La gobernante
Si hablamos de mujeres importantes en la historia de Venezuela resulta obligatorio citar de primera en la lista a doña Aldonza Villalobos Manrique, tan sólo por ser la primera dama que ostentó cargo de gobierno en una provincia española de ultramar. Se trata del primer y curioso caso de regencia femenina en territorio hispanoamericano. Y data desde hace ya unos quinientos años.
Aldonza nació en Santo Domingo, capital de La Española, en 1520. Estamos hablando de la isla que sirvió de base en el Caribe para agigantar las extensiones del emperador Carlos V, así como el mismo año que zarpó Hernán Cortés en la expedición a Costa Firme que lo condujo a la conquista de Tenochtitlan y el tesoro de Moctezuma. Así que la chiquilla llegó a este mundo en lugar y época interesante.
Apenas tenía seis años cuando su padre, Marcelo Villalobos, falleció al poco tiempo de recibir capitulación de la corona que le otorgó el título de gobernador de la provincia de Margarita, o isla de las perlas, como le decían. Entonces, al enviudar, doña Isabel Manrique realizó trámites pertinentes con el fin de hacer prevalecer el derecho de su hija como heredera universal, lo que logró bajo la condición que un varón gobernara en su lugar, hasta que cumpliera la mayoría de edad, o contrajera matrimonio.
En nombre de la menor, su madre rigió la isla a través de una serie de tenientes gobernadores, ocupándose principalmente de construir una fortaleza en Porlamar. Todo con el propósito de defender Margarita de las aventuras del pirata Diego de Ingenios, ávido azotador del principal puerto perlero del mar Caribe.
En 1535, cuando cumplió quince años, Aldonza casó con Pedro Ortiz de Sandoval, recio soldado que formó parte de la campaña que, bajo el mando de Francisco Pizarro y Hernando de Soto, peleando en las batallas de Cajamarca y Cuzco, logró la conquista del Perú. Parece un cuento de hadas el matrimonio arreglado entre un conquistador del imperio Inca y la gobernadora de Margarita, prometiendo riqueza infinita, o por lo menos más de lo que cualquier mortal de aquellos tiempos podía imaginar.
La pareja hace vida en La Española, rodeada de lujos en una mansión señorial de Santo Domingo, a orillas de la desembocadura del río Ozama. Aldonza quiere traspasar su derecho sobre la gobernación de Margarita al marido, pero el trámite dura casi cinco años debido a un enredo en los tribunales de la Real Audiencia, pues, al parecer, el gobernador de Cubagua también se llamaba Pedro Ortiz. Vaya enredo.
Por fin, fue en 1542 que al marido de Aldonza le fue concedido el derecho de gobernar la isla, asumiendo el cargo que desempeñó hasta 1546, cuando lo alcanzó la inevitable muerte, justo después que su enlace marital fuese bendecido con una hija llamada Marcela Manrique.
El historiador venezolano Jerónimo Martínez Mendoza, dedicado al estudio de época colonial, afirma en su obra, “Los gobernantes de la isla de Margarita” (1963) que Pedro Ortiz de Sandoval falleció en Porlamar, donde gobernó junto a su esposa. No obstante, según documentos obtenidos en la década de los ochenta en el Archivo de Simancas en Valladolid por el historiador español Demetrio Ramos Pérez, en un trabajo titulado “El Extremeño Pedro Ortiz, de la conquista del Perú a la gobernación de Margarita”, menciona que un escrito por su hija Marcela afirma que falleció en Santo Domingo, así como que don Pedro y doña Aldonza no llegaron a pisar la isla de Margarita, dominio acostumbrado a regirse mediante el nombramiento de tenientes gobernadores.
Resulta curioso que la historia de Aldonza se repita con Marcela, quien huérfana de padre desde tierna edad, vio a la madre administrar sus dominios desde Santo Domingo, hasta que la niña, como heredera universal de don Pedro Ortiz de Sandoval cumpliera la mayoría de edad o contrajera matrimonio.
En 1557 Marcela Manrique se casa con el vallisoletano Juan Gómez de Villandrando. Entonces, doña Aldonza, para no volver a enmarañarse con el traspaso del título al yerno, como sucedió con el asunto del marido y su tocayo, vela por el cargo. Es después de ver nacer un nieto que lo despacha en dirección a Margarita como teniente gobernador. Al poco tiempo de tomar las riendas de la isla, el joven caballero se hallaba en Porlamar cuando, en 1561, recibió noticia del desembarco de un grupo de españoles en Paraguachí. Eran españoles de largas barbas y ropas andrajosas. Decían estar extraviados en la mar, menesterosos de agua dulce, comida y protección, así como demás favores que podían pagar con oro.
