¿Fracasó el régimen, fracasó la oposición?
El domingo pasó lo que estaba previsto. Los ciudadanos se abstuvieron de ir a votar, la protesta civil volvió a expresarse con pujanza y nervio en las calles, la reacción de las fuerzas represivas fue más brutal y despiadada que nunca, sus víctimas mancharon con excesivos litros de sangre inocente la conciencia del país, la comunidad internacional denunció el fraudulento manejo de los votos y la ilegalidad de una elección que por ahora le ha dado jaque mate a la democracia venezolana, los jerarcas del régimen notificaron sin pudor los desmanes que preparan para dentro de 72 horas, los hombres y mujeres del Alto Mando de la revolución han comenzado a disputarse el control del próximo contrapoder que concentrará en sus manos todos los poderes gracias al voto de más de 8 millones de electores inmateriales, el pueblo se despertó el lunes a una realidad absolutamente triste e incierta, Julio Borges le aseguró al país que la Asamblea Nacional seguirá funcionando con normalidad, Henrique Capriles convocó al pueblo a continuar la lucha, Freddy Guevara leyó la agenda de la MUD para el lunes, trancazo al mediodía y concentración a las 5 de la tarde, muchos gobiernos de la región y de la Unión Europea informaron que no reconocerían a la “electa” Asamblea Nacional Constituyente, el dólar de verdad y los precios reales de todo han acelerado su escalada hacia alturas inimaginables, el caos y la ingobernabilidad de estos cuatro meses de turbulencias, violencia y muerte han pasado a ser hechos cotidianos, el futuro político y existencial se tiñe de los colores más oscuros de la realidad, y aquí señores, mientras unos y otros se jactan del fracaso del otro, por ahora todo amenaza con volverse paz y amor
Lo cierto es que lo ocurrido este domingo no es nada nuevo ni se corresponde con la victoria de nadie. Ha sido, desde que en 2003 representantes del gobierno y la oposición se sentaron a la Mesa de Negociación y Acuerdos servida por Jimmy Carter y César Gaviria al gusto personal de Hugo Chávez, el duro pan nuestro de cada día. El fracaso continuo del régimen y de la oposición. Es decir, la más o menos inestable cohabitación entre una inaudita mezcla de insuficiencia y complicidad por parte de la dirigencia política de la oposición y del ordeno y mando cuartelario, tan típico de nuestro siglo XIX como del rojo totalitarismo cubano. Y el hecho de entender que en beneficio de unos y otros lo mejor es no hacer demasiadas olas sino asumir esa supuesta normalidad que según el régimen impera en el país con el argumento de que a fuerza de paciencia, siempre pacífica y por la vía electoral, sin nunca caer en las trampas de los atajos, como lamentablemente cayeron algunos dirigentes heterodoxos en los años 2002 y 2014, la sabia conducción política de la Coordinadora Democrática y después de la MUD, a fuerza de votos y nada más, haría realidad el anhelo popular de libertad política plena y racionalidad económica.
Ese entendimiento de unos y otros comenzó a colapsar con la aplastante derrota del chavismo en las elecciones parlamentarias del 6 de diciembre de 2015, pero mientras el régimen se empleó a fondo desde entonces echándole mano a los recursos infinitos de un poder que no le rinde cuentas a nadie con el perverso propósito de desconocer por completo y con impunidad total aquella victoria opositora, y de paso acelerar su deriva hacia el objetivo totalitario, principal objetivo del chavismo original, esa oposición se ha mantenido fiel al ideal de portarse bien a toda costa para no verse castigados con la expulsión del tablero de juego.
Frente a esta forma de ser oposición y a la vez no serlo, o si se quiere, ante la duda que surge al llegar a esa raya roja que separa al ser opositor del ser disidente, un régimen que sencillamente no sirve para nada, si bien desde el punto de vista ético cada día queda más desnudo a los ojos del mundo, al margen de la victoria que se atribuyen ambos, de nuevo ha demostrado que es más eficiente políticamente y puede más que la dirigencia opositora. La pregunta es si para siempre, como en el caso de Cuba, o sólo por ahora, mientras el pueblo opositor por fin le imponga su camino o encuentre un nuevo liderazgo, a la altura de su circunstancia.
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