CAP y la peste del olvido

Por fin, en días recientes, pudimos ver la película de Carlos Oteyza: “CAP inédito: conversaciones desde la soledad”. Y, por supuesto, cala profundamente en el alma, porque nunca sospechamos que viviríamos intensamente esa época, incluyendo el cierre del tan denostado Congreso de la República.

Jamás votamos por Carlos Andrés Pérez, aunque lo entendemos víctima de un extraordinario linchamiento de quienes también fueron sus amigos y estrechos colaboradores. Adolescentes, numerosas veces lo protestamos en las calles y procuramos el triunfo de su contendor socialcristiano al intentar y efectivamente reelegirse.

Poco a poco va ocupando el adecuado lugar en la historia, pero sentimos que él, como perfectamente pudo ser otra la figura, se convirtió en el chivo expiatorio de todas las fallas de la entonces democracia representativa, asegurando la absoluta impunidad de quienes, por siempre, atentaron contra ella y, finalmente, quedando comprobado en los hechos, quisieron y consiguieron efectivamente destruirla. Ellos, resultaron infinitamente peores que el denunciado “ministro-policía”, aún en términos de probidad y autenticidad personal. 

Por supuesto, hay un innecesario efecto melodramático en varias de las escenas del filme, pero también una incontestable denuncia en torno al país que se dejó mentir, que permitió que lo embaucaran, que aceptó el ultraje de un estafador de la calaña de Hugo Chávez que, junto a su sucesor, no le llegan por los tobillos a Pérez. Y miren que éste, nunca fue santo de nuestra devoción, pero el día que el día de su sepelio, asistimos a la casa distrital de Acción Democrática convencidos de hacer lo correcto para rendirle un modesto tributo.

Hubo corrupción y corruptelas, graves violaciones de derechos humanos e irresponsables delirios de grandeza, en sus dos gobiernos, pero afrontó las situaciones, renunció nada más y nada menos que a la presidencia de la República, y se quedó en Venezuela soportando el juicio y cumpliendo con la condena.  Todo esto no tiene comparación, absolutamente ninguna, con la descomunal corrupción y despilfarro de los más altos ingresos petroleros en toda la historia del país, la sola y sostenida matanza de nuestros muchachos en 2014 y 2015, yel dominio cobarde de una minoría inescrupulosa y armada hasta los dientes.

Seguramente, esos vecinos que le chiflaron en el Prados del Este de los viejos y honestos ascensos sociales, entusiastas seguidores de Chávez y de su sucesor, acaso, enchufados por numerosas oportunidades, en buena medida están hoy pelando bolas dentro y fuera del país, imposibilitados de mandar a sus hijos a la universidad. Algunos  de esos que se creyeron los ombligos del mundo, vanidosos y autosuficientes, montados en el ascensor de los tiempos petroleros, seguirán rindiéndole culto a la antipolítica, sin el coraje suficiente de reconocer a la postre, tan trágica equivocación.

A veces, imaginamos que si otro hubiese sido el juego de los apuntes fílmicos, quizá con un determinado criterio histórico, naturalmente que otro hubiese sido el resultado, pero – perfecto derecho tiene – Oteiza optó por el sentimiento de la cámara y nos ofreció a Pérez en clave de telenovela, evitando el reportaje. En todo caso, valoramos y aplaudimos su aporte, porque la peste del olvido en la presente centuria ha sido implacable.

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