Bien (im)posible, universidad y transición
¿Es necesario evacuar otras pruebas?, pues, la universidad venezolana es fiel expresión del socialismo del siglo XXI que labró su ascenso empleándola no sólo como el antiguo y seguro escenario de todos sus desplantes, sino también como el camino más ventajista, expedito e impune a la renta petrolera.
Un amplio sector de la sempiterna izquierda leninista la reservó exclusivamente para sí, en tanto poder cultural, y se nos antoja un desenlace lógico que, ahora, aggiornada, en el poder, le niegue el justo presupuesto a las públicas y haga de la masiva remodelación un extraordinario modelo de negocios que simultáneamente desconoce su autonomía.
Urgida, la reconstrucción del aula superior en Venezuela, debe comenzar con la reivindicación de la razón en todos los ámbitos de la vida nacional, la decidida ampliación del debate y el rechazo a los antivalores que apuestan por una sofocante simplicidad de la vida política, paradójicamente sustentada en una tecnología de punta en el campo de las telecomunicaciones y persecuciones.
Los más recientes y consabidos comicios rectorales en la Universidad Central, por ejemplo, dibujaron una jugada de laboratorio francamente irrepetible para Valencia y Sartenejas que las diligenciaron hasta el cansancio, por lo que es vana la ilusión de una búsqueda perpetua de negociación para cumplir con la normativa vigente.
Por supuesto, hay males menores y bienes posibles que entran en el precario circuito de la política, o de la necesarísima política universitaria, pero entendamos que la universidad en sí misma, por todo lo que significa, promete y genera, es un bien incompatible y, obviamente, imposible bajo una propuesta totalitaria en curso, a menos que se convierta en señal y símbolo de la transición hacia la democracia.
E, incluso, ojalá fuere el caso, aún antes de la victoria electoral de Edmundo González, aporte las ideas indispensables para convertirse luego en uno de los soportes necesarios de la deseada transición, aunque ya es tarde para emular a los trabajadores organizados que impulsaron la gesta libertaria encabezada por Walesa en la Polonia ya olvidada por los transitólogos.
En medio del deliberado esfuerzo oficialista por radicalizar la incertidumbre, ha de sentirse el magnífico contrapeso del sentido y del conocimiento, de la orientación y los saberes, de la convicción e integridad de los hombres y mujeres que le han dado soporte a nuestras casas de estudios, evitando heroicamente que terminen de desplomarse, subsidiándolas con sus salarios y pensiones de hambre, protestando vivamente al régimen socialista, comprometiéndose para abrir juntos esa transición libre y democrática, además, por justa, pacífica, como inmensamente deseada. Y tratar de una universidad para la transición, obliga a pensar en una transición para la propia universidad de la Venezuela post-rentista con veinte años de un inútil enmascaramiento.
La universidad es llave que conduce a la Venezuela profunda y a sus más adecuadas y provechosas interpretaciones, aunque de puertas blindadas, pisoteadas, traspapeladas por varias capas de cemento y asfalto para una cerradura confusa, por modesta.
Vieja distinción que andar en el subconsciente colectivo, el esfuerzo es el de la reconciliación del país nacional con el político, artificiosamente separados por los fundamentalistas de un antipartidismo – por siempre – irredento para superar, en última instancia, el dilema entre el bien posible y el definitivamente imposible de los impecables e implacables, según los trazos de Rodrigo Guerra López y Rafael del Águila.
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