El outsider

A fines de los 60 hubo acontecimientos que impactaron en la cultura occidental y pusieron en el mediano plazo las bases de la crisis de la democracia representativa.

La tecnología que creó la humanidad terminó transformando su forma de ser. En 1968 apareció la primera computadora moderna con un ratón y una interfaz gráfica de usuario, que cambió el modo en que nos relacionamos los seres humanos con los ordenadores, principal motor de la tercera revolución industrial. En julio de 1969, dos seres humanos caminaron en la Luna por primera vez.

En 1967 se celebró en California el “verano del amor” y en 1969 el Festival de Woodstock, que marcaron el apogeo del movimiento hippie, que implantó el auge de la contracultura individualista, negadora de las opciones políticas globalizantes.

El rock se convirtió en el fenómeno masivo de difusión de nuevos valores que cuestionaban a la sociedad tradicional. En esta etapa la utopía tuvo más que ver con lo lúdico y lo contracultural que con la ética protestante del trabajo y del ahorro, que había estudiado hace más de un siglo Weber.

En 1968, la revolución de mayo francesa y la invasión a Checoslovaquia cuestionaron los valores de la izquierda y la hegemonía del PCUS. El esquema binario de enfrentamiento entre comunismo y democracia se volvió más complejo, por la irrupción de la Revolución Cultural en China, el socialismo islámico del Bath y de Libia, la irrupción de una izquierda heterodoxa que avanzó en todo el mundo sobre la ortodoxia comunista y, sobre todo, con el incremento del individualismo en la sociedad de las pantallas y la hipercomunicación.

Suelen ser líderes que vienen de fuera de la política formal, pero esto no siempre fue así

En esta coyuntura surgen los outsiders, con la elección de Ronald Reagan como gobernador de California en 1967, al que enfrenta, simbólicamente, el apóstol de las drogas, Timothy Leary, usando como canción de campaña Come together, de Los Beatles, compuesta expresamente por Lennon para ese efecto.

En 1993, la elección de Bill Clinton ahondó el fenómeno: significó la derrota del mensaje épico de Bush, héroe de guerra que aparecía siendo rescatado del océano cuando su avión fue derribado, frente a la multiplicidad de la campaña de Clinton, vinculada a la vida cotidiana de noventa targets, que exhibieron los oficiales del Partido Demócrata en la reunión de la American Association of Political Consultants de Cristal City.

Donald Trump, el mayor ejemplo de outsider procedente de los medios en el país, fue presidente de Estados Unidos desde 2017 y sufrió una derrota parcial en las elecciones intermedias de esta semana, cuando republicanos más orgánicos cobraron fuerza en desmedro del trumpismo. Su mezcla de populista con outsider sigue con presencia en la Unión.

En la academia se ha producido una enorme cantidad de libros y papeles sobre el tema. Tal vez uno de los más importantes sea el de E.J. Dionne, Why Americans Hate Politics, publicado en 2004, que estudia la actitud de los electores frente a la mezcla outsider de conservadorismo y progresismo, que expresa el cansancio de la mayoría frente al discurso político tradicional.

En América Latina el tema fue ampliamente debatido desde fines de los 80 y ha cobrado nuevo vigor con la actual crisis de la democracia representativa. A fines del siglo XX hubo líderes procedentes de fuera del sistema que sorprendían al sistema político, hoy parece que se produce un fenómeno masivo en las bases: hay electores, a veces la mayoría, que rechazan el orden político establecido.

Mientras dirigió Capel, el argentino Daniel Zobato organizó innumerables seminarios sobre el tema y publicó textos, entre los que se destaca el más interesante publicado en idioma castellano, Urnas y desencanto político. Elecciones y democracia en América Latina. 1992-1996, que puede bajarse de manera gratuita de la red en el sitio https://www.iidh.ed.cr/IIDH/media/1963/elecciones-y-democracia-en-américa-latina-urnas-y-desencanto1998.pdf.

La denominación tiene que ver con que son líderes que generalmente fueron líderes nuevos, que venían de fuera de la política formal, aunque esto no siempre fue así. Hubo líderes con trayectoria política que supieron usar este tipo de comunicación y aparecer como outsiders.

Lo importante siempre fue ser novedosos, aparecer como distintos de los “políticos de siempre”. Ningún outsider se ufana de su currículum político, busca votos con un programa de gobierno, dando sesudas conferencias detrás de un escritorio. Tampoco ganan los candidatos tradicionales que intentan usar ese formato anticuado de campaña.

Los outsiders no son de izquierda ni de derecha, pueden participar de cualquier sistema de creencias. Tienen un estilo disruptivo, hacen cosas originales, se expresan de forma que llama la atención. Son imprevisibles. Un outsider nunca es aburrido ni tiene actitudes tradicionales. Demanda siempre cambios que suenan radicales, en cualquier dirección.

Son un fenómeno exótico y atractivo para electores, que sube el rating de los canales

Normalmente irrumpen de manera inesperada en las campañas, y cuando crecen pueden volverse incontenibles. Les va mejor cuando no los apoyan fuerzas políticas tradicionales de cualquier tendencia, a las que suelen combatir como parte de un imaginario conspirativo de que quieren hacer el mal a un pueblo que ellos dicen representar. Tampoco les hace bien el respaldo de dirigentes políticos con trayectoria.