El inexperimentado y lozano Juan Gómez de Villandrando convidó a los forasteros cuanto pidieron, invitándolos de inmediato a Porlamar al momento de solicitar reunirse con el teniente gobernador y otros notables del poblado. El líder de aquella mesnada, luego de presentarse con el nombre Lope de Aguirre, blandió los hierros, apresó y dio muerte por garrote vil al cuerpo principal de autoridades margariteñas, dando inicio a una campaña cruenta, quemando casas, haciendas e iglesias, desollando frailes para utilizar el cuero de sus barrigas como tambor de guerra, en una marcha que durante cuatro semanas arrasó con todo poblado, dejando a sus tercios hacer de las suyas, hasta que, al no hallar hombres para estacar, damas que violar, o tesoros a robar, zarparon en dirección de Borburata, dejando Margarita completamente arruinada, con el humo de la candela opacando el cerro que hoy conocemos como el Tirano.
Por suerte divina la esposa del teniente general estaba en Santo Domingo con su madre, ambas dedicadas a la crianza de Juan Sarmiento de Villandrando, el hijo de Marcela. Sabiendo que al fin sus derechos serían heredados por un varón, en 1565, cuatro años luego que el Tirano Aguirre devastara los dominios de doña Aldonza, la gobernadora de Margarita viajó a España con su hija y nieto.
Durante diez años desempeñó su cargo desde Madrid. En la capital del reino se dedicó a preparar al mocito Juan Sarmiento de Villandrando para entregarle el poder sobre la isla como su heredero, solicitando en los tribunales del Consejo de Indias que la gobernación recayera en manos del hijo de Marcela.
En 1575 falleció doña Aldonza Villalobos Manrique en esa ciudad, y Su Majestad, Felipe II, sabiendo que Juan Sarmiento de Villandrando estaba cercano a cumplir la mayoría de edad, ratificó al muchacho como gobernador de la isla, cargo desempeñado desde 1582 hasta noviembre de 1593, cuando el mozo se embarcó en una galera con el propósito de batirse contra un buque de guerra capitaneado por un pirata inglés de nombre desconocido. Y bueno, como suele pasar a los intrépidos e imprudentes que no miden las consecuencias de sus acciones, al trabar combate, según las crónicas: -una bala de cañón alcanzó al gobernador, lo mató y su cuerpo desapareció en la mar.
Y fue así que, con ese salpicón de carne molida en el agua salada, culminó la dinastía de los Villalobos, Manrique y Villandrando en Margarita.
En cuanto a doña Aldonza, podemos decir que gobernó la isla de las perlas durante 33 años, contados desde 1542 hasta 1575, año de su muerte. Todavía nos queda duda si alguna vez vivió en Margarita, como afirma el historiador Jerónimo Martínez Mendoza, o jamás la conoció, versión revelada por el escrito de su hija Marcela Manrique hallado en algún rincón recóndito del Archivo de Simancas en Valladolid, gracias a las investigaciones de Demetrio Ramos Pérez.
¿Pisó alguna vez la gobernante sus dominios?
Quizás es una de esas incógnitas que jamás tendrá respuesta, aunque me inclino por validar el testimonio de su hija, a quien quizás le convenía declarar lo contrario ante las autoridades ibéricas, pues aquello de haber puesto pie sobre tierra significaba ostentar el título irrevocable de conquistador.
Lo cierto es que, aunque nadie sepa ciertamente si Aldonza pisó alguna vez las arenas doradas de la ínsula o no, es la primera mujer que dejó huella indeleble en la historia nacional por dos razones en particular. El hecho de ser la única gobernadora vitalicia en el período colonial de la América Española, además del tributo que rindieron sus tutelados al anunciar a Su Majestad, el rey Felipe II, sobre el deceso del gobernador Juan Sarmiento de Villandrando. En esa oportunidad el Cabildo de La Asunción dejó testimonio público, destacando lo acertado que había sido el mandato de aquella dinastía por “el buen tratamiento que hizo a los vecinos de la isla, así pobres como ricos”.
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