¿Predecimos el futuro o lo creamos?

A veces el curso de la historia puede cambiar instantáneamente, en un abrir y cerrar de ojos, y todo el mundo puede darse cuenta de eso. Sin embargo, otras veces, el cambio puede ser imperceptible. Es labor de los historiadores argumentar sobre cómo, cuándo y porqué las cosas cambiaron, cuánto cambio ocurrió, cuánto tiempo duró su efecto, cómo llamar a ese periodo de tiempo y el significado asociado al mismo.

Existe la percepción, es más no cabe duda, de estarse consumado una etapa histórica de nuestro país. Estamos escribiendo la historia, aunque no logremos responder las interrogantes planteadas anteriormente. Eventualmente, en la distancia que da el trascurrir del tiempo, se podrá determinar aciertos y errores, así como aplaudir y recusar actuaciones.

Sin duda han sido innumerables las dificultades encontradas y las posibilidades dejadas en el camino durante estos últimos años; así como los sacrificios hechos en términos materiales y espirituales. Tampoco cabe duda que estas horas son cruciales, todo indica que no hay marcha atrás, no vamos claudicar, ni rendirnos en nuestra lucha por la libertad. Estamos seguros que con inteligencia, valentía y fe venceremos al mal con el bien.

Viendo el presente, vislumbramos que se iniciarán nuevas y diferentes opciones; nuevas resistencias y nuevos peligros. Llegó la hora en que la Política y el Liderazgo se manifiesten, de manera que propicien la resolución de nuestras diferencias y lleven a cabo el acto liberador que nos devuelva la dignidad como seres humanos. Sin la una ni el otro podremos resolver el problema actual, que sin duda será largo, cruento y difícil de resolver.

También es importante que valoremos que pesa más el futuro que el pasado. Hay una esperanza incontenible en ese futuro, donde sabemos se producirán inevitables frustraciones. La historia nos recuerda que, ni las revoluciones ni las reformas comienzan con milagros, y el esfuerzo se hace tan necesario como la imaginación.

Caminemos con entereza y sin concesiones ante las dificultades que presenta la conquista de nuestra libertad y la trasformación de nuestro país. No olvidemos, qué lejos se está de obtener algo, si se atrofia el deseo de poseerlo, por temor a las exigencias que implica su conquista, limitando la esperanza a una ilusión, a un ensueño utópico, al simple consuelo ante las dificultades; lo que podríamos llamar, una falsa esperanza.

No podemos predecir el futuro, pero si podemos crearlo, y para esto es clave la Esperanza, el Amor y la Fe. Debemos tener presente que la esperanza es un fenómeno existencial que no tiene nada que ver con predecir el futuro. La esperanza es ese don que colma nuestras almas de alegría. No nos dejemos arrancar la esperanza, y para eso tengamos siempre presente el amor por nuestras familias, nuestros hermanos venezolanos y por una Venezuela mejor. No olvidemos que vivimos de Fe, Esperanza y Amor; y que esto nos vuelve poderosos.

Para crear el futuro, como sociedad debemos comenzar por tener clara nuestra situación actual. Nuestro punto de partida a ese futuro, esa Nueva Venezuela. Debemos ser realistas y tener presente que la salud social y política de nuestro país depende de la calidad ética de sus ciudadanos y de sus gobernantes. Por lo tanto, el fortalecimiento de instituciones fundamentales como la familia, y la recuperación de la decencia y la verdad en la política, deben ser una prioridad fundamental. Es crítico además recuperar la confianza y el respeto entre todos los ciudadanos, como puntos clave para salir de esta situación de desconfianza y “viveza” generalizada que nos consume como sociedad.

Esta confianza se gana a través del ejercicio de virtudes cívicas como la honestidad, la lealtad, la veracidad, la ejemplaridad, la austeridad y la capacidad de servicio como actitudes básicas que todos los ciudadanos reconocen como valiosas, independientemente de las opciones políticas que defiendan. Solo si estos valores son respetados en el ejercicio democrático, la ciudadanía será capaz de reconocerse en el otro y respetarse como individuos.

No perdamos la fe en nuestro país. Tengamos presente que creamos el futuro obrando bien; revisando nuestras actitudes ordinarias ante la ocupación de cada instante. Practicando la justicia en los ámbitos que frecuentamos, aunque nos doblemos por la fatiga. Fomentando la felicidad de los que nos rodean; sirviendo a los otros con alegría. Haciendo nuestro trabajo con esfuerzo por acabarlo con la mayor perfección posible, con nuestra comprensión, con nuestra sonrisa.

Todos guardamos en el corazón hambres de altura, ansias de subir muy alto, de hacer el bien. No perdamos la Esperanza, el Amor y la Fe. Nos vuelve poderosos y la tiranía lo sabe. Esas tres virtudes son nuestra mayor arma, y son a la vez el principal temor del régimen.

Hugo Bravo
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