, Nicolás Maduro, los terraplanistas y los antivacunas.
Aunque a veces estas posturas pueden parecer descabelladas, un académico de Harvard, Mitchael Sandel, ha escrito un libro interesante, que de alguna manera los sustenta, La tiranía del mérito: ¿Qué ha sido del bien común?. El filósofo ataca las desigualdades de la sociedad del conocimiento desde la defensa del bien común. Sus argumentos son interesantes pero parece que el futuro está más vinculado al físico y emprendedor sudafricano Elon Musk que a las amatistas de Rosario Murillo.
Sentido común. Los líderes neoconservadores reeditan un mesianismo de plástico que resulta cómico para cibernautas modernos que frecuentan Google y YouTube. Los votantes siempre fueron razonables, aunque no usaran la lógica cartesiana para elegir. A partir de la feminización de nuestra cultura y el desarrollo de las comunicaciones, usan más el sentido común.
Mientras algunos candidatos de mediana edad creen que escandalizan a los jóvenes hablando de bailar y garchar, las nuevas generaciones están más informadas de lo que creen los “pendeviejos”. Cuando un niño hace a su padre preguntas sobre sexo, generalmente está probando su ignorancia. Después de oír la respuesta, consulta con su dios de bolsillo, el Google, y se da cuenta de si está bien informado.
Algunos candidatos creen que bailando o asumiendo actitudes estrafalarias se conectan con los jóvenes pero, muchas veces, solo hacen el ridículo. El humor y la comunicación alternativa pueden ser importantes para ganar las elecciones, pero se necesita inteligencia y reflexión para que sirvan.
La política clientelar tradicional funcionó hasta hace pocos años en sociedades pobres y desinformadas, cuando algunos políticos compraban votos con regalos, pero está a la baja la mentalidad servil. Los electores desarrollaron un sentido de dignidad, sienten el intento de soborno como humillación y fácilmente puede reaccionar en contra.
Esto no significa que quieran quedarse sin la heladera y hacer un manifiesto ético. Pueden aceptarla, pero no por eso se venden. La gente normal no se dedica a perseguir a los demás, o a predicar, tampoco pronuncia encendidos discursos antes de dormir. Quiere que ese solucionen sus problemas cotidianos, tiene utopías, le gustaría progresar, sus principios no le prohíben reír.
La política clientelar tradicional funcionó en sociedades pobres y sin información
TikTok. Trump suscitaba antipatía, especialmente entre los norteamericanos más jóvenes e inquietos. Mary Jo Laupp, una abuela de 51 años, nacida en Iowa, fanática del k-rock, pertenecía a TikTok, una red poco conocida en ese entonces, usada por adolescentes, que difundía esa música. La señora, que hacía campaña en contra del presidente, pudo pronunciar un discurso bien pensado para conseguir el apoyo de los jóvenes. Los tiktokeros no la habrían tomado en serio, habrían sentido fastidio o sueño, con algo demasiado serio como para vincularse con la vida.
Mary, en cambio, les propuso ir al sitio web de Trump, reservar asientos para el lanzamiento de la campaña en Tulsa, y dejarlos vacíos. La convocatoria movilizó a miles de jóvenes, que aparecieron en las redes, en pequeños grupos, bailando la lambada, con las entradas en la mano, riéndose del candidato, reservaron más de un millón y medio de entradas. Para actuar no tuvieron que ir a un comité del Partido Demócrata a escuchar un discurso de su abuelito. Fueron más eficientes jugando en red con esta mezcla perfecta entre diversión y ciberactivismo.
Los republicanos perdieron el tiempo armando un escenario para que Trump se dirigiera a una multitud que parecía surgir del mundo virtual, pero se quedó en la nube. En la realidad concurrieron unos pocos miles de personas que no pudieron llenar el auditorio alquilado por el partido.
¿Qué habría pasado en esta campaña argentina si algunos cibernautas hubiesen invitado a otros a concurrir a los locales de los sobornadores, conseguir sus regalos y después reírse de ellos en las redes? Habrían seguido votando por los candidatos de oposición, su decisión se habría fortalecido, algunos otros se habrían unido al juego, consiguiendo su heladera, expresando su fastidio por el soborno. Todos habrían quedado contentos, con nuevos electrodomésticos, riéndose a gritos cuando vayan a depositar el voto por la oposición después de tomar un refresco bien helado.
Yoísmo. Bastantes candidatos son víctima del yoísmo. Hablan de sí mismos, pagan a unos comedidos para que digan que son lindos y capaces. Dirigen la campaña a su familia y a sus votantes duros. Un candidato presidencial de otro país que pudo ganar, se dirige a la derrota, empantanado en su ego, haciendo una campaña que le impide comunicarse con la gente común. Esta bien, usted ha sido muy inteligente y buen alumno, ¿pero qué tiene que ver eso con mis sueños y mis enojos?
Un problema de Argentina es que la izquierda tradicional es más tradicional que izquierda, trota en el propio terreno desde hace muchos años. El vanguardismo los aleja de lo razonable. Ofrecer un salario mínimo de 100 mil pesos no es de novedoso ni de izquierda. Si la campaña fuese un remate, ganaría quien ofrezca 200 mil, 500 mil o un millón, aunque sea de extrema derecha. En general, las consignas de los partidos están viejas, falta creatividad.
En una sociedad en cambio permanente, no hay espacio para seguir repitiendo lemas del siglo pasado, cuando los electores se reinventan todos los días impulsados por el cambio tecnológico. No tiene sentido reunirse para oír conferencias sobre de la actualidad del pensamiento de un periodista italiano que fundó el Partido Comunista hace cien años, asistir al milésimo corte de calle con el mismo cartel y el mismo bombo para seguir caminando hacia ninguna parte.
Frescura. Con el tiempo, los partidos envejecen y se necesita recuperar una frescura que les permita incorporarse al caudal de energía de movimientos y causas renovadoras que aparecen todos los días. Esto sirve también para la derecha que añora las actitudes falangistas de Puerta del Hierro. Podrían más bien aprender de los proud boys, conseguir una cabeza de bisonte y tomarse algún edificio importante. Es un poco chiflado, pero más divertido y comunica más.
Cuando las fuerzas políticas crecen, la endogamia sustituye a la creatividad, el recelo desplaza a la confianza, la solemnidad mata a la frescura. En 2005 se inició el PRO, antecedente de Juntos por el Cambio; formaron un grupo dirigido por Pato y Gatto, que cumplió con un papel muy importante. Dos militantes, identificados con esos nombres, se reunían con otros jóvenes para imaginar las propuestas más estrafalarias que pudieran, para que quienes dirigían la campaña decidieran cuáles se llevaban a la práctica y cuáles no. Su valioso trabajo era una invitación permanente a la disrupción.
Lao Tse dice en el Tao Te King que cuando las ramas de un árbol están secas, son rígidas y se rompen. Cuando están vivas, son flexibles y saben mecerse con el viento. En la sociedad del cambio vertiginoso los partidos que quieran sobrevivir deben ser creativos, aprender a moverse con el viento. Eso no significa traicionar los principios, pero sí renovarse contrastándolos todo el tiempo con la realidad.
Fuente: Perfil
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