Aunque generalmente los combate el círculo rojo de intelectuales, periodistas, empresarios y universidades, tienen una relación dual con los medios, que al mismo tiempo que los rechazan son sus principales impulsores, porque son los mejores representantes de la política espectáculo.

Constituyen un fenómeno exótico, atractivo para los electores, que sube el rating de los canales y la venta de la prensa. En la sociedad que surgió con internet, nadie quiere sacrificarse, busca ante todo diversión. Los líderes antiguos son aburridos y los outsiders entretienen.

Los casos más llamativos que se han dado en América Latina fueron el del alcalde de Bogotá, Antanas Mockus, hijo de lituanos, que, en 1993, siendo rector de la Universidad de Bogotá, se bajó los pantalones en plena asamblea universitaria para exigir silencio a los estudiantes. De ahí en más, siguió una carrera salpicada de excentricidades que lo proyectaron en el continente como el mayor exponente de una política distinta.

En 1990, un oscuro rector de la Universidad Agraria, Alberto Fujimori, derrotó al mayor representante del establecimiento peruano, apoyado por la casi totalidad de los partidos, organizaciones de todo tipo y medios de comunicación, el Premio Nobel Mario Vargas Llosa, al que le costó la presidencia explicitar su programa económico. No entendió que los votantes no son máquinas racionales, no apoyan a candidatos que ofrecen padecimientos. Simplemente no quieren sufrir. Nos hemos comportado así desde que habitábamos en cavernas.

En 1996, Abdala Bucaram derrotó en Ecuador a Jaime Nebot, político con gran trayectoria, símbolo de lo que debería ser un estadista desde la perspectiva tradicional. Bucaram contradecía todas las teorías acerca de las campañas electorales vigentes hasta ese entonces. Sus posibilidades de triunfo se incrementaban mientras más subía su desagrado, los mayores desatinos solo le daban más votos, era un anticandidato. Nuestro ensayo acerca del “nuevo caudillo” que consta en el libro citado lo tiene como principal objeto de reflexión.

Los casos de outsiders se incrementaron con Hugo Chávez en Venezuela, Rafael Correa en Ecuador, el Compadre Palenque en La Paz y muchos otros. Llegó un momento en que fueron tantos que cupo averiguar quiénes estaban out: los políticos del sistema o los estrafalarios.

En las elecciones pospandemia tuvieron triunfos importantes candidatos que representaban lo nuevo y de alguna manera se presentaban como postsiders: en Brasil Lula y Bolsonaro; en Chile Gabriel Boric; en Perú Pedro Castillo; en Ecuador Guillermo Lasso; en Colombia Gustavo Petro y Rodolfo Hernández; todos enfrentados a los partidos hegemónicos del momento, expresando la búsqueda de nuevos horizontes de un electorado que no quiere volver al pasado.

Son fruto de la incapacidad de los partidos tradicionales de renovarse y entender los nuevos tiempos

Los outsiders no crean un fenómeno por su iniciativa. Son fruto de la incapacidad de los partidos tradicionales de renovarse y comprender los nuevos tiempos. Normalmente atacan de manera difusa a todo el sistema, tanto a sus integrantes de derecha como a los más progresistas, se enfrentan con los medios de comunicación, que son los que los promueven porque generan noticias.

Su vigencia tiene que ver con la brecha horizontal de la que hemos hablado en varios artículos. Mucha gente se cansó de los políticos autistas que discuten lo que les interesa solamente a ellos y que se dedican a descalificar a sus adversarios. Quiere votar por quien parece distinto, no vinculado a las viejas instituciones y al discurso personalista.

Percibe los cambios dramáticos que la tercera revolución industrial produce todos los días, no porque elabora teorías sino porque se siente parte de un mundo que cambia vertiginosamente, mientras muchos políticos no superan el siglo XX y les proponen ideales anacrónicos como el pobrismo.

The Guardian y el Team Populism realizaron recientemente una enorme investigación acerca del populismo, actualizando y analizando miles de discursos y papeles vinculados a líderes populistas de todo el mundo, cuyos resultados se encuentran en la red.

Definen al líder populista como “un redentor del pueblo”, que busca la relación directa líder-masa, tiene un carácter autoritario, explota las emociones de los ciudadanos, mantiene un relato con patrones narrativos simplones, promueve algún tipo de extremismo, fomenta el maniqueísmo, transforma la competencia política en un enfrentamiento entre buenos y malos, tiende a desmantelar las instituciones, impone el culto a la personalidad y puede ser de derecha, de izquierda, liberal o socialista, conservador o progresista.

El trabajo analiza los discursos de 140 jefes de Estado o de gobierno de cuarenta países en los que identifica mensajes demagógicos, antisistema, polarizadores, nacionalistas, etnocentristas y/o emotivos.

Se sorprenderá si lee las calificaciones que obtuvieron varios de los dirigentes más destacados del momento en este estudio.

Fuente: Perfil

Jaime Duran Barba
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