Sabiendo lo que queremos
Señora divorciada viva conmigo, sea un poco joven y recupere unos años a mi lado. No hable más de su exmarido ni a mí ni a nadie porque nos cansa a todos. Quítese la camisa y camine de la cocina al cuarto, coma con el plato entre las piernas cruzadas, ríase de mí en la cama y no muera más recordando los gestos y malas costumbres de aquel que le hace sentir tanta melancolía. Báñese conmigo y acuéstese a mi lado sin contarme las gracias de su hijo tres años menor que yo ni las del perro que le regalaron en su cumpleaños. Deje de vivir de nostalgias.
Hábleme de lo que quiere hacer cuando esté jubilada y tenga la libertad de inventarse rutinas nuevas, de su temor evidente a estar sin hacer nada y sentirse vaga o inútil. Cuénteme qué debe hacer mañana después del desayuno. Muéstreme cómo se sienta cuando nadie la está mirando y cómo le queda el pelo cuando no usa el secador. Permítame acompañarla.
Señora, no me siga diciendo que lo que tenemos es temporal, que es imposible seguir en esto el resto de la vida porque se va a complicar más adelante y que no lo veo ahora porque soy un muchacho. No insista en que necesito vivir las cosas que ya usted vivió, deje de estar anticipándose diciendo que me iré corriendo cuando me de cuenta de no sé qué tantas cosas que está imaginándose nada más porque no puede dejar de tenerle miedo a perder esto que tenemos y que la hace sentir tan completa desde hace ya un tiempo.
No huya excusándose en diferencia de edades ni fantasmas de amores pasados y mucho menos en suposiciones. Hemos vivido por separado parte de lo que se puede vivir, he recorrido senderos y usted ha andado ida y vuelta calles y avenidas y ahora, sabiendo lo que queremos, nos encontramos para caminar juntos, así que por favor, señora divorciada, camine a mi lado.
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