El pueblo contra Maduro
Este primero de septiembre, el pueblo de toda Venezuela inundó las calles, avenidas y autopistas de Caracas para expresar su rechazo a Nicolás Maduro y refrendar, masivamente, la derrota aplastante del chavismo en las urnas electorales del pasado 6 de diciembre. Poco importaron esta vez las acciones del régimen para aislar a Caracas trancando todos sus accesos, menos aún las groseras amenazas de los voceros civiles y militares del oficialismo. La determinación de quienes hoy por hoy constituyen una sólida y ya invencible mayoría democrática, pudo más que las penalidades físicas y el miedo. Los venezolanos, sencillamente, están hartos de “revolución bolivariana” y nada ni nadie les impedirá seguir manifestando, donde y como sea, su indignación, con la contundencia que exigen las condiciones asfixiantes impuestas desde hace 17 años por un régimen cuyo único objetivo político ha sido desde el primer día de su gestación reproducir en Venezuela la terrible experiencia cubana.
La consigna de esta ejemplar Toma de Caracas fue el revocatorio. Es decir, el cambio constitucional de presidente, gobierno y régimen en el más breve plazo posible. No con la finalidad de elegir a este o a aquel dirigente opositor presidente de la República en las próximas elecciones, como si la actual confrontación política siguiera siendo entre las dos mitades polarizadas en que Hugo Chávez dividió al país desde febrero de 1999, sino para dar testimonio físico y moral de un compromiso inconmovible y unitario: sacar a Maduro de Miraflores electoralmente, como paso previo necesario para reencauzar a Venezuela por los caminos de la libertad, el progreso material y el bienestar social. Mucho más ahora, porque después de esta jornada excepcional nadie puede poner en duda que quienes se oponen a Maduro constituyen una notable y formidable mayoría.
Esta es la realidad que se registra en la Venezuela actual. El ocaso definitivo del sistema de gobierno que surgió del fracasado golpe militar del 4 de febrero y el advenimiento de una nueva etapa en el proceso político venezolano. La funesta transformación de lo que tenemos en una feroz dictadura de izquierda, o la restauración de la democracia perdida. Este es el dilema del momento, imposible de pasar por alto, y primer e inquietante enigma a despejar cuanto antes por la dirigencia política de la oposición.
¿Por cuál de estos dos senderos avanzará la nación en los próximos días, meses y años? En otras palabras, ¿bastará esta palpable demostración de fuerza popular del jueves para producir el cambio de gobierno y régimen a la que aspira la rotunda e incuestionable mayoría antichavista? Sin duda, la Toma de Caracas ha sido un paso muy importante para hacer de ese deseo una realidad definitiva, pero no creo que esta concentración de voluntades por el cambio, por grande e impactante que haya sido, sea suficiente por si sola para introducir cambios substanciales en la conciencia de Maduro y compañía y hacerlos cambiar de parecer. La intención de ellos y el interés de La Habana es que nada cambie en Venezuela. Vaya, que como indica el sabio dicho popular, “los deseos no empreñan”, de modo que para que una jornada como la del jueves se haga realidad definitiva, se necesita bastante más.
Esta es, precisamente, la respuesta que esperan de sus dirigentes políticos los ciudadanos de a pie. Un objetivo concreto, un camino claro y una estrategia firme y única. Al margen por ahora de banderas partidistas y ambiciones legítimas pero absolutamente extemporáneas. O sea, que ese pueblo que acudió el 6 de diciembre a las urnas y que este jueves le dijo a Maduro “Ya basta”, sencillamente pretende que sus dirigentes estén a la muy difícil altura de las circunstancias. De lo contrario serían cómplices de lo que le caería a los venezolanos si sus conductores le dan la espalda a este nuevo y categórico mandato popular y dejan que la Toma de Caracas, desenlace atroz de todas las esperanzas, se quede en una simple exhibición de hermosos fuegos artificiales y autocomplacencia, pero nada más.
